Enfoque: Encapuchados

En una democracia, los rostros tapados son un testimonio a la intolerancia y al desprecio por la dignidad y derechos ajenos.

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Veo en este país a tipos encapuchados participar en manifestaciones públicas, cortar vías, rociar gasolina a otros seres humanos, y me pregunto: ¿por qué, en un régimen de libertades políticas como el costarricense, hay personas que esconden sus caras?

Entiendo perfectamente que, en una dictadura, las personas deseen preservar su anonimato: se les va la vida en ello. Pero, ¿en una democracia? Le doy vueltas al asunto y no encuentro ninguna razón de fondo, y menos entre algunos estudiantes universitarios.

A menos que… a menos que uno adhiera a alguna teoría conspirativa de esas que dicen que aquí hay una dictadura disfrazada: un sistema de opresión en el que órganos del Estado u hordas paramilitares reprimen a quienes sostienen ciertas posiciones políticas.

No veo trazas de realidad en una narrativa así. Reconozco, por supuesto, las limitaciones de nuestro sistema, las asimetrías de poder e influencia y sus desigualdades sociales y territoriales. Pero eso no valida teorías febriles. Compromete, eso sí, a trabajar por una mejor democracia.

Porque, una cosa es reconocer que esta terrenal democracia tiene muchos defectos y otra, decir que todo es una farsa y que, por eso, hay que taparse la cara para no convertirse en “víctima”. ¿De qué? Las libertades que aquí tenemos, aunque algunos las desprecien por “formales”, evitan tragedias como que las personas sean asesinadas o desaparecidas, como ocurrió y ocurre en tantos países. Una gran conquista.

Las teorías de la conspiración caminan solas: no necesitan de hechos para tejer narrativas lógicas. Utilizando esas teorías, uno justifica cualquier acción, aún las deleznables, como atentar contra la vida de otra persona, pues el fin justifica los medios.

A los encapuchados: sus rostros tapados son un testimonio a la intolerancia y al desprecio por la dignidad y derechos ajenos. Ustedes se oponen a encauzar por medios civilizados los inevitables conflictos que existen en toda sociedad. Apuestan al estallido social, en una América Latina en la que esos estallidos terminan afectando a millones, especialmente a los trabajadores y a los más pobres.

Sé que pueden causar daño: son muy poquitos pero determinados. Hay algo, sin embargo, que me preocupa más que ustedes: la aquiescencia de grupos más amplios en sus acciones violentas. Por miedo, cálculo o indiferencia, prefieren callar antes que enfrentarlos.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo.