Fantasías de ayer y hoy: Noruega sostenible y Costa Rica petrolera

Ya que se habla de Noruega, el país donde vivo, me resulta necesario contextualizar su situación para evitar simplismos que rayan en manipulación

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Desde hace meses se ha intensificado el discurso costarricense de “Noruega como el ejemplo digno de imitar”. Se presenta al país europeo como referente, no por su democracia o educación, sino por ser una nación petrolera supuestamente sostenible, aunque sabemos que esto no es posible.

Ya que se habla de Noruega, el país donde vivo, me resulta necesario contextualizar su situación para evitar simplismos que rayan en manipulación.

Noruega empezó su camino en la industria de los hidrocarburos hace más de 70 años, cuando encontró abundantes reservas de petróleo y gas. Fue un proceso largo y, dado su modelo político, la empresa estatal Statoil, hoy llamada Equinor (para borrar “oil” del nombre), capitalizó la producción de hidrocarburos durante una crisis petrolera mundial que la favorecía al limitar la competencia.

Ciertamente, el principal producto de exportación de Noruega son los hidrocarburos, a tal punto que, no obstante ser un país pequeño, en el 2021 se colocó como el mayor exportador per cápita de emisiones de dióxido de carbono en el planeta.

Vale reconocer que, contrariamente a muchos países petroleros, dicha explotación sí le ha permitido recibir dividendos (gracias al impuesto del 78 % a las ganancias) que sostienen un estado de bienestar al servicio del pueblo noruego, y que se ve respaldado por instituciones fuertes, representación parlamentaria de altura y periodismo exigente.

Paradoja noruega

Es así como su pujante actividad petrolera coexiste con políticas climáticas que impactan positivamente en sus habitantes, como las medidas para electrificar el transporte (es el país con mayor adopción relativa de vehículos eléctricos del mundo), la promoción de edificios mucho más eficientes energéticamente, excelentes rutas para caminar y circular en bicicleta, e incluso convertir a Oslo (su capital) en la primera ciudad del mundo casi libre de emisiones de aquí al 2030.

La paradoja de los noruegos es que, por más que hagan política climática ejemplar en muchos campos, el resultado negativo de su actividad petrolera supera con creces sus buenas acciones.

Sus emisiones de carbono aumentaron un 47,9 % entre 1990 y el 2022, debido a las exportaciones de su petróleo, y, aún más grave, a raíz de la guerra en Ucrania y al aumento de las ventas de petróleo y gas al resto de Europa —en sustitución de las exportaciones de Rusia—, el país está más lejos que nunca de ser sostenible.

Equinor cuenta actualmente con más de 60 campos activos en todo el mundo y posee licencias para explotar nuevos yacimientos capaces de generar tres gigatoneladas adicionales de emisiones de dióxido de carbono, esto es, 60 veces las emisiones internas anuales de Noruega.

Muchos, incluido el primer ministro, Jonas Gahr Store, no ven contradicción alguna en los esfuerzos climáticos de Noruega y el impulso del país por nuevas licencias para intensificar la exploración de petróleo y gas.

La misma lógica que vimos en la Conferencia de las Partes (COP28): la industria del petróleo y gas insiste en que primero se deben maximizar las ganancias producto de los hidrocarburos y luego invertir en las tecnologías limpias del futuro.

El mercadeo en este sentido es falaz, porque en la práctica, cuanto más dinero ganan, mayor es la inversión en grandes proyectos de exploración y explotación. Así lo evidencia Equinor, con una inversión verde que, aunque creciente, es aún minúscula.

No hay petróleo sostenible

En medio de esta realidad, en Costa Rica ha resultado tentador imaginarnos “ricos y sostenibles” como Noruega. Gran falacia, no solo porque Noruega no es sostenible, sino también porque la oferta de gas y petróleo existente en el mundo hace que llegar a ese negocio, en este momento, no signifique la bonanza económica duradera para ningún país.

Tanto Costa Rica como Noruega deben “resetear” sus agendas. El camino noruego debe ser la innovación, la industria marítima verde, el desarrollo de baterías con criterios de sostenibilidad y la protección de su naturaleza.

El camino costarricense debe seguir siendo el ecoturismo, la agricultura climáticamente inteligente y los servicios innovadores a través de capital verde competitivo.

Los datos científicos son reveladores: el planeta seguirá siendo habitable solamente si buscamos formas de abandonar el uso de hidrocarburos. Debemos ser valientes y aceptar que no hay petróleo sostenible ni riqueza que valga la pena si la obtenemos a costa del planeta.

Construir un futuro vivible y viable es la gran tarea global que no admite postergación ni fantasías.

La autora es directora ejecutiva y de Relaciones Internacionales de la European Climate Foundation.