En la cumbre del G-20

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Donald Trump ha sido un ejecutivo de bienes raíces sumamente exitoso. El rápido ritmo de las decisiones en el mundo que marcó su génesis como empresario de altos vuelos se avenía con su temperamento. Y los dones más apreciados por amigos y competidores fueron el puente que lo llevó a las puertas de la presidencia de Estados Unidos, su más preciada ambición y sueño.

Sus ambiciones y sueños se trocaron en su victoria electoral y su eventual aparición en círculos de la alta diplomacia donde las decisiones no se miden por la velocidad, sino por su certeza, inmediata o eventual. Esa que emerge de altas configuraciones políticas que afectan las vidas de millones de seres humanos.

Y, así también, Donald Trump debió enfrentar las críticas de iguales y subordinados y de altas autoridades del escenario global. Y esto nos lleva a la cumbre del G-20, la cita cimera de las naciones más ricas del planeta, aunque individualmente no más ricas que Estados Unidos.

Para empezar, dejemos de lado los diagnósticos formulados de antemano por destacados analistas sobre las supuestas afecciones temperamentales del presidente Donald Trump. Incluyo, en similar categoría, aquellos que le atribuyen la presunta ausencia de vocación política y la también supuesta frustración por sufrir el desborde de la ignorancia.

El desempeño general del mandatario norteamericano en la cumbre fue gris. Sin embargo, lo peor vendría en las dos horas de su reunión bilateral con el truculento Vladimir Putin.

Putin tiene fama de llegar sumamente preparado a este tipo de citas. En contraste, Trump es conocido por su falta de preparación para esta clase de encuentros. Los resultados hablan por el balance de la reunión, en la que Putin plasmó la ilusión de lo que quería, en tanto Trump, hipnotizado por estar con el líder ruso, no recordaba posteriormente lo que había sucedido.

En breve, Putin obtuvo la integración de un equipo bilateral para examinar el tema de los ataques cibernéticos. Lo pasado, en el pasado quedó. Ese era el premio que Putin ambicionaba. Mas le duró poco, porque el escándalo que el acuerdo desató en Washington obligó al retiro norteamericano del sonado apretón de manos. Y, así, también, adiós a los sueños cumbreros de Trump y Putin. Serán en otra oportunidad, quizás.