El golpe avisa

Para un avión que viaja hacia ninguna parte, la velocidad efectiva de vuelo es literalmente cero, así sea el padre del optimismo nuestro capitán

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Voltaire llamaba a Leibniz «el padre del optimismo», debido a su famosa —y tergiversada— teoría de que vivimos en el mejor de los mundos posibles (Teodicea, 1710).

Cuando me preguntan si soy optimista, casi siempre respondo, tal vez maleducadamente, con otra pregunta: ¿En qué contexto? Pues, si uno se pone a pensar seriamente en el asunto, constatará que el optimismo es muchas veces un sentimiento exagerado, cuya validez tiene escenarios muy constreñidos en la vida en general.

Pongamos un caso extremo: pensemos en un avión. Ahí, el optimismo o pesimismo de los pasajeros suele ser irrelevante. Hay personas que rezan y sacan alhajas de la suerte, mientras otras beben alcohol y duermen a pies tendidos. Las primeras, apesadumbradas por la incertidumbre y el miedo; las segundas, reconfortadas en el optimismo de la indiferencia, intuyen que en ningún momento la vida es menos peligrosa que un avión que viaja a miles de metros de altura.

Insisto: la postura emocional de los pasajeros en este contexto es irrelevante. Por otra parte, no es así para quienes «administran» el vuelo. Los auxiliares (copilotos y azafatas) tienen la enorme labor de transmitir confianza y certeza a los pasajeros, mientras que el piloto les procurará la seguridad necesaria a partir de su —¡ojalá!— desquiciada idea pesimista de que en cualquier momento todo se puede ir al carajo.

Podemos, por tanto, identificar emocionalmente a todas las personas que viajan en el avión con los infinitos puntos del intervalo que va desde el entusiasmo moderado de la tripulación asistente hasta la conducta obsesivo-compulsiva del capitán.

Veamos el panorama costarricense. Dicen por ahí, ¡y se divulga viralmente!, que los costarricenses vivimos en el país más feliz del mundo. Que el optimismo manifiesto del pura vida nos desnuda de pies a cabeza. Y, además, que nos sentimos orgullosos de nuestras instituciones y valoramos más una sonrisa que un fajo de billetes.

Se dice (¡disculpen la redundancia!) que todos somos ecologistas por naturaleza, que amamos la libertad y nos jactamos de no tener un ejército, pues nos gustan más los violines que las ametralladoras.

Sin embargo, ¿se corresponderá esta autopercepción costarricense con nuestra realidad? ¿No son equiparables estas descripciones emocionales con las manifestaciones de la clase turista del avión en vuelo? ¿No estarán acaso cargadas de un optimismo simplón y romántico? ¿Ojos que no ven, corazón que —realmente— no siente?

Lo cierto es que bastaría con mirar de reojo por aquí y por allá para darse cuenta de que, ciertas o no, esas percepciones son irrelevantes y parecen no determinar el rumbo que está tomando nuestra destartalada avioneta.

Pues, frente a la corrupción público-empresarial, la vanidad de los faranduleros de turno, además de la colosal desigualdad jurídica y económica de la población, más la matonería pusilánime de muchos de los supuestos «administradores de vuelo» (políticos, banqueros, académicos, etc.), hacen que todas estas simples y románticas autopercepciones sirvan de poco o nada para mejorar la realidad del ciudadano consciente y previsor; salvo, eso sí, que lo que andemos buscando sea mejorar los filtros de una felicidad fingida para una selfi. ¡Alegrón de burro!, decían nuestros abuelos.

Pareciera que nuestro desmedido optimismo colectivo del «todo va bien, pura vida», quisiera tener el mismo efecto que predice la teoría del caos con respecto al aleteo de una mariposa: provocar una tormenta de alegría y optimismo ciego ante la volatilidad de un futuro cada vez más oscuro, ética y moralmente decadente.

«Nuestro avión viaja a 600 km/h», nos informan los auxiliares del viaje, con su habitual cortesía, para que todos nos hagamos la idea del tiempo aproximado de llegada. Pero ¡cuidado! Ya nos lo advertía Publio Siro en el siglo I a. C.: «No se puede hacer nada con prisa y seguridad a la vez».

Así, que no nos dejemos engañar; para un avión que viaja hacia ninguna parte, la velocidad efectiva de vuelo es literalmente cero, así sea el padre del optimismo nuestro capitán. El golpe avisa.

barrientos_francisco@hotmail.com

El autor es matemático.