El efímero e incomprendido paso por el poder

Incluso los que tuvieron una salida dorada me contestan que volver a la llanura no fue nada fácil

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A lo largo de los años, he logrado hablar por cuestiones de trabajo con muchas personas que ocuparon por un tiempo cargos públicos de poder e influencia. Me refiero a ministros, viceministros, expresidentes de la República, presidentes de instituciones autónomas y empresas públicas, diputados y hasta algún alcalde poderoso. Siempre que tengo la oportunidad, les hago esta pregunta: ¿cómo fue eso de volver a la llanura, pasar de una posición de mando, con personas a su servicio, disfrutar de otras ventajas del poder, a ser un ciudadano o una ciudadana más?

Algunos lograron saltar a muy buenos puestos, usualmente en el exterior, lo que les permitió una salida dorada. Sin embargo, una gran cantidad, quizá la mayoría, volvieron a su lugar de origen. Los que tenían empresas propias o trayectorias profesionales destacadas experimentaron un aterrizaje suave, pues tenían asegurada su situación previamente. Sin embargo, muchos cayeron como un saco de papas en el anonimato: la exdiputada Z, a su puesto como profesional en alguna institución; el exalcalde J, a su modesto bufete o comercio; el exministro W, a desempeñarse como asesor municipal, y aquel, a pulsearla como consultor. Uno se los topa en la calle, pues, desposeídos del aura de poder que tuvieron por cierto tiempo, y dice: “¡Mirá vos!”.

Por lo general, aun los que tuvieron una salida dorada, me contestan que volver a la llanura no fue nada fácil. Aunque muchos sintieron alivio de no tener que lidiar diariamente con clavos y presiones, les hace falta la adrenalina asociada con el ejercicio cotidiano del poder. Pasar de ser reconocido como alguien importante y, el día después, como “otro más y no joda”, implica toda una gimnasia mental.

Cuando veo ministros y diputados y, más en general, a quienes ocupan cargos públicos temporales contestar prepotentemente, comportarse de manera arrogante, hacerse los gatos bravos, defender lo indefendible, me pregunto: ¿no se darán cuenta de que en un par de años la mayoría volverá a la oscuridad cotidiana, que pocos tienen asegurado el día después, que nadie los defenderá?

Antes, cuando había partidos, por lo menos muchos sabían que harían carrera política, lo que les posibilitaba ir colgándose de puesto en puesto. Ahora no. Hasta por conveniencia personal, ¿no conviene tener una actitud dialogante durante ese efímero período en que tienen poder? En todo caso, nos veremos.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.