Estudiantes líquidos y dispositivos inteligentes

Múltiples estudios confirman los efectos perniciosos del uso y el abuso de los dispositivos móviles

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Quizás hoy día pocos ignoren el concepto de modernidad líquida, acuñado por el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman para describir la ausencia de relaciones o fuertes arraigos en elementos que lo eran para nuestros antepasados, tales como el trabajo, las relaciones personales —como el matrimonio o la amistad—, el terruño, entre otros.

Ese concepto original se ha ido aplicando, de manera muy particular, a ámbitos tan específicos como el amor (amor líquido), la vida en sociedad (sociedad líquida) para citar solo un par de ejemplos.

Leí con atención el artículo de Isabel Gamboa Barboza, titulado “Estudiantes sin propósito” (5/11/2023). La autora hace un recorrido por la triste aventura en que se ha convertido, para muchas personas, en variadas circunstancias, la docencia.

Barboza enumera una serie de conductas muy poco deseables en los estudiantes, empezando por la falta de compromiso y el desconocimiento de una realidad subyacente: son privilegiados en una sociedad en la que la mayoría de sus pares no pueden acceder a las ventajas que ellos tienen.

Menciona, además, determinantes estructurales, tales como la decreciente calidad educativa formal provista por el Estado, que se potencia con una especie de epidemia de excusas formales relacionadas con trastornos mentales o de aprendizaje, muchas veces reales, otras tantas ficticias.

He sido docente en la Escuela de Medicina Veterinaria de la Universidad Nacional durante casi un cuarto de siglo. He tratado con muchachos que nacieron tanto en el último tercio del siglo pasado como en los primeros años del actual.

A pesar de ser devoto de los datos y el uso de herramientas estadísticas para obtener evidencia dura, no tengo, tristemente, la certidumbre para lo que voy a proponer: hay una tendencia negativa en la calidad de los estudiantes que recibimos en las universidades, que se acrecentó en la última década.

La pandemia resultó una excusa muy conveniente, lo mismo que las múltiples y pesadas huelgas en los años previos. Pero creo que el problema va por otro lado: la aparición de los dispositivos inteligentes y abusar de estos.

Múltiples estudios confirman los efectos perniciosos del uso y el abuso de los dispositivos, con mayor incidencia y magnitud en los menores. En Suecia, hace unos meses, la ministra de Educación los retiró de las aulas y lo denominó un “apagón digital”, para volver la vista a los libros y los métodos tradicionales, pues la comprensión lectora disminuyó en los últimos años.

Otros estudios documentan, en varios países, la reducción significativa en el rendimiento escolar, más allá de lo puramente académico. Lo relacionan, de forma directa, con las horas de uso de los dispositivos: cuanto mayor es el tiempo dedicado a tabletas, teléfonos o videojuegos, más negativo es el efecto, por ejemplo, pérdida de capacidades de atención y concentración y la reducción en la cantidad y calidad del sueño.

Asimismo, estudios indican que hay riesgos de sobreexposición a contenidos violentos de todo tipo: físico, emocional (ciberacoso) y sexual, además de los discriminatorios.

No es de extrañar, entonces, que en los últimos años los trastornos de conducta, las ideaciones suicidas y autolesiones se hayan incrementado en las escuelas y los colegios del mundo.

Algunos de estos estudios relacionan los trastornos con la sensación de vacío o aislamiento, como el causado por la pandemia de covid-19. Sin embargo, también formulan hipótesis sobre el aislamiento en que caen quienes se refugian en los dispositivos durante cientos de horas al mes; un aislamiento en compañía. Paradójicamente, son parte de las redes y “tienen cientos de amigos”, pero están profundamente solos.

Los adultos son responsables de los menores. La chupeta digital es una especie de “salvatandas” para apagar berrinches o ganar voluntades. No es raro ver niños absortos en sus dispositivos mientras los adultos conversan animadamente o trabajan.

A los niños les puede caer el edificio encima que no se van a percatar del peligro, mucho menos van a tomar conciencia de lo que ocurre a su alrededor.

El rededor puede ser tan amplio como su hogar, la escuela, el barrio, el país o el mundo entero. Lo mismo da lunes que sábado, el 2020 que el 2024, en democracia o autoritarismo, con hambre o abundancia.

Su mundo se circunscribe al aparato que, irónicamente, secuestrósu inteligencia o produce un trueque imperceptible de una inteligencia por otra. Estamos inundados de cíborgs, individuos que son modificados externamente por dispositivos de regulación, personas que han hecho del dispositivo inteligente un órgano vital más.

La carrera de Medicina Veterinaria ha sido, históricamente, de alta demanda. Ingresar era el sueño de muchos. Graduarse de médico veterinario se convertía en el propósito inmediato para las intenciones posteriores.

Hoy, de manera alarmante, casi un cuarto de los estudiantes admitidos en la carrera desertan en los primeros tres semestres. Muy pocos de los que la abandonan argumentan un error de vocación, ergo, de elección.

Las excusas son tan diversas como asombrosas y todas tienen la misma condición: vida líquida. No me gusta, lo dejo; me cuesta, busco otra cosa; aquí es feo, seguro allá sí es bonito.

Pienso que la ausencia de propósito, o una liviandad en él, está muy relacionada con el bien documentado efecto de la sobreexposición a los dispositivos y la reducida capacidad de pensar, sentir y actuar de manera crítica.

Las cosas, para muchos, parecen importar poco; de hecho, pareciera invitar a actuar por inercia, por el qué más da o, en buen tico, porque “¿diay?”. Afortunadamente, hay muchos que se salen del molde.

Coincido con doña Isabel en que la realidad líquida que hemos permitido construir para nuestros muchachos nos abofetea y nos lanza la culpa de forma directa. Sin embargo, reconocer el problema es el primer paso para hallar la solución. Busquémosla.

juan.romero.zuniga@una.ac.cr

El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.