El nuevo tono verde del Kremlin

El cambio de política refleja el creciente compromiso de la Unión Europea con su agenda de descarbonización, así como el deseo de Putin de reducir el aislamiento internacional de Rusia

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

En un chiste de la Unión Soviética de los años setenta, el Politburó revive a Stalin y le pregunta qué hacer para combatir el estancamiento económico y la extendida desilusión con los ideales comunistas. Stalin propone un programa de dos partes: en primer lugar, fusilar a todos los comunistas, en segundo lugar, pintar el Kremlin de verde. «¿Por qué verde?», preguntan asombrados los miembros del Politburó. Y Stalin responde sonriendo: «¡Sabía que nadie iba a cuestionar la primera parte!».

Ahora que en la Rusia actual crecen la represión y la tortura por parte del Estado, el chiste ya no parece tan alejado de la realidad o desactualizado. En una encuesta de marzo del 2021, el 52 % (la mayor proporción con diferencia en la historia postsoviética de Rusia) dijo temer un retorno a la tiranía. Pero lo más sorprendente es que el gobierno ruso aceptó la segunda sugerencia de Stalin y ha comenzado a enverdecer el Kremlin.

Por supuesto que la fortaleza del siglo XV en el centro de Moscú sigue pintada de rojo. Pero de pronto sus moradores han empezado a hablar el lenguaje de la descarbonización.

El 13 de octubre, el presidente Vladímir Putin anunció en la Semana Rusa de la Energía que Rusia pretende alcanzar la neutralidad de carbono en el 2060 (diez años después que Estados Unidos y que la Unión Europea, pero al mismo tiempo que China).

Es un cambio enorme, porque Rusia siempre había evitado fijar objetivos climáticos ambiciosos. Es verdad que de conformidad con el Acuerdo de París (2015) sobre el clima prometió limitar la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) a entre un 70 y un 75 % del nivel de 1990, de aquí al 2030. Pero como en el 2015 Rusia emitía la mitad que en 1990, en realidad la promesa le permitía aumentarlas emisiones.

En julio del 2019, Putin hizo una famosa defensa de los combustibles fósiles en la que culpó a la energía eólica de causar daños ambientales perjudiciales para aves y gusanos. (Fue una mejora con respecto a un discurso del 2010 en el que dijo que la generación eólica de energía dañaba no solo a las aves y a los gusanos, sino también a los topos). Y todavía, en diciembre del 2019, afirmó: «Nadie conoce realmente las causas del cambio climático».

Además, en junio del 2020, Rusia adoptó una estrategia energética para los quince años siguientes, en la que no se prevén cambios en la producción de petróleo de aquí al 2035 y que incluye un incremento considerable de la producción de gas y carbón.

El documento apenas menciona la energía solar y eólica y no les fija ninguna meta cuantitativa. Y el gobierno ni siquiera planeaba crear un sistema de intercambio de emisiones.

¿Qué cambió, entonces, respecto al año pasado? Para empezar, la Unión Europea (principal socia comercial de Rusia) ha empezado a tomarse mucho más en serio su agenda verde. En julio, la Comisión Europea reveló un plan llamado Objetivo 55, con políticas tendentes a reducir la emisión de GEI de la Unión un 55 % respecto a los niveles de 1990 de aquí al 2030.

En particular, la UE planea introducir un mecanismo de ajuste en frontera por emisiones de carbono (Carbon Border Adjustment Mechanism, CBAM), que impondrá un gravamen a algunas importaciones extrabloque cuya producción implica elevadas cantidades de emisión.

Como el mecanismo propuesto no incluye ni el petróleo ni el gas, es de suponer que el impacto económico agregado sobre Rusia será bastante limitado, en ningún caso superior a dos mil millones de euros ($2.300 millones) al año, según cálculos independientes, y mil millones de euros anuales según la cuenta que hace el gobierno ruso.

Incluso las cifras más altas suponen menos del 0,2 % del PIB ruso (nada en comparación con el impacto fiscal para Rusia de la volatilidad internacional de los precios del petróleo). Sin embargo, las empresas rusas afectadas por el CBAM (exportadoras de acero, aluminio y fertilizantes) son grandes actores políticos que han logrado convencer al gobierno y al presidente de que se tome en serio el cambio de políticas de la UE.

La otra razón del aparente impulso descarbonizador de Putin es que la cuestión del cambio climático le da a Rusia una oportunidad de aliviar su aislamiento internacional. Siendo el cambio climático un problema mundial, el Kremlin espera que la búsqueda de una solución obligue a Occidente a dialogar con Rusia y tal vez reparar vínculos rotos. Por ejemplo, el enviado de Putin para el clima pidió en forma explícita el levantamiento de sanciones a Gazprom y otras empresas rusas que emprendan proyectos verdes.

El enverdecimiento del Kremlin parece creíble. Este año el gobierno creó siete comisiones interministeriales encargadas de preparar una estrategia integral de descarbonización. En setiembre, el Parlamento ruso aprobó la primera ley del país para la limitación de las emisiones de GEI de grandes empresas. Y en el 2022 Rusia echará a andar el primer programa piloto de intercambio de emisiones en la isla de Sajalín, con el objetivo de alcanzar la neutralidad de carbono en el 2025.

Pero, por ahora, solo son declaraciones y planes; la realidad es muy diferente. Mientras Europa enfrenta la mayor subida de precios del gas natural en más de una década, Putin atribuyó la crisis a la impaciencia europea por adoptar fuentes renovables que están muy supeditadas a las variaciones del tiempo.

Rusia niega haber provocado el encarecimiento, y la Unión Europea reconoció que Moscú está cumpliendo sus contratos de suministro a largo plazo. Pero a la Unión le preocupa el hecho de que, a pesar de unos precios siderales, Gazprom no aumentó el suministro de gas, algo que puede ser indicio de abuso de poder monopólico y motivo para una investigación de la Comisión Europea.

Otro factor probable del aumento de precios es que Gazprom vació varias instalaciones de almacenamiento en Europa. Para colmo, el 21 de octubre Putin ofreció aumentar el suministro de gas ruso a Europa, con la condición de que se permita operar al gasoducto Nord Stream 2, que transportará gas directamente a Alemania sin pasar por Ucrania.

El contraste entre la política energética tradicional de Rusia y su nuevo discurso de descarbonización no podría ser más sorprendente. Pero es difícil que la crisis de gas en curso persuada a Europa de hacerle caso a Putin y alejarse de las energías renovables. Por el contrario, es posible que ahora la Unión Europea tenga un incentivo más para acelerar la transición verde y reducir la dependencia del gas ruso.

Tarde o temprano, esto también disminuirá la demanda de combustibles fósiles rusos y obligará al Kremlin a tomarse la descarbonización en serio de una buena vez.

Sergei Guriev, ex economista principal en el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo y exrector de la Nueva Escuela de Economía en Moscú, es profesor de Economía en el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po).

© Project Syndicate 1995–2021