Enfoque

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Imaginemos la democracia en el 2038. Estamos en un mundo donde se conoce “todo” sobre cada votante: sus gustos, opiniones, compras, lugares que frecuenta, amistades, viajes, pleitos, huella dactilar, expediente médico, odios y amores, estado de la cuenta bancaria, aspiraciones y sueños (esto último porque ya se habrá inventado el dreamcatcher virtual, una app que permitirá guardar los sueños para luego recrearlos).

Se trata de un mundo distópico que no está muy lejano, pues vivimos en sus albores. Facebook reconstruye perfiles “micro-” de las personas; Amazon nos recomienda: “Personas como usted también compraron...” (predice lo que me gusta); la Agencia de Seguridad Nacional de los EE. UU. logró acceso a las comunicaciones privadas de millones de personas, y la campaña de Obama del 2012 hizo focalización micro- sobre la red de relaciones de las personas y, con base en ello, ideó una aplanadora de convencimientos individualizados.

Imagino que las campañas políticas serán muy distintas. Un holograma de un candidato se me aparecerá a la hora en que yo esté pensando en política y me hablará, en confianza, sobre los asuntos que me interesan. Se comprometerá con temas específicos que solo a mí me importan, y estos compromisos quedarán registrados en una base de datos que, si llega a gobernar, tendrán una probabilidad conocida de cumplimiento. En otras palabras, el (o la) político en mi alcoba: sabe todo de mí y quizá también yo sepa todo de él. No necesitaré hablar con nadie de política, ni organizarme, pues todo podrá resumirse en una transacción cuasi-privada entre el elector (yo) y el holograma.

La pregunta de fondo es si será posible la democracia bajo condiciones de información casi completa sobre los votantes. Aun cuando se preserve la libertad de votar y, en principio, nadie me coaccione para hacerlo de una manera u otra, ¿tendré libertad o ficción de libertad? Recordemos que la información sobre nosotros es control social: si los poderes (públicos o privados) tienen mucha información sobre mí, significa que tienen mucha capacidad de controlarme e, incluso, anularme, si les place. Basta hacer público un pecadillo o, si tengo una cardiopatía, hacer que alguien me pegue un susto.

En una época en la cual vivimos un estallido masivo, una especie de supernova, de información, sobre todo, ¿quién ganará el pulso por los datos: el poder desde abajo, el de los ciudadanos, utilizando la información para forzar nuevas maneras de gobernar, más abiertas y participativas, o el poder desde arriba, reforzando su capacidad para controlar a la población? Creo que esta singular batalla política decidirá el futuro de la humanidad.