El sueño inconcluso

Cuba y toda América Latina pagan por estar lejos del reñidero europeo

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FIRMAS PRESS.- “De casta le viene al galgo ser rabilargo”. Javier Figueroa de Cárdenas es pariente de Miguel Figueroa, brillante autonomista del siglo XIX. El autonomismo fue una manera de ser patriota en Cuba. Especialmente, desde el Pacto del Zanjón, que en 1878 puso fin a la guerra de los 10 años, hasta 1898, cuando Estados Unidos inclinó la balanza a favor de la insurrección cubana.

El autonomismo fue liquidado por el independentismo impulsado por José Martí, pero, como reconocen hoy los historiadores más solventes, las mejores cabezas cubanas eran autonomistas: Rafael Montoro, Antonio Govín, José María Gálvez, Eduardo Dolz, el propio Figueroa y un larguísimo etcétera. Lastimosamente, el experimento solo duró 20 años (de 1878 a 1898). El mismo período que la vigencia del Partido Liberal Autonomista, la primera entidad política que surgió en Cuba enteramente independiente.

Javier Figueroa es un excelente historiador profesional. Lo conocí junto a Sylvia, su mujer, en Puerto Rico, donde estuvo enseñando hasta que se jubiló. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Connecticut y publicó un libro muy notable, con más de 700 páginas y casi 2.000 notas al pie, al que tituló El sueño inconcluso: Historia del Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE). Cuba 1959-1966.

El sueño inconcluso y la ‘pax’ española

¿Por qué El sueño inconcluso? Porque no ha conseguido liberar a Cuba y devolverle la democracia, como se plantearon Alberto Muller, Juan Manuel Salvat y Ernesto Fernández Travieso, los tres fundadores del DRE, al comienzo de la aventura, en 1961. ¿Y por qué no pudieron lograrlo? De alguna forma, esta primera crítica trata de abordar el tema. En realidad, Cuba y toda América Latina pagan por estar lejos del reñidero europeo. Pagan (y cobran) por el aislamiento español. El siglo XIX trajo la destrucción de la pax española.

Durante varios siglos, España mantuvo a sus colonias al margen de las crisis europeas, importunadas solo por la acción de los piratas y corsarios. Pero apareció Napoleón en la historia europea, invadió España y, tras un momento de duda, los pueblos latinoamericanos se independizaron, menos Cuba y Puerto Rico. (Sé que estoy simplificando excesivamente, pero este no es el lugar para detallar la hipótesis).

No todos fueron costos, por supuesto. Hubo algunas ventajas. En la medida que España no participó en las dos guerras mundiales, con su enorme cuota de sangre y destrucción, pero con las relativas ventajas de las dos posguerras, se continuó percibiendo a Latinoamérica como algo diferente, pese a que el idioma, la religión, el trazado de las calles, la división de poderes y el resto de los síntomas apuntaban a que era la misma Europa, liderada por España y Portugal, que sacaba la cabeza al otro lado del Atlántico.

Fidel Castro era un comunista disciplinado

El primero de enero de 1959 se dio la noticia de que Fulgencio Batista, presidente y hombre (no tan) fuerte del país, había huido de la Isla dejando a su ejército totalmente desamparado. En la embajada de EE. UU. en La Habana, existía una confusión total. Unos acusaban a Fidel de ser comunista. Otros, de ser, fundamentalmente, “fidelista”. Incluso, hubo algunos (los menos) que pensaron que era un “demócrata anticomunista”.

Tendrían que esperar pocas semanas para desentrañar el misterio. Sucedió en abril de 1959. Pero no está nada claro el desenlace. Castro viajó esa primavera a EE. UU. Fue invitado por la asociación de la prensa. Se ocupaba de anticipar que iría como parte de la Operación Verdad para contradecir a quienes se oponían a los fusilamientos.

En la Casa Blanca, estaban Ike Eisenhower, como presidente, y Richard Nixon, como vicepresidente. El 19 de abril Nixon lo invitó a visitarlo. Eisenhower no disponía de tiempo. Tenía unas impostergables partidas de golf. El vicepresidente escribió un corto memo en el que caracterizó a Fidel como carismático (que lo era) y como “increíblemente ingenuo” con relación al comunismo (que no lo era) o un “disciplinado comunista” con todas sus consecuencias (que sí lo era). Pero la opinión de Nixon no fue muy tomada en cuenta por Ike.

Hasta principios del año siguiente, 1960. Un año electoral en el que, en las elecciones de noviembre, Kennedy fue preferido con relación a Nixon. Sin embargo, Eisenhower adoptó una estrategia equivocada, acaso por la incomprensión de la deriva cubana que forjaba la presencia de armas atómicas apuntando a Estados Unidos desde Cuba a escasas 90 millas.

Me explico. Stalin había muerto el 5 de marzo de 1953. Se llevó a la tumba la noción de que los pueblos latinoamericanos debían esperar la revolución estadounidense para tomar el Palacio de Invierno. Esa era una cháchara propia de Earl Browder y del browderismo. Fidel Castro había demostrado que se podía hacer una revolución comunista a un tiro de piedra de EE. UU. Todo estaba en lo que estuviera dispuesto a jugarse Moscú.

Los tiempos de Jruschov

Eran los tiempos de Jruschov. Este creía que el futuro sería comunista. Pensaba que EE. UU. era una gigante aldea Potemkin. El primer objeto salido de la tierra rumbo al espacio sideral. Era ruso. La carrera espacial la estaba ganando la URSS. Había razones para estar confundido.

En 1966 no era así. Pero ¿qué hubiera podido hacer Eisenhower en el último año de su segundo mandato, en 1960? Acaso, entender la peligrosidad de Fidel Castro y admitir que América Latina era una región más de la parte europea, sujeta al reto comunista, y actuar en consecuencia. Eso quería decir que debía comprometer abiertamente sus ejércitos, y no tratar de esconderse inútilmente detrás de la CIA, creada al comienzo de la Guerra Fría, a finales de los años cuarenta.

Solo que ese curso de acción contradecía el prejuicio, muy extendido, que indicaba que América Latina no era parte del mismo sistema de valores de las naciones de Occidente, suscrito por Eisenhower, y Fidel Castro no debía ser tomado en serio por sus adversarios. (Se cuenta en Cuba, sotto voce, que en ese primer viaje a EE. UU., después del triunfo de la revolución, un congresista borracho, republicano o demócrata, para el caso da absolutamente igual, se le quedó mirando a Fidel Castro y tratando de tomar sus manos, divertido, le dijo: “¡Oh, Fidel Castro, chachachá!”. El máximo líder, como se le llamaba entonces, se le quedó mirando con cierto estupor).

Un libro sobre Cuba del 59 al 66

Me dio una gran alegría que el autor reuniera en un tomo a tantos amigos dispersos o, incluso, muertos o fusilados: Virgilio Campanería, Manolo Salvat, Alberto Muller, Joaquín Pérez Rodríguez, José Basulto, Juanito de Armas, Emilio Martínez Venegas, Nicolás Pérez, Huber Matos, Rolando Cubelas, Miguelón García Armengol, Ramón Cernuda, Luis Fernández Rocha, Ignacio Uría, Pedro Subirats, José María de Lasa, Miguel Lasa, Pedro Roig, José Antonio González Lanuza, José Ignacio Rasco, Manuel Artime, Fernando García Chacón y tantos otros que harían de esta crónica un catálogo inservible de nombres.

Se me ocurre que los mismos escrúpulos que tuvieron Muller, Salvat y Ernesto Fernández Travieso para aceptar ayuda de la CIA fueron compartidos por todos los grupos y personalidades que se incorporaron a la lucha en esa primera hornada: ¿Hasta qué punto era honrado aceptar ayuda económica de la CIA?

José Miró Cardona, el ingeniero Manuel Ray y el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), Manuel Artime al frente del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), Tony Varona con su Rescate Revolucionario (RR) y todas las organizaciones con sus siglas a cuestas tenían serias dudas sobre si aceptar la ayuda que les ofrecía la CIA. Quizás no sabían que la colaboración entre la URSS y Fidel Castro comenzó desde que se inició la revolución.

Angelito Martínez Riosola

En efecto: el partido de los comunistas cubanos, el PSP, se apoderó de la seguridad desde principios de la revolución, y puso al frente de ella a un hombre formado por la KGB. El 4 de marzo de 1960, cuando Eisenhower se convenció de la deriva comunista de Fidel Castro y le pidió a la CIA que armara una respuesta, ya era muy tarde. Ese mismo día había llegado, desde Curazao, el general soviético Francisco Ciutat de Miguel a hacerse cargo de la defensa de la tiranía comunista que había surgido en Cuba. En la Isla se llamó Angelito Martínez Riosola por designación directa de Fidel Castro.

La CIA no fue nada eficaz combatiendo a la KGB. Incluso, casi pierde en Guatemala en 1954. Pese a ello, le encomendaron al mismo equipo que preparara un plan de respuesta. Las infiltraciones que realizó tras la cortina de hierro fueron todas aniquiladas. Era, como se decía en Cuba, “mono contra león y mono amarrado”.

Salvat acabó vendiendo libros en Miami, Miró Cardona enseñando Derecho en Puerto Rico, Ray ejerciendo su profesión de constructor de casas baratas prefabricadas. En fin, la primera hornada se conformó con “el sueño inconcluso”. Santiago Álvarez me dijo, desconsolado, que los Kennedy hubieran resuelto la cuestión, pero no sé. Tendrían que utilizar los ejércitos de EE. UU. o esperar que la incapacidad de producir bienes y servicios, inherentes a la economía colectivista, provoque ciertos cambios que den al traste con el sistema. En eso estamos.

@CarlosAMontaner

Carlos Alberto Montaner es periodista y escritor. Su último libro es Sin ir más lejos (Memorias).