¡Europa, despierta!

La dirigencia de la UE se parece al politburó de la Unión Soviética al momento de su derrumbe, que seguía emitiendo ucases como si todavía significaran algo.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

MÚNICH – Europa va como sonámbula a su aniquilación y es necesario que el pueblo europeo despierte antes de que sea demasiado tarde. Si no lo hace, la Unión Europea (UE) correrá la misma suerte de la Unión Soviética en 1991. Ni nuestros líderes ni la ciudadanía ordinaria parecen comprender que estamos experimentando un momento revolucionario, que el espectro de posibilidades es muy amplio y, por ende, el resultado final es muy incierto.

Solemos dar por sentado que el futuro se parecerá más o menos al presente, pero no siempre es así. En una vida larga y agitada, he presenciado muchos períodos de lo que denomino “desequilibrio radical”. Hoy vivimos uno de esos períodos.

El próximo punto de inflexión serán las elecciones para el Parlamento Europeo en mayo del 2019. Por desgracia, las fuerzas antieuropeas tendrán una ventaja competitiva en las urnas. Eso se debe a varias razones, entre ellas, el obsoleto sistema de partidos en la mayoría de los países europeos, la imposibilidad práctica de modificar los tratados y la falta de herramientas legales para disciplinar a los Estados miembros que infrinjan los principios fundacionales de la UE. Aunque esta puede imponer el acervo comunitario (el corpus de legislación de la UE) a los países que solicitan ingresar al bloque, carece de capacidad suficiente para fiscalizar su cumplimiento en el caso de los Estados miembros.

El anticuado sistema de partidos pone obstáculos a quienes quieren preservar los valores fundacionales de la UE, pero ayuda a quienes quieren reemplazarlos con algo radicalmente diferente. Lo anterior se aplica a escala nacional y todavía más a las alianzas supranacionales.

Los sistemas de partidos dentro de cada país reflejan las divisiones que importaban en los siglos XIX y XX, por ejemplo el conflicto entre el capital y la mano de obra. Pero hoy la divisoria que más importa es entre las fuerzas pro y antieuropeas.

El país dominante de la UE es Alemania, y la alianza política dominante en Alemania –entre la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y la bávara Unión Social Cristiana (CSU)– se ha vuelto insostenible. La alianza funcionaba mientras en Baviera no hubiera un partido significativo a la derecha de la CSU. Eso cambió con el ascenso de la extremista Alternative für Deutschland (AfD). En las elecciones del pasado setiembre para los länder, la CSU obtuvo el peor resultado en más de seis décadas, y AfD logró ingresar por primera vez al Parlamento bávaro.

El ascenso de AfD eliminó la raison d’être de la alianza CDU-CSU. Pero la ruptura de esa alianza obligaría a llamar a nuevas elecciones, algo que ni Alemania ni Europa pueden permitirse. Hoy por hoy, la actual coalición gobernante no puede ser tan firmemente proeuropea como sería si AfD no amenazara su flanco derecho.

La situación no es, ni mucho menos, desesperada. El partido alemán Los Verdes, que hoy es el único decididamente proeuropeo del país, sigue subiendo en las encuestas de opinión, mientras que AfD parece haber alcanzado su cima (excepto en la antigua Alemania del Este). Pero los votantes de CDU/CSU se encuentran ahora representados por un partido cuyo compromiso con los valores europeos es ambivalente.

En el Reino Unido, también hay una estructura partidaria anticuada que impide una adecuada expresión de la voluntad popular. Mientras los partidos Laborista y Conservador están internamente divididos, sus respectivos líderes, Jeremy Corbyn y Theresa May, están tan decididos a cumplir con el brexit que acordaron cooperar para lograrlo. La situación es tan complicada que la mayoría de los británicos solo quieren que se termine como sea, aunque será el hecho que definirá al país por las décadas venideras.

Pero el pacto entre Corbyn y May generó en ambos partidos oposición, que en el caso del laborismo linda con la rebelión. El día después de la reunión entre Corbyn y May, la primera ministra anunció un programa para ayudar a los empobrecidos distritos laboristas a favor del brexit del norte de Inglaterra. A Corbyn se le acusa de traicionar el compromiso que formuló en el congreso del Partido Laborista en setiembre del 2018, de apoyar un segundo referendo por el brexit si no fuera posible llamar a elecciones.

Italia se halla en una labor similar. En el 2017, la UE cometió un error fatal al imponer en forma estricta el Acuerdo de Dublín, que es inequitativo con los países por donde ingresan los migrantes a la UE (como es el caso de Italia). Eso produjo en el 2018 que el electorado italiano (predominantemente europeísta y favorable a la inmigración) diera su apoyo a la Liga (un partido antieuropeo) y al Movimiento Cinco Estrellas. El antes dominante Partido Democrático está sumido en el caos y la importante franja del electorado que sigue siendo proeuropea no tiene un partido al cual votar. Pero hay en marcha un intento de organizar una lista unida proeuropea. Un reordenamiento similar de los sistemas partidarios se está dando en Francia, Polonia, Suecia y probablemente en otros países.

En cuanto a las alianzas supranacionales, la situación es todavía peor. Los partidos nacionales al menos tienen raíces históricas, pero las alianzas supranacionales obedecen exclusivamente a los intereses de las dirigencias partidarias. Esta crítica se aplica, sobre todo, al Partido Popular Europeo (PPE), que carece casi totalmente de principios, como revela el hecho de que esté dispuesto a seguir aceptando en sus filas al partido Fidesz del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, para conservar la mayoría y controlar la asignación de los puestos más altos en la UE. En comparación, las fuerzas antieuropeas hasta salen bien paradas, ya que al menos tienen algunos principios, aunque sean detestables.

Es difícil ver de qué manera los partidos proeuropeos puedan salir victoriosos de la elección de mayo si no ponen los intereses de Europa por encima de los propios. Es posible todavía defender que se preserve la UE para reinventarla de raíz. Pero para ello es necesario un cambio de actitud en la UE. La dirigencia actual se parece al politburó de la Unión Soviética al momento de su derrumbe, que seguía emitiendo ucases como si todavía significaran algo.

El primer paso para defender a Europa de sus enemigos (internos y externos) es reconocer la magnitud de la amenaza que plantean. El segundo es despertar a la durmiente mayoría proeuropea y movilizarla en defensa de los valores fundacionales de la UE. De lo contrario, el sueño de una Europa unida puede convertirse en la pesadilla del siglo XXI.

George Soros es presidente de Soros Fund Management y de Open Society Foundations. © Project Syndicate 1995–2019