El poder inteligente, esencial para Costa Rica

El gobierno ha caído en la confusión de contraponer, aunque sea implícitamente, desarrollo y ambiente, cuando en realidad son dos caras de una misma moneda

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Fue el profesor de Harvard Joseph Nye quien, hace unos 30 años, introdujo el concepto de soft power (literalmente, “poder suave”) en el vocabulario de las relaciones internacionales. Con él, resumió la capacidad de un actor estatal para ejercer influencia a partir del reconocimiento positivo, la atracción y la persuasión, no la fuerza, la amenaza, el pago o la coerción. Por esto, prefiero llamarlo poder inteligente.

Un país como Estados Unidos complementa exitosamente un inmenso poder “duro” (militar, territorial, demográfico y económico) con su vibrante cultura popular, simbología democrática y activa diplomacia. Ha sido, digamos, una potencia de 360 grados, hoy chamuscada. Uno como Costa Rica, en cambio, depende únicamente de su capacidad para trocar virtudes reales, políticas visionarias y relatos inspiradores en palancas de una acción exterior robusta, consecuente y eficaz.

Los derechos humanos, la democracia, el desarme, derecho internacional y el binomio ambiente-desarrollo sostenible han sido pilares básicos para impulsar nuestro poder inteligente. Su éxito no solo proviene de buena articulación simbólica y razonable capacidad diplomática, sino también de que la prédica se ha basado en realidades. En general, y sin menospreciar falencias, hemos hecho lo que pregonamos, y se ha notado.

Por esto, el creciente alejamiento oficial de nuestra reconocida agenda ambiental, que ya parecía estar decantada como política de Estado, preocupa más allá de la temática en sí misma, de sobra importante. Su errático manejo, sumado a justificadas inquietudes sobre el real compromiso democrático de la actual administración, distorsiona una parte sustantiva del gran relato nacional, o imagen, que proyectamos al mundo. De este modo, debilita nuestro poder inteligente.

El efecto será acumulativo si no se frena de una vez, y podrá erosionar ámbitos tan diversos como la diplomacia, el turismo, las inversiones y, por estas vías, el bienestar.

El gobierno ha caído en la confusión de contraponer, aunque sea implícitamente, desarrollo y ambiente, cuando, en realidad, son dos caras de una misma moneda y bases de nuestra influencia externa. Lo que se necesita es estrategia y visión para que avancen en conjunto. Parecía que lo habíamos logrado, pero hay fuertes razones para dudar.

Correo: radarcostarica@gmail.com

X (antes Twitter): @eduardoulibarr1

El autor es periodista y analista.