Exilio voluntario

Exiliado encierran tragedias, situaciones límites, vidas amenazadas

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El otro día tuve la oportunidad de conversar con un exilado nicaragüense, uno de los cientos que la dictadura de Ortega-Murillo metió a la cárcel por años y luego, un buen día, puso en un avión, lo desterró, le quitó la nacionalidad, borró toda traza de él del Registro Civil y, al hacerlo, le confiscó propiedades y cuentas bancarias (si una persona no existe, nada le pertenece). Me contó sobre su rutina en la cárcel, sobre ver a otros presos sufrir y morir, y sobre los carceleros y torturadores. Hablamos sobre su vida en el exilio, lejos del país que ama.

Un exiliado. Una persona expulsada a la fuerza de su país por el poder político, después de ser acosado, perseguido y castigado. En este caso, con un elemento adicional especialmente perverso: la muerte simbólica, su erradicación de la faz de la tierra. Pero, también, hay exilio económico, cuando una persona abandona su país, pues se le cierran las oportunidades de trabajo e ingreso y no tiene otra que ir a buscar vida. Como, por ejemplo, los miles de centroamericanos que caminan kilómetros de kilómetros por peligrosos senderos para llegar a los Estados Unidos.

Las palabras, pues, importan. Especialmente, ciertas palabras tan significativas como “exiliado”, que encierran tragedias, situaciones límites, vidas amenazadas. Sé que en la vida cotidiana a veces uno emplea los términos de manera trivial. Como cuando los chiquillos dicen “me mataste” para expresar que uno los golpeó sin querer, o los agarró in fraganti y no pueden argumentar nada.

En el discurso público, sin embargo, estas frivolidades están fuera de lugar. En ese ámbito hablamos de la conducción de los asuntos de interés general, del ejercicio del poder y la autoridad. Aunque abundan los irresponsables que distorsionan o mienten con tal de obtener ventajas políticas, existe un interés general en que deliberemos con prudencia, pues los excesos envenenan la democracia y reducen la capacidad de las personas de entenderse y procesar sus diferencias.

El exministro Amador perdió el cargo y acto seguido se declaró “exiliado voluntario”. Y se fue del país. No puedo dejar de comparar su situación privilegiada con la del exiliado del que hablé al principio. No, él no es un exiliado. Ni de lejos. Jugó a la política y perdió, pero eso es otra cosa. Alega persecución: ¿De quién? En ausencia de razones precisas, lo que ha hecho es frivolizar tragedias ajenas.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.