El lejano ideal de la libertad económica

Las barreras al libre comercio son antiguas y toman forma dependiendo de la época

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La libertad económica es un ideal difícil de alcanzar. Es verdad de Perogrullo que desde los inicios de la civilización la humanidad intercambia bienes.

En la antigüedad se intentó con dificultad el comercio a gran distancia entre Oriente y el Imperio romano, a través de rutas como la de la seda, que pasaba por Samarcanda, en lo que es hoy Uzbekistán.

A lo largo de una extensa red de vías empedradas y rutas mediterráneas, Roma alcanzó su poderío mediante una combinación de fuerza militar y tráfico de mercaderías circulantes desde sitios en aquel entonces tan remotos como las islas británicas y hasta los confines de Asia Menor o Damasco.

Sin embargo, el impulso comercial monopólico de Roma se vio frenado con la caída de la cultura grecolatina y el Imperio romano, que fue azotado por vándalos, eslavos, mongoles, bereberes, hunos y pictos, entre otros, que devastaron las pocas ciudades que a duras penas subsistían.

El comercio europeo resurgió siglos después, pero de forma tímida, merced a los esfuerzos de dos repúblicas independientes, la de los genoveses y los venecianos, quienes, navegando el mar Mediterráneo, volvieron a intentar el comercio con bizantinos y mahometanos.

Pero era un comercio muy limitado porque estaba circunscrito a las capacidades de las asociaciones de mercaderes de ambas repúblicas. El tráfico de bienes a gran escala y de largas distancias realmente empezó a vislumbrarse en el siglo XVI, cuando se produjo el descubrimiento de las nuevas rutas marítimas y el desarrollo del poderío naval de las potencias europeas, fenómeno gestor de la gran revolución mercantil.

A partir de ese siglo, los navegantes portugueses consiguieron llegar a las cortes del emperador Ming para proponerle comerciar, lo que consiguieron hasta que negociaron la concesión del puerto de Macao como un punto de intercambio entre ambas naciones.

Fue la época en que los portugueses dominaron las costas africanas traficando metales preciosos y mano de obra esclava. El mismo siglo en que España cerró la pinza del control, casi total, de los centros metropolitanos más ricos de América.

Conquista de América

Después de la gesta de Colón, sus súbditos Hernán Cortés y Francisco Pizarro conquistaron las capitales de los dos principales imperios del continente: en el norte, Tenochitlán, del Imperio mexica, y al sur, Cuzco, para dominar a los incas.

En el mismo siglo, Fernando de Magallanes y después Miguel López de Legazpi tomaron el archipiélago que en honor al rey Felipe II llamaron las Filipinas. Aunque es un lugar común afirmar que la globalización es un fenómeno surgido en el siglo XXI, lo evidente es que en el XVI ya era una realidad.

Si bien es cierto que el siglo XVI arroja ese fenómeno de la revolución mercantil, que es el tráfico de bienes a gran escala, también lo es que la libertad comercial era un ideal lejano, pues, conforme surgían las posibilidades técnicas de comerciar a gran escala, los imperios iban imponiendo barreras para monopolizar mercados.

Como ilustración, el Imperio español estaba controlado por una monarquía absoluta, la cual utilizaba la denominada Casa de Contratación de las Indias, y así monopolizó el comercio de las colonias españolas durante el apogeo del control de sus tierras de ultramar.

Esta férrea monopolización de la actividad comercial en regiones tan ricas y vastas, sumada al despotismo monárquico español sobre otras naciones europeas, por ejemplo los Países Bajos, provocó en el norte del continente europeo un vivo afán por la libertad comercial.

Esta reacción se tradujo en una ingeniosa idea de holandeses e ingleses de empoderar a sus comerciantes y mercaderes, permitiéndoles no solo concesiones de exploración y conquista en territorios de ultramar, sino incluso la potestad de armarse. Como era de esperar, avivó ambiciones y desató fuerzas contenidas en la iniciativa privada, que veían en sus nuevas facultades la posibilidad de enriquecerse aún más y conquistar el mundo.

Con este choque de intereses, el conflicto no tardó en llegar. Cuando en 1567 la represión española se atrevió a ejecutar públicamente a dos nobles belgas, el Parlamento de los Países Bajos desconoció la autoridad del monarca Felipe II y se inició una guerra que duró ocho décadas.

La poderosa flota de Felipe II terminó enfrentada en los mares con los distintos ejércitos de mercaderes del norte europeo, financiados por múltiples vías, incluso por los nobles alemanes.

En síntesis, se inflamó el espíritu de la libertad económica en los comerciantes que, comprometiendo activamente sus fortunas, buscaron librarse de la espada hispana. Al mismo tiempo, las asociaciones mercantiles de los Países Bajos hacían su parte, y la reina Elizabeth de Inglaterra sostuvo en dos campos una feroz batalla contra los españoles: en uno de los frentes, lo hacía formalmente con su flota real; en el otro, se valía de vías indirectas, patrocinando piratas como Thomas Cavendish y Francis Drake.

Surgimiento de compañías mercantiles

Con el fortalecimiento de los gremios de mercaderes navegantes, surgieron las compañías mercantiles de las Indias, que finalmente resultaron igualmente enemigas del ideal de la libertad comercial, pues representaban una suerte de carteles monopolizadores de la actividad comercial de ultramar.

Particularmente célebre fue la Compañía Británica de las Indias Orientales, que recibió la carta real de la corona británica, y con ello la concesión del monopolio de productos y rutas comerciales.

La Compañía Neerlandesa de las Indias fue la versión de ese tipo de carteles en los Países Bajos, y la Compañía Francesa de las Indias Orientales, de Sudáfrica a Malasia.

Así surgieron también, siglos después, las compañías danesa y sueca de las Indias. Muchas de ellas con privilegios, tales como exenciones tributarias, potestad de hacer la guerra —como la del opio contra China—, firmar avales del tesoro real, monopolizar el tráfico de bienes y rutas, y hasta nombrar embajadores en nombre de las coronas. Esencialmente mercaderes privados subordinando la libertad comercial al amparo de sus gobiernos.

Nuestro país es en tiempos modernos testigo cautivo de intereses y disputas de las nuevas potencias mercantiles, que le imponen a una pequeña nación como la nuestra, en ocasiones de forma discreta y solapada, en otras de forma abierta, presiones y condiciones para controlar su limitada actividad comercial. Un recordatorio de cuán lejos sigue estando el ideal de la verdadera libertad económica del mundo.

fzamora@abogados.or.cr

El autor es abogado constitucionalista.