El milenario mensaje navideño

Nos aprestamos a celebrar la Nochebuena y a reflexionar sobre los elementos cardinales del misterio que encierra

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Nos aprestamos a celebrar la Nochebuena y a reflexionar sobre los elementos cardinales del misterio que encierra. Lo que festejamos es un acontecimiento y no una doctrina moral, ni una teoría teológica, sino la noticia del nacimiento de quien murió martirizado asegurando que su propósito de vida fue proclamar la verdad.

El problema que tal verdad genera es su escandalosa dimensión, la afirmación de que Él era Dios encarnado. Por ello, C. S. Lewis aseguraba que, frente a la persona de Jesucristo, no había manera de permanecer indiferente, pues, a partir de quien Él afirmaba ser, solo había dos caminos: o era el demente más grande de la historia, o quien dijo ser.

En favor de esa verdad habla, por una parte, una vida coherente y sacrificada, en función de su misión de vida, y, por otra, la realidad de una prueba testimonial, como lo fue el hecho de que muchos testigos prefirieron morir martirizados a negar que vieron al nazareno resucitado.

Por la experiencia de la naturaleza humana, una persona puede estar dispuesta a morir por ideas que cree ciertas, aunque no lo sean, pero nadie estaría dispuesto a morir por insistir en hechos falsos. ¿Qué sucedió en el itinerario de vida de quienes, siendo testigos de sus obras y conducta, concluyeron con la frase “¡verdaderamente eres el hijo de Dios!”?

Según los datos que proporcionan los Evangelios, se convencieron gradualmente según lo que fueron viendo. Por eso ver es el verbo más usado en los Evangelios: 100 en el texto que escribió Mateo y 220 en el de Juan.

Enfrentamiento con el poder

En la Palestina del siglo I, ocupada por el brutal régimen de Tiberio César, aquello era un asunto de vida o muerte. No podía tratarse de una romántica disquisición de ideas, ni mucho menos de simples ensoñaciones y sugestiones, sino de lo que vieron con sus ojos y comunicaron, según Juan 1:1-3.

El inconmensurable milagro que implicó su mensaje, de cuyo impacto Él mismo dio fe, fue asegurar que sus palabras no pasarían (Mateo 24:35). El mensaje que la Navidad encierra se refiere al porqué de la existencia y proclamación de la verdad, un concepto que, en momentos en que las sociedades occidentales se debaten en una crisis existencial tan seria, viene a responder las tres interrogantes esenciales de la humanidad: la pregunta de identidad o quiénes somos, el origen o de dónde venimos y el propósito o por qué y para qué estamos aquí. Asimismo, el misterio del destino después de morir. Respuestas que, al descubrirlas, originan seguridad y felicidad auténticas.

A lo largo de dos milenios, el mensaje de la Navidad enfrentó cuatro grandes contrapoderes que representaron una inexorable amenaza a su existencia. El Imperio romano que, como un abortivo, desde su nacimiento pretendió acabar con él. La civilización de Roma dominaba la cultura del siglo I y, a diferencia del concepto de dignidad humana que sembró la cultura cristiana, en todo el mundo antiguo el hombre valía por su poder y sus posesiones.

Pese a esto, el mensaje navideño prevaleció frente al paganismo, no por el uso de la fuerza, sino porque, a pesar de la violencia dirigida contra el cristianismo, respondió con caridad a un mundo antiguo que no lo conocía y abrió sus brazos a los humildes y débiles.

Entonces prevalecía la idea de que Roma sería eterna; sin embargo, después de su desplome, arribó la larga noche del caos bárbaro, que acabó con la civilización de su tiempo. Cuando se desintegró la cultura grecolatina, el mundo fue azotado por bárbaros de diferentes procedencias; vándalos, eslavos, mongoles, bereberes, hunos y pictos, que devastaron las pocas ciudades que subsistían tras la caída imperial.

Supervivencia del cristianismo

Los historiadores aún se asombran al verificar cómo el cristianismo sobrevivió al cataclismo que los bárbaros representaron. De hecho, el descomunal desafío de reconstruir la cultura europea destruida por el caos vandálico fue un esfuerzo de siglos, y un logro monumental de la entonces incipiente cristiandad. El mensaje navideño preservó el legado del mundo clásico y fundamentó la cultura occidental como no lo hizo ninguna otra cosmovisión. Así fue como el cristianismo superó su segundo gran desafío.

El tercero fue el poderío del Imperio otomano, la más grande manifestación del poder musulmán en los siglos, que abarcó desde inicios del siglo XIV hasta comienzos del XX. Uno de sus objetivos culturales fue la imposición violenta del ideario musulmán y, con ello, la abolición de la cultura de la Navidad.

En su máxima expansión, incluía una enorme fracción del sureste europeo, el Medio Oriente asiático y el norte de África. Sin embargo, con el último cañonazo lanzado en la Primera Guerra Mundial, acabó la amenaza otomana y el mensaje de la Navidad aún prevalecía.

El cuarto gran contrapoder que amenazó la cultura de la Navidad fue el laicismo materialista, que dio sus primeros pasos en la Europa del siglo XVIII y se consolidó con la doctrina marxista y el poder de los sóviets en Europa del este. El siglo XX vería la proscripción del mensaje navideño no solo en esos territorios, sino también en donde el neopaganismo nazi azotaría. No obstante, cuando el poderío fascista se derrumbaba a mediados del siglo XX y el soviético al finalizar esa centuria, la intensa y cegadora luz de la estrella de Belén seguía vigorosa.

Pese a las evidencias, para los escépticos y biempensantes, el mensaje del pesebre no es otra cosa que una simple ensoñación. Pero como plantea el filósofo español José Ramón Ayllón, si la fe en el misterio de la Navidad es absurda, habría que preguntarse qué encierra esta que es razonable para miles de hombres cultos de tantas y tantas generaciones y tantos cataclismos históricos.

¿Qué misterioso designio hizo que esta quimera permaneciera sin derrumbarse, por el poder de su esperanza, entre tantos contrapoderes, imperios, revoluciones y contrarrevoluciones que se le opusieron? ¿Qué poderosa fuerza hace que, una vez que se da por desechada la esperanza del pesebre y se la califica simplemente de tradición del ayer, repentinamente esta asome firme y atrevida hacia el futuro?

fzamora@abogados.or.cr

El autor es abogado constitucionalista.