Enfoque: El sentido del gusto

El concepto del buen gusto nada tiene que ver con nuestra boca, sino con los juicios sobre la belleza de las cosas y la corrección de nuestros actos

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Por la boca muere el pez, dice un viejo refrán. En efecto, como aquello que probamos puede alimentarnos o envenenarnos, tenemos un complejo sistema de terminaciones nerviosas en nuestra boca para detectar las sustancias que ingerimos. El sentido del gusto, así visto, es nuestro cordón umbilical con la vida, tanto así que nacemos pidiendo comer.

Sin embargo, el gusto trasciende la bioquímica de nuestro organismo y se adentra en la cultura. La película danesa La fiesta de Babette (1987) es una obra maestra en ese sentido. Mucho del filme está dedicado a los preparativos de una cena y retrata el placer de los comensales con la comida. Pero la obra no es un documental sobre la cocina: trata sobre los valores religiosos que encorsetan los placeres y reprimen los sentimientos.

Por esa capacidad evocadora que tiene el sentido del gusto, a los seres humanos se nos ocurrió ligarlo con la estética y los comportamientos socialmente deseables. Inventamos, pues, el concepto del buen gusto, que nada tiene que ver con nuestra boca, sino con los juicios sobre la belleza de las cosas y la corrección de nuestros actos. Cierto es que lo que se considera de buen gusto ha cambiado a lo largo del tiempo: los buenos modales de hoy son diferentes a los de hace un siglo. Sin embargo, en ambas épocas, han guiado los comportamientos de millones de personas.

Ahora bien, nacido el buen gusto, fue concebido su opuesto: el mal gusto, las cosas y actos que suscitan rechazo y burla social, como vestirse verde con rojo, hablar mal del muerto en el velorio o andar chingo por la ciudad. La crítica al mal gusto disuade a muchos de comportamientos ofensivos que pueden crear conflicto social y, en ese sentido, cumple una función reguladora de nuestra vida en comunidad.

Las definiciones del buen gusto tienen, sin embargo, un lado oscuro. Son herramientas conservadoras que reprimen la creatividad y la innovación, asimilándolas al «mal gusto». Dejadas a la libre, defienden el statu quo frente a nuevas tendencias en el arte, la moda, la religión y, en general, la vida social. Por ello, una sociedad como la nuestra, urgida de transformaciones profundas para lograr la sostenibilidad ambiental, productiva y demográfica, requerirá en los próximos años una buena dosis de «mal gusto». Ojalá, eso sí, ese mal gusto sea productivo y no puramente destructivo. Sin probarlo, no hay manera de saber.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo.