El sabotaje de Netanyahu a la democracia israelí

Si el primer ministro Benjamin Netanyahu sigue adelante con las reformas, será imposible mantener el Estado de derecho

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Otro frente se abre en el ascenso global del autoritarismo populista. Con sus esfuerzos por debilitar el poder judicial independiente de Israel, el primer ministro, Benjamin Netanyahu, y su coalición de fascistas mesiánicos y aliados ultraortodoxos están decididos a traducir su retórica antidemocrática en políticas autoritarias.

No nos equivoquemos: hace mucho que la democracia está en peligro en Israel. La brutal ocupación de los territorios palestinos es fundamentalmente incompatible con los valores democráticos. Y el sistema israelí de pesos y contrapesos es débil: el país no se rige por una constitución formal ni un parlamento bicameral y, en ausencia de un veto presidencial, la Knéset (parlamento) está completamente controlada por el poder ejecutivo.

Pero las medidas que el nuevo gobierno de Netanyahu promueve desde diciembre eliminarían el último contrapeso a su poder. En particular, la reforma judicial que propuso aumentaría la influencia del gobierno en el nombramiento de los jueces y permitiría que una mayoría parlamentaria absoluta revierta las decisiones de la Corte Suprema que invaliden una ley.

La reorganización del sistema legal que el gobierno pretende aprobar permitiría a los aliados de Netanyahu en la Knéset detener el juicio penal que se le está haciendo por soborno y abuso de confianza, y eliminar los frenos dispuestos por los tribunales a la expansión de asentamientos judíos en los territorios palestinos.

La orwelliana justificación de la coalición israelí es que el poder judicial cayó en un activismo extremo en los últimos años, socavando la confianza pública y la “gobernabilidad”. Lo que esto realmente significa es que los jueces obstaculizan las intenciones del gobierno de pisotear el Estado de derecho.

Hubo un tiempo en que Netanyahu defendía al poder judicial. En el 2012, prometió detener todo proyecto de ley que apuntara a debilitar la Corte Suprema y declaró que no se podía proteger los derechos “sin Cortes fuertes e independientes”. Pero esto era por pura conveniencia: defender el poder judicial convenía a su interés en perpetuarse en el cargo, su meta a lo largo de toda su carrera política.

Dependencia de gente aprovechada

La situación cambió. Sus ambiciones políticas dependen de una camarilla de infractores de la ley y cínicos aprovechados. El ministro del Interior fue declarado culpable de soborno, fraude y delitos tributarios, y el ministro de Seguridad —discípulo del fallecido rabino judeo-fascista Meir Kahane— tiene ocho condenas por incitación al racismo. El ministro de Vivienda amasó una fortuna con los subsidios estatales a instituciones ultraortodoxas.

Netanyahu debe encontrar maneras de satisfacer a sus aliados. Esto explica sus promesas de salvaguardar presupuestos extravagantes para escuelas ultraortodoxas —con planes de estudio que excluyen materias como matemáticas, inglés y ciencias— y la formalización de la exención del servicio militar para seminaristas.

Aquí se pueden hallar también las razones por las que la mitad de quienes forman parte del bloque de 64 escaños aliados a Netanyahu en la Knéset de 120 miembros son ministros y viceministros. Para ello se han debido crear ministerios de la nada, dividir otros y asignar tareas superpuestas con responsabilidades en conflicto. Por ejemplo, Bezalel Smotrich es tanto ministro de Finanzas como “segundo ministro de Defensa”, responsable de la Administración Civil de Israel en Cisjordania.

Para asegurar la completa anexión a Israel de las tierras palestinas ocupadas, Smotrich, que es también el presidente del Partido Sionista Religioso, copatrocinó en el 2021 un proyecto de ley que habría abolido la Administración Civil. Dar autoridad sobre la ocupación equivaldría a reconocer la anexión. Con ello, se habría destruido toda ilusión de que la ocupación es temporal y que Israel no es un Estado en que se practica el apartheid.

Mientras tanto, el Ministerio de Asuntos Exteriores estará encabezado por dos miembros en rotación del Likud, partido de Netanyahu, en un sistema que no hará nada por resucitar una institución crucial pero muy dañada. Y el recién reconstituido Ministerio de Asuntos Estratégicos será dirigido por Ron Dermer, hombre de confianza de Netanyahu y exembajador en los Estados Unidos que conspiró con congresistas republicanos para eludir a la administración de Barack Obama y frustrar las conversaciones nucleares de EE. UU. con Irán.

Democracia y economía en riesgo

Los aliados conservadores de Netanyahu en Estados Unidos siguen respaldando sus esfuerzos por socavar la democracia israelí. El Kohelet Policy Forum —un misterioso think tank fuertemente financiado por dos multimillonarios judeoestadounidenses— desempeña un papel central en el diseño de la reorganización del poder judicial. Kohelet también fue el arquitecto de la polémica ley del 2018 que define a Israel como la nación Estado del pueblo judío.

Kohelet propugna un ideario político libertario según el cual la gente debería esperar poco apoyo o protección del Estado. Pero para Netanyahu es más decoroso quebrantar la promesa de un gobierno pequeño que cumplirla: sus electores —colonos judíos en tierras palestinas ocupadas y votantes ultraortodoxos— disfrutan de cuantiosos subsidios financiados por el sector de la alta tecnología y otros motores del crecimiento económico impulsados abrumadoramente por sus oponentes liberales.

La reforma judicial provocó una ola de resistencia popular. Decenas de miles de israelíes organizan protestas periódicas fuera de la Knéset y en el resto del país, llevando a un punto de ebullición la guerra cultural y política gestada por largo tiempo.

Mientras tanto, el gobernador del Banco de Israel, Amir Yaron, advirtió que las reformas judiciales podrían afectar la calificación crediticia del país, impresión compartida por dos de sus predecesores. Y 300 economistas israelíes y más de 50 economistas extranjeros publicaron cartas que advierten que debilitar el poder judicial “perjudicaría no solo la democracia, sino también la prosperidad y el crecimiento”.

Temiendo las consecuencias económicas, algunas empresas emergentes y fondos de capital de riesgo comenzaron a sacar sus fondos del país. De manera similar, siete ganadores del Premio Nobel plantearon que las reformas afectarán la reputación global de Israel en los ámbitos académicos y científicos.

Los aliados de Israel resaltan más todavía lo que está en juego. El presidente estadounidense, Joe Biden, observó enfáticamente que un poder judicial independiente es uno de los pilares de la democracia, tanto en Estados Unidos como en Israel, por lo que se puede inferir que es una piedra angular de la relación entre ambos países.

Emmanuel Macron fue más explícito: supuestamente le dijo a Netanyahu que, si la reforma se adopta en su propuesta actual, Francia tendrá que concluir que Israel abandonó la manera en que ambas naciones entienden lo que es la democracia. De hecho, la verdadera pregunta es si Netanyahu alguna vez la entendió así.

Shlomo Ben Ami, exministro de Exteriores de Israel.

© Project Syndicate 1995–2023