Enfoque: ¿Quién me representa?

Hoy, cuando un dirigente dice que van a huelga en nombre del pueblo, muchos en el pueblo se preguntan: Y este, ¿quién se cree?

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¿Y quién rayos me representa a mí? Digo a mí por hablar de lo que creo conocer, aunque dicen que uno nunca termina de entenderse. Estoy seguro de que la pregunta resuena en millones de personas en todo el mundo, por no decir aquí en Costa Rica.

Sé que siempre hay gente que se siente identificada con ciertos liderazgos y sistemas de creencias, y se siente representada por ellos: los feligreses de distintas Iglesias o los últimos mohicanos de los partidos y sus clientelas. Sin embargo, la verdad es que muchas personas se han colocado en una situación imposible: los partidos no los representan; los diputados, tampoco; y el gobierno, menos. Descartan también a sindicatos, juntas de vecinos, cámaras empresariales o cooperativas.

Se acabó el tiempo en el que muchos asentían cuando partidos u organizaciones sociales decían que ellos eran “la voz de los que no tenían voz”. Hoy, cuando un dirigente dice que van a huelga en nombre del pueblo, muchos en el pueblo se preguntan: Y este, ¿quién se cree? Y así en otros sectores.

Si nadie representa a nadie, entonces: ¿Quién tomará decisiones que sean vistas como legítimas por una ciudadanía remolona? A cualquiera que mueva un dedo le caerá la aplanadora de la crítica ciudadana. Y, cuando en este clima opresivo veo que las fake news erosionan, aún más, la legitimidad de la representación, el círculo se cierra y nos adentramos en el mundo del existencialismo nihilista: nada existe más allá del yo y mi enojo.

Las premisas de la democracia representativa quedan, entonces, falseadas, y entramos a tiempos peligrosos. ¿Por qué? Como los “sinrepresentación” claman al mismo tiempo por que “alguien haga algo”, están dispuestos a votar por cualquier mesías antipolítico que diga que él (o ella) arregla las cosas sin necesidad de instituciones ni partidos, con solo sacar a los culpables “de todo” del poder. Y, de súbito, los descreídos tienen fe en el milagro.

Y entonces, ¿qué hacer? Hasta el momento, la política democrática no ha dado una respuesta a este dilema. Con todo, pienso que hay cosas que ayudan a no empeorar las cosas: por ejemplo, si muchos dirigentes tomaran conciencia de que con la democracia no se juega a la ruleta rusa. Que mucha crispación gana algunos votos a costa de poner en riesgo los derechos y libertades, los de ellos en primer lugar. Prudencia en el uso de la demagogia y rechazo a los demagogos.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo.