El dinero no garantizará la equidad mundial en materia de vacunas

El Banco Mundial promete $12.000 millones para ayudar a los países pobres a comprar y distribuir vacunas, pruebas y tratamientos anticovid, pero su compromiso carece de información crítica

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NUEVA YORK– Sudán del Sur recibió su primer lote de vacunas contra la covid-19 en marzo. Si bien esta es una buena noticia, se produjo casi cuatro meses después de que se administraran las primeras dosis en el Reino Unido, lo que pone de manifiesto las amplias disparidades en la distribución mundial de vacunas.

Si estas diferencias no se aminoran pronto —con el liderazgo de organismos internacionales que se cercioren de que el despliegue de vacunas a escala mundial sea transparente y equitativo— toda la respuesta a la pandemia se verá en dificultades.

Sudán del Sur recibió sus dosis gracias al Mecanismo de Acceso Mundial a las Vacunas contra la Covid-19 (Covax), que ha estado a la vanguardia de los esfuerzos para garantizar el acceso equitativo a las pruebas, los tratamientos y las vacunas en el orbe. Instituciones como la Organización Mundial de la Salud, el Banco Mundial (BM) y la Unicef apoyan estos esfuerzos.

Pero los países ricos están obstaculizando el progreso al seguir acaparando suministros. En Estados Unidos se están administrando 2,1 millones de dosis al día; en Sudán del Sur se han administrado unas 1.000 vacunas en total. En general, los residentes de los países de ingresos altos y medios han recibido el 83 % de los 1.200 millones de dosis de vacunas suministradas hasta ahora.

De hecho, la combinación de las prohibiciones a las exportaciones de vacunas, el acaparamiento y la escasez del suministro se ha traducido en que el mecanismo Covax, hasta ahora, solo ha podido entregar una de cada cinco dosis de Oxford-AstraZeneca que se suponía llegarían hasta finales de este mes a los países beneficiarios de este mecanismo. A este ritmo, las economías avanzadas podrán vacunar a toda su población incluso antes de que muchos países de bajos ingresos comiencen su despliegue de vacunas.

Para acelerar el proceso, los bancos internacionales de desarrollo han comprometido una financiación considerable para ayudar a que los países pobres adquieran y distribuyan vacunas, pruebas y tratamientos. Solo el BM prometió aportar $12.000 millones. Pero los detalles de su promesa se están disipando, lo que aumenta el riesgo de que un dinero tan necesario se desperdicie por falta de control.

Para empezar, el BM aún tiene que aclarar cómo utilizará su poder de mercado para garantizar que las dosis sigan siendo asequibles. Pero a medida que los productores de vacunas, como por ejemplo Johnson & Johnson, retroceden y se alejan de sus promesas de hacer que estén disponibles en una modalidad sin fines de lucro, esta intervención del BM se hace cada vez más urgente.

Las tres empresas farmacéuticas estadounidenses con vacunas aprobadas (Pfizer, Moderna y Johnson & Johnson) ya compartieron con los inversionistas planes para aumentar los precios de las vacunas en un futuro próximo. En el momento de poner a disposición $12.000 millones para la adquisición de vacunas, no se puso en claro qué medidas está tomando el BM para hacer que los fabricantes de vacunas compartan la tecnología y los conocimientos para incrementar la producción mundial.

Además, el BM sigue esforzándose por explicar cómo se propone garantizar que sus gastos sean transparentes o cómo va a cerciorarse de que los países cumplan los planes para hacer llegar las vacunas a las poblaciones prioritarias. Como bien sabe el Banco, un diseño deficiente de los programas y un despliegue defectuoso de las vacunas conduciría a costos exorbitantes y resultados injustos.

La primera operación de adquisición de vacunas contra la covid-19 financiada por el BM tuvo lugar en el Líbano en enero; sin embargo, fue casi suspendida un mes después debido a que los políticos estaban vacunándose antes que las personas con mayor prioridad, como por ejemplo que los trabajadores del sector salud.

La transparencia es vital para limitar tales comportamientos, pero el BM puede estar metiéndose en algo que simplemente es más de lo mismo: recientemente aprobó un proyecto en Etiopía, donde similares situaciones en cuanto a la priorización en la vacunación es un riesgo conocido. También aprobó un proyecto en Túnez, donde las dudas y el escepticismo sobre las vacunas, así como los esfuerzos de desinformación sobre estas son muy sustanciales. Todos estos factores pueden socavar aún más la eficiencia de un programa, si no se abordan de manera eficaz.

Estos proyectos se están diseñando a gran velocidad. Con demasiada frecuencia, sin embargo, los equipos del BM (en la sede en Washington D. C. o los ubicados en los países que buscan fondos) están desarrollando los mencionados programas de vacunas sin contar con el aporte de todas las partes interesadas esenciales. Si los grupos que corren el riesgo de ser excluidos de los despliegues de inoculación no participan en el diseño y seguimiento de los proyectos, se incrementará mucho más la probabilidad de que queden rezagados.

Tales grupos incluyen a refugiados, prisioneros y personas que viven en barrios marginales y bajo otras condiciones de hacinamiento. En Grecia, por ejemplo, más de 70.000 solicitantes de asilo están siendo excluidos del programa.

Las minorías perseguidas, como la población rohinyá de Myanmar y los dalits, también llamados intocables, de la India (grupo de menor rango en el sistema de castas del país), corren un alto riesgo de ser ignorados. Además, la coordinación en las zonas de conflicto, como es el caso de Siria, plantea un desafío ya que los gobiernos pueden incluso ignorar a las personas en estos territorios.

Los programas de vacunación en los países deben incluir protecciones claras para los más vulnerables, y el BM debe utilizar su influencia para prevenir la discriminación en la ejecución de sus proyectos. Toda financiación de vacunas debe supeditarse a la distribución justa y segura de las dosis. Debe llevarse a cabo la supervisión y seguimiento de los proyectos, tal como la propia Junta Directiva del Banco solicitó recientemente.

Para que todo esto funcione, el BM debe entrar en contacto directo con los grupos marginados. Sus puntos de vista son esenciales para determinar la mejor manera de gastar los fondos prometidos y garantizar la rendición de cuentas mediante la impugnación del uso indebido de los recursos y la asignación incorrecta de las dosis.

El despliegue mundial de vacunas es una prueba de crítica importancia para una institución cuya misión declarada es «poner fin a la pobreza extrema y promover la prosperidad compartida». Afortunadamente, hay razones para esperar que el BM supere la prueba. Su presidente, David Malpass, califica la crisis de «pandemia de desigualdad», y uno de sus rasgos distintivos es la desigualdad en el acceso a las vacunas.

Sin embargo, el simple hecho de arrojar dinero al problema no será suficiente para resolverlo. Solo una estrategia transparente, inclusiva y bien diseñada que proteja explícitamente los intereses de los más vulnerables y les brinde una forma de hacer sonar la alarma cuando las cosas vayan mal lo hará. Ese sería dinero bien gastado.

Rosalind McKenna: es gerenta de equipo en la división de financiamiento del Programa de Salud Pública de la Open Society Foundation

© Project Syndicate 1995–2021