Epitafio

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Casi todas las experiencias en ingeniería social del siglo XX terminaron en fracaso o en tragedia (o en ambas): el nazismo, el socialismo real, el apartheid surafricano, por citar algunos. Hoy quedan pocos proyectos de cambio social controlado y, de estos, solo el capitalismo autoritario de China ha evitado el fracaso.

Los costos humanos de los intentos por programar, desde el poder político central, la transformación completa de un país fueron siempre altísimos, independientemente de si la ideología de ese poder persigue una mejor sociedad o el odio y el racismo.

Para hacer cambios integrales se necesita un poder integral (total) capaz de moler y rehacer el tejido social al gusto de los ideales gobernantes. Y, para evitar que el proceso se les vaya de las manos, pues nadie tiene el control absoluto, los ingenieros sociales convierten a los países en cárceles y, en algunos casos, en mataderos. Cuando de encarcelar o matar se trata, poco importa que las balas sean de un color u otro: igual matan.

La América Latina de la primera mitad del siglo XX era terreno propicio para la ingeniería social y la pelea por un mundo mejor. Frente a oligarquías prepotentes y dictadores de opereta, peones de los gringos, a un catolicismo retrógrado y en medio de pueblos desesperadamente pobres, surgieron vanguardias políticas e intelectuales, muy dispares entre sí, que querían cambiar las cosas: la revolución mexicana, el populismo clásico en Argentina y Brasil y hasta el sueño continental del aprismo de Haya de la Torre.

En Cuba, uno de los países más desarrollados de la región, Fidel Castro encarnó los ideales de cambio frente a una dictadura corrupta. En una región que buscaba héroes y una narrativa heroica, la revolución cubana del 59 les ofreció una: jóvenes rebeldes e iconoclastas barrieron a Batista y sus aliados.

En esa América Latina injusta y desigual, la ruptura era necesaria, pero no la ingeniería social totalizante. Sesenta años después, el héroe se convirtió en fósil y la sociedad cubana en experimento fracasado, arcaísmo de la Guerra Fría. El bloqueo gringo afectó, pero no determinó, el desenlace.

Hoy Cuba tiene una rudimentaria economía agroexportadora simple, con el aderezo del turismo y poco más –y, además, está quebrada–. Es una sociedad equitativa y su fuerza de trabajo es saludable y educada, pero eso es muy poco frente el alto precio humano pagado. Fidel, ícono político mundial, lega un descalabro.

Así lo veo: las ansias por más equidad social, sin libertad y sin fraternidad, producen tragedias.