El deber de pensar

Me pregunto si Jorge Luis Borges tenía razón cuando dijo que la patria es una mala costumbre

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Inflexibilidad, intransigencia, intolerancia. ¿Cuestión de matices? Se dice que Stalin jamás olvidaba una ofensa y nunca perdonaba a quien le hubiese rebatido un argumento o se le hubiese opuesto en alguna discusión. ¿Intolerante, intransigente o inflexible? Estos términos que se tienen por sinónimos no significan lo mismo.

Lo digo mientras se apagan los ecos de la agresión al escritor Salman Rushdie, el mes pasado. “Estoy informando a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de ‘Versos satánicos’, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte. Hago un llamamiento a todos los musulmanes valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora…”. Eso dijo el ayatola Jomeini hace más de treinta años, y es la causa de las puñaladas que el novelista recibió.

Fuera intransigencia, inflexibilidad o intolerancia, el hecho es que el caldo de cultivo de este drama es en buena medida la claudicación del deber moral de pensar. Buen ejemplo de ello lo enseña el principio de liderazgo, pauta fundamental organizativa del partido nazi, que se ha descrito así: “Todo el poder para el Führer, incluso el de tomar decisiones arbitrarias; lealtad personal e incondicional para con él”. Y ya ven los resultados.

Por los días del atentado contra Rushdie, se ha desatado una campaña propagandística entre los escolares rusos, materializada en una clase obligatoria de educación patriótica y traducida en eslóganes del tipo “la felicidad de la patria es más valiosa que la propia vida” o “por la madre patria no da miedo morir”. De ahí a una colectividad fanatizada no hay más que un paso. A la vista de estos ritos, me pregunto si tenía razón Jorge Luis Borges cuando dijo que la patria es una mala costumbre.

De los tres términos, posiblemente la inflexibilidad equivalga al menor de los males. Un ejemplo criollo es lo que ocurre actualmente con el nombramiento del presidente en la Corte Suprema de Justicia, de cuyos integrantes se esperan altos grados de prudencia, racionalidad y sentido común. Después de numerosas votaciones fallidas, que perjudican la credibilidad del órgano judicial, es notorio que ninguna opción cumple los estándares de calidad con los que coincidiría la mayoría. Lo prudente es abandonarlas todas y sacar por consenso otro conejo de la chistera.

carguedasr@dpilegal.com

Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPIlegal.