Emergencia mundial

El tiempo para revertir el desastre ecológico en el planeta se acorta, por eso es necesario un gobierno mundial de emergencia

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Los plazos para revertir el desastre ecológico en el planeta, que perjudicará seriamente el desarrollo y a la especie humana, incluso hasta la extinción, se acortan, como lo demuestran estudios científicos y los desastres naturales.

Las autoridades globales no están tomando medidas adecuadas. Por el contrario, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), si bien ha planteado el problema, no tiene las atribuciones necesarias para intervenir, ya que es rehén de las potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad.

Esas potencias subordinan las decisiones de la ONU a sus intereses inmediatos para defender a ultranza lo que consideran sus territorios de influencia. Lamentablemente, parecen estar enceguecidas por las rivalidades, y lo hacen en el momento más desafortunado.

Prefieren ignorar el grave peligro que amenaza a la especie humana y se concentran en desatar guerras de poder que, además de causar la muerte de millones de personas, consumen los recursos que podrían solventar el peligro inminente.

En su obsesión por dominar, derriban incluso logros de las luchas sociales por restringir el uso de los combustibles más contaminantes o peligrosos, como el carbón o las centrales atómicas. El mundo carece de un orden de prioridades y, al mismo tiempo, se encuentra al borde del abismo.

Convocatoria

Mientras el gobierno de Estados Unidos estima que con $4.000 millones es posible mitigar las migraciones anuales de casi un millón de latinoamericanos —expulsados por la violencia, la corrupción y el cambio climático—, los recursos no se hacen presentes más que en el discurso, pero en pocos días se acordó asignar $40.000 millones en armamento para Ucrania.

La humanidad enfrenta un peligro que debe resolver con decisión por medio de una declaratoria de estado de emergencia que emitan las Naciones Unidas. Costa Rica debería tomar la delantera e invitar a los países latinoamericanos y del resto del mundo en desarrollo a convocar la Asamblea General.

Un estado de emergencia daría origen a un nuevo orden mundial vinculante para todos, cuya duración sería de cuando menos dos décadas, mientras se supera el peligro inminente.

Durante ese tiempo, se detendrían las actividades bélicas a través de un armisticio que reoriente la soluciones hacia la vía diplomática. Por otra parte, que redirija un 15% de los recursos militares de los países, empezando por los grandes productores de armas, para la promoción de la economía circular y de la dona y las labores de arraigo de las poblaciones migrantes expulsadas por la violencia y los trastornos climáticos, así como para financiar la regeneración de mares, suelos y fuentes de agua, y la preservación de la biodiversidad.

Un nuevo orden mundial impuesto no por la fuerza de las armas, porque la fuerza está en manos de las potencia, sino por la decisión soberana de las naciones y por la fuerza moral derivada de la emergencia y la convicción y organización de los ciudadanos conscientes.

Un orden que, conjugando la colaboración, la tecnología, las comunicaciones y los conocimientos tradicionales, estimule la inclusión social y la defensa del medioambiente; que premie la producción de oxígeno, la transformación de nuestras formas de producción hacia las que reparen en vez de destruir y, al mismo tiempo, aísle y encarezca con impuestos la contaminación y los productos de los transgresores, y establezca sobreprecios y sanciones económicas.

Cambios

China es uno los países que están corrigiendo el rumbo depredador. Parece estar haciendo apuestas por la regeneración hasta de 50.000 kilómetros cuadrados de desiertos, y en junio presentó en la cumbre de los Brics una propuesta para promover la industria global de bambú, con el fin de acelerar el reemplazo del aluminio, el acero, el concreto y el plástico.

Ámsterdam, Bruselas y Copenhague mantienen un intenso debate sobre la economía de la dona y fomentan la participación ciudadana en el planteamiento de soluciones propias que garanticen un nuevo enfoque de desarrollo en contra de la exclusión y el daño ambiental.

Otras iniciativas, como el Acuerdo de París, parecen tener poca velocidad de reacción a la hora de utilizar los recursos comunitarios, que ellos mismos reconocen como fundamentales para las adaptación en los territorios.

Hay experiencias y esfuerzos que marcan las rutas, y otros que necesitan revisarse, pero difícilmente seremos capaces de masificar las medidas globales a la velocidad requerida si se prioriza el guerrerismo por sobre un marco seguro de operación para sostener la vida en el planeta.

Miguel Sobrado es sociólogo y Arnoldo Mora Vaglio, ingeniero.