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¿Es que se puede agregar algo a todo lo comentado sobre el contenido del discurso presidencial de los 100 días? La verdad: no veo cómo. Con tanto artículo y declaración, casi todo ha sido dicho, a favor y en contra. Digo “casi todo” para no descartar algo nuevo que surja en los próximos días. Tanto hemos hablado que estoy aturdido. Somos como una bandada de loros en un palo de mango: todos a puro galillo y un enorme “ruidazal”. Sin duda, nuestra democracia tiene una vibrante opinión pública que ejerce un estrecho escrutinio sobre el Gobierno. ¡Bien!

El presidente no cometió un error letal que implicase una pérdida súbita de su capital político. Dio un golpe de efecto que le permite recobrar la iniciativa frente a fuerzas que lo estaban empezando a encerrar. No dio, sin embargo, un golpe de timón, que es una cosa distinta.

Un golpe de efecto impresiona: por ejemplo, un presidente admitiendo la ineficiencia y la corrupción enquistadas en el Estado. Un golpe de timón enrumba un barco por una ruta nueva. Y, para que un barco grande y viejo como el Estado tico cambie de dirección, se requieren dos cosas: brújula y músculo. Brújula para orientarlo a buen puerto, y músculo para mover los mandos en la dirección deseada.

Un golpe de efecto sin golpe de timón compra tiempo, pero es efímero. En política, comprar tiempo es valioso pero insuficiente… a menos que se utilice productivamente para crear músculo. Diría que la brújula gubernamental está aún poco definida más allá de los grandes objetivos del crecimiento económico, y la lucha contra la inequidad y la corrupción. Tengo la impresión de que el presidente no tiene mucho más tiempo para mostrar sus cartas en relación a “cómo”, en concreto, acometerá esos objetivos. Debe pulir la brújula.

Con todo, la cuestión más peluda es el músculo presidencial. Sería nefasto que el presidente y su ministro de la Presidencia empiecen a quedarse solos y aislados, con lazos precarios, incluso con su propio partido. Ello matará su capacidad de conducción política. Evitar este curso tiene que ver con una correcta comprensión de la Presidencia como institución. Esta no se compone de un presidente, un ministro de la Presidencia, y un par de secretarias y asesores de imagen, por capaces que sean. Ahí no hay músculo. Una Presidencia robusta necesita de un cuerpo propio de consejeros técnico-políticos de alto nivel, capaz elaborar la política presidencial en los temas claves, empujar al gabinete, disciplinarlo, y potenciar a la Presidencia en sus relaciones con el Congreso y la sociedad. Ese músculo lo debe desarrollar muy rápidamente don Luis Guillermo; si no, buen o mal discurso de los 100 días, iremos hacia días complicados.