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En los últimos años, tres prejuicios han suplantado la realidad real de la política costarricense: el chancletudo chavista, el ricachón del puro y el político panzón. Este destilado de prejuicios está causando un grave daño. Cuando un empresario y un dirigente se miran no ven a personas de carne y hueso, con intereses y aspiraciones legítimas, sino que uno ve al chancletudo chavista y el otro al ricachón del puro, cachetón, por más señas. Y ahí las imágenes traicionan, impiden un diálogo franco, duro, si se quiere, para encontrar acuerdos de política pública que el país necesita.

El "chancletudo chavista" es un flaco, barbudo, descuidado al vestir (si es mujer, histérica), que siempre anda con megáfono en mano para ver qué lío arma en cualquier sitio y estorbar así a quienes quieren trabajar. Un resentido social, falso pobre y comunista reciclado que recibe por detrás plata y órdenes de Venezuela y Cuba. Esta es la imagen que muchos empresarios tienen de dirigentes sindicales, comunales y, en general, de los movimientos sociales: una bola de gente nada razonable.

El "ricachón del puro" es un cachetón con sombrero de bombín, capaz de vender a la mamá con tal de hacer más millones de los que tiene. Es ostentoso, alfombra de los gringos, corruptor, desconsiderado e inescrupuloso. Un verdadero chupacabras social. Esta es la imagen de los empresarios, muy popular entre dirigentes sociales y ambientes universitarios, y también, a juzgar por las encuestas, entre una parte no despreciable de la ciudadanía.

El "político panzón corrupto" es un gordo vagabundo de bigotito que anda con traje entero de baratillo, corbata de rayas y camisas de cuando era flaco (el cuello no le cierra). Proxeneta de las ideas, hace 10 años era mecánico y ahora anda con modelitos; en pocos años ha sido ministro, diputado y oficial mayor en muchas instituciones. Un pegabanderas despreciable que solo trabaja durante la época de las distritales para asegurarse el brete en los próximos años. Esta es la imagen de la clase política universalmente difundida entre nuestra sociedad.

Hay gente lamentable que calza y actúa estos prejuicios. Sin embargo, la mayoría de empresarios, dirigentes sociales y políticos no calzan ahí. El problema es que, mientras que el chancletudo, el ricachón del puro y el panzón corrupto no tienen nada que hablar entre ellos, los dirigentes sociales, empresariales y la clase política tienen mucho de que hacerlo. En los próximos años el país deberá emprender reformas profundas que exigirán mucho diálogo. Una democracia presa de los prejuicios está condenada a equivocarse.

Habrá que hacer grandes esfuerzos para liberarnos de estas imágenes que nos asfixian.