Frívolos versus trascendentes

En el complejo mundo de las jerarquías institucionales, llegué a trazar una distinción que me sigue ayudando

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

A lo largo de varias décadas me ha tocado tratar, por razones de trabajo, con muchos jerarcas institucionales, desde aquellos sentados en las borrascosas cumbres del poder político hasta los que, con una autoridad más acotada, se conocen como los mandos medios.

Como era de esperar, encontré de todo: gente interesante y habladores de paja, visionarios y pragmáticos, trabajadores insignes y vagabundos redomados, presumidos, vulgares, dogmáticos, personas valientes, muy valientes y comprometidas y tontos con iniciativa, no pocos “agnorantes” —que combinan arrogancia e ignorancia— y uno que otro matón.

En ocasiones, el perfil de algunos mezclaba varias características, una grata sorpresa cuando, como resultado, las personas rezumaban una sabiduría de la que mucho aprendí. Empero, cuando la receta conjuntaba lo “piorcito”, salía con el pelo parado y con la pregunta inevitable: pero ¿cómo llegó un tipo o tipa así a un lugar tan importante?

Fácil —me diría un amigo avezado en estos trotes—, cuando veas a un impresentable con poder es porque es ficha de alguien, un testaferro de intereses políticos y económicos superiores. También me aconsejaría que no me confunda, pues no todo impresentable es un inútil: hay varios muy astutos, verdaderos linces, con una gran capacidad de supervivencia.

En ese complejo mundo de las jerarquías, he llegado a trazar una distinción que me sigue ayudando. No es la única y ni siquiera está cimentada en alguna teoría o filosofía en particular; sin embargo, es una herramienta para tener una intuición educada sobre mis interlocutores con poder. La distinción es entre jerarcas trascendentes y jerarcas frívolos. Los primeros tienen conciencia del contexto histórico y entienden que todo cambio requiere una cuidadosa apreciación del pasado y de los riesgos del presente; tienen tanto raíz como visión. Los segundos son puro fuego artificial: grandilocuentes, se creen que están refundando el mundo y les importa un comino el análisis concreto de la situación concreta. Se van y usualmente dejan un enorme desorden.

En todo gobierno hay siempre una mezcla de trascendentes y frívolos. Es inevitable: no hay equipo de fútbol con once Pelés. Quizá sea razonable llegar a un acuerdo por el que, independientemente del partido que gobierne, no se nombren frívolos en ciertos puestos claves del gobierno. En otros, diay, ni modo.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.