El robo del nido

Una reflexión profunda sobre la maternidad y su significado en tiempos de algoritmos

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Todo se compra y todo se vende. Se está a favor o en contra de los vientres de alquiler o la maternidad subrogada. Pero no todo es blanco o negro, y menos sujeto siempre de utilidad, cuando hablamos de un tema tan sensible como lo es la maternidad. Así que un poco temerosa, dada esta época de cancelaciones, hago las siguientes reflexiones.

Todos los niños sanos llegan bien empaquetaditos, nutridos y calentitos de un útero de una mujer con instinto de anidar. Si fuéramos de la especie de los pájaros, podríamos ver lo que cuesta hacer un nido, después de haber encontrado la mejor rama y colocar fibras y hojas para luego darle espacio, calor y protección a un huevo, hasta que rompa y se inicie para el pichón la etapa de la nutrición y el cuidado.

Para los pájaros es así, y nosotros los humanos el nido lo hacemos desde el vientre de una mujer, dando comienzo al embarazo, que es la condición biológica justa para la disposición a la maternidad.

La llamo disposición porque no siempre el estado de embarazo trae consigo en su manual la disposición para ser madre, aunque sea. Como tampoco aquella que nace con la disposición deseada para ser madre logre serlo. Queriéndolo o no la maternidad es, en la especie humana, una llave de grandísimo valor que vemos hoy cómo se trata de copiar, vender o robar.

Primer punto

Aquí es donde me detengo antes de seguir y recuerdo dos puntos importantes: la reproducción sexual es controlada por las religiones en una primera etapa civilizatoria que llega al presente. Nos cuentan del pecado que arrastra el primer hombre, pecado original en la religión católica que solo será salvado por el Espíritu Santo, lo que equivale a una censura a las relaciones sexuales ocurridas en y a partir de lo sucedido en el paraíso, donde se originó la estirpe de Adán y Eva, y con esta el papel de la mujer y su maternidad.

Las mujeres son —además de desobedientes— portadoras de la especie, sus nidos van con ellas, y ese poder empieza a ser envidiado, a tal punto que en la actualidad se ofrecen en el mercado varias asistencias reproductoras, hasta llegar a la propia reproducción en un laboratorio en su totalidad. No me refiero a problemas de fertilidad particulares, sino al camino del control humano que ha sido tan evidente con la globalización

¿El gran valor de la reproducción humana porque solo lo puede tener la mujer? ¿Por qué no quitárselo y bajarle el perfil de una vez en la historia de la especie? Somos muchos, y esas mujeres siguen reproduciéndose sin control, alguien que diseñe una campaña para que ya no quieran hacerlo...

Segundo punto

Aparte de perpetuar la especie, con la reproducción sexual se da la fuerza del mestizaje, la diversidad genética y el aprendizaje para la supervivencia emocional en la relación de una madre con su hijo, al igual que lo hace el pájaro en el nido.

Aprendemos a oír los latidos del otro en el vientre, aprendemos a ver al otro en el vientre, aprendemos a sentir al otro en el vientre y aprendemos a vivir con el otro compartiendo un mismo cuerpo inicialmente, como lo hace el bebé ante la seguridad que le brinda el nido (en todo su valor simbólico) para sobrevivir.

La especie dio un gran salto al dejar atrás la reproducción unicelular. Ya no somos una lombriz que se parte en varias, un uróboro, sino una mujer y un hombre que la fecundan para crear a un tercero, y ese tercero es la llama de la evolución, el que narra la historia, el que diseña y gestiona el futuro, el que siente a su manera la vida.

El poder de gestar, entonces, debe ser copiado y con él la maternidad robada. Por un lado, los algoritmos siguen llamando al sexo único como un eje más de control global, donde se resuelve el problema del pecado original al borrar a la mujer en su capacidad de engendrar y hacer diversidad biológica y política, y, por el otro, el dinero que dan las dependencias a los tratamientos hormonales mercadean los úteros como manzanas por comprar.

Son las mujeres de bajos recursos, las que migran, las que no ostentan ningún derecho, las que siguen reproduciendo con sus úteros sanos a las poblaciones y es sobre ellas que recae el futuro, realidad que no gusta, ya no a las iglesias sino a los tecnomonopolios y sus aspiraciones de monocultivos humanos.

Tasa de natalidad

No es rara la baja natalidad actual en el país, según lo que dice el Dr. Luis Rosero Bixby (1,1 nacimientos), equiparándose con pocos países en el mundo, resultado del abandono en la educación, donde a la mujer, a pesar de abogar por su incorporación a las fuerzas productivas, se le sigue viendo como nido portátil o como un ser que decide dejar de ser mujer, dado su desvalor social, moral y económico.

Recordemos que el Estado se basa en una sociedad con familias, y sus capacidades reproductivas son las que aportarán sucesivamente a la economía. Así que, en el futuro, serán los migrantes, hijos de las mujeres migrantes, los que aporten para su sostenibilidad, incluidas las pensiones, a los Estados, como sucede cada vez más en el mundo.

Pero los niños no son seres que se hacen como productos tecnológicos; los niños se tienen y se educan a partir de la maternidad, que como ven no es solo un tema de útero, cariñitos, hormonas o seres pequeñitos que nos entretienen o nos obligan.

Volvamos al nido tan necesario que va mucho más allá de un útero. Volvamos a esa relación de ser que está en uno y que no es uno. Volvamos al hecho de quitarse la comida de la boca, a pensar en el otro antes que en uno, volvamos a desarrollar el cuidado y la generosidad y el amor materno por encima del propio. Por supuesto que no toda madre desarrolla el instinto maternal, pero eso no quiere decir que no exista.

Existe la maternidad, es fundamental (no solo se trata de hormonas, insisto, se trata de todo lo vivo) y es parte de las ganancias evolutivas en términos biopolíticos de nuestra civilización. Su valor simbólico es enorme y hay que rescatarlo para bien. Su presencia en nuestras vidas es decisoria y hay que valorarla, como su ausencia es la puerta hacia un camino erosionado por donde solo la debilidad florece.

doreliasenda@gmail.com

La autora es filósofa.