Enfoque

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Ya sabíamos que los partidos políticos están en la lona: debilitados, desconectados de la ciudadanía. Ya sabíamos que el gobierno también está en la lona: agobiado por escándalos semanales y abandonado por su propio partido. Lo que ahora sabemos, luego de las protestas del martes, es que la sociedad civil, ese amplio arco de organizaciones sociales de todo tipo, está también en la lona. La suma de los enojos organizados alcanzó para marchas y bloqueos pero la ciudadanía se quedó sentada en la cerca viendolos pasar. No hubo golpe contundente, estilo movilizaciones en Brasil, que obligan al gobierno a enderezar el rumbo. Es claro que no solo el sistema político (gobierno y partidos) está fragmentado y erosionado, la sociedad civil también.

En política, pues, padecemos una “trinidad infecciosa”: gobierno, partidos y sociedad civil desacreditados, cada uno actuando en sus respectivas películas con guiones que convocan a muy pocos. Las mayorías ciudadanas están de espaldas, desilusionadas y crecientemente pesimistas con el rumbo del país. ¿En qué andan? Uno diría que atrapados entre la antipolítica y el aburrimiento total, un raro síndrome que rechaza lo que hay pero rehusa a implicarse en la gestión de los asuntos colectivos. Un lugar hasta cierto punto cómodo: “nada sirve y no me jodan que yo estoy en lo mío.”

Es una trinidad infecciosa porque las enfermedades de uno se convierten en los padecimientos de otro. El hundimiento del gobierno arrastra para abajo no solo al partido oficialista -que desesperado intenta desmarcarse- sino también a las oposiciones, pues las envuelve en la nube tóxica del “todos son iguales”. Pero también arrastra a la sociedad civil, exacerbando los conflictos internos, mostrando su incapacidad de arrastre del profundo descontento ciudadano que nos carcome. La olla empieza a hervir pero nadie sabe la receta que se cocina. En una trinidad infecciosa todos pierden.

La pregunta del millón: ¿Qué puede romper esta inercia? No estoy seguro. La emergencia de un nuevo liderazgo político seguramente lo haría. Un resultado electoral incomible, con alta abstención y dispersión del voto, quizá obligaría a poner las barbas en remojo. Una crisis económica serviría la mesa para aglutinar la protesta sobre algunos ejes, no como la ensalada actual de reivindicaciones inconexas e inconectables. El problema no solo es que, a como están las cosas, el próximo gobierno nazca infectado por esta trinidad. Es que esta trinidad abra paso a una “restauración conservadora”, que resucite una versión degradada del bipartidismo: la última carta del status quo para que en nuestro Titanic naufragante la orquesta siga tocando como si nada pasara.