El gran simulador

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No se puede engañar a todos, todo el tiempo. Nadie lo ha conseguido, y el hombre capturado en Miami no iba a ser la excepción. Si alguien creyó en él --lo que dudo-- debe estar pasando por un trance penoso, dadas las evidencias de su culpabilidad en un quehacer que tanto dolor y ruina causa a los seres humanos que, en todo el mundo, sin distinción de clases, color y credo, se ven atrapados por el vicio.

Cuatro juicios, miles de folios mecanografiados, docenas de sesiones durante el proceso y las reiteradas declaraciones de inocencia del acusado se han convertido, por la acción del Departamento de Drogas de los Estados Unidos y el aporte de las autoridades costarricenses, en letra muerta. La madeja que el tejedor del delito hiló por años se enredó en Miami, como tenía que suceder en algún momento, por esa serie de imponderables que conspiran contra la eficiencia, cuando de burlar la ley se trata, aunque sea el más hábil de sus quebrantadores. Así lo entendió en los últimos años de su vida, tras las rejas, el famoso gángster Al Capone. Tiró todo lo que quiso de su madeja hasta que, por una casuística falla de sus contabilistas, fue aprehendido por evasión fiscal. El delito no paga, pese a que unos pocos se empeñan en defender lo contrario.

Las autoridades han dado con un capo. El hilo, posiblemente, los lleve a otros de mayor o menor rango ya que, en materia de narcotráfico, como en la guerrilla, hay redes paralelas que empiezan a actuar cuando el negocio ilícito amenaza con ser desarticulado. En cada joven intoxicado, en cada muerte por sobredosis de un ser humano, en cada tragedia familiar por la intromisión traicionera de los estupefacientes, muchos costarricenses visualizaremos por un buen tiempo el rostro cínico del gran simulador, cuyo nombre ni siquiera merece la pena mencionar.