Embustes y disparates

Voy tanteando el terreno que piso porque desconfío de mi credulidad y buen juicio

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Si algo me han demostrado los años, es que me dejé persuadir muchas veces por cosas que eran verdaderos embustes y disparates. Podría dar innumerables ejemplos de lo que digo: me pasé casi una década muerto de miedo porque se nos había asegurado que al término de esos diez años el mundo se extinguiría.

Como resultado, ahora voy tanteando el terreno que piso porque desconfío de mi credulidad y buen juicio.

Lo hago en la incesante conversación conmigo mismo, que es la esfera íntima de mis pensamientos, donde me puedo tomar toda clase de libertades porque es reducto inaccesible a la observación ajena, donde la verdad no puede averiguarse a ningún precio.

Pero también lo hago en el trato con los demás: aplico siempre que puedo aquello de confiar, pero verificar. Por suerte, digo yo, creo haberme librado de ser un tipo falso, ese de quien se dice que habla con los dos lados de la boca al mismo tiempo: no tengo mérito, se debe a que hacerlo de manera convincente es lo mismo que un arte.

Esto no tiene nada que ver con lo que experimentaba un reputado cineasta, según el cual, cuando te haces viejo las esperanzas disminuyen y los arrepentimientos aumentan. En este orden de cosas, sea dicho de paso, estoy de acuerdo solamente en lo tocante a los arrepentimientos.

Me arrepiento, por ejemplo, de no haber descubierto temprano lo que Joseph Mitchell llama la verdad del tiempo: la ilusión de que me sobraba tiempo para esto, tiempo para aquello, tiempo para todo, tiempo para perderlo.

Tampoco tiene que ver con la actitud que propiciaba Símaco, el pagano, que inquiría: “Contemplamos los mismos astros, el cielo es común a todos, nos rodea el mismo mundo. ¿Qué importancia tiene con qué doctrina indague cada uno la verdad?”.

Tiene mucho más que ver con un texto insondable que Virginia Woolf consignó en una carta, destinado a explicar los arreglos que fue necesario hacer en su vieja casa: “Muy poco antes de que empezara la lluvia, hace tres días, hicimos que un herrero abriera las ventanas. La decadencia de siglos las había sellado. No hay fuerza humana que pueda ahora cerrarlas”.

Lo que digo va en esta dirección: quisiera hacer como el herrero y abrir de par en par todas las ventanas.

carguedasr@dpilegal.com

Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.