El debate sobre el corto y el largo plazo

En las mesas de diálogo se sientan quienes tienen visión y quienes no, por eso alcanzar acuerdos es difícil en los países latinoamericanos

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Cuando se hace un recorrido por los países latinoamericanos y sus dificultades para alcanzar acuerdos sobre el futuro y las aspiraciones de los habitantes, hallamos varios enfoques.

Por un lado, se sientan en la mesa de los llamados diálogos nacionales quienes defienden el corto plazo, los que dicen que hay que recuperar la economía y luego veremos lo demás, pero también los defensores del largo plazo, quienes manifiestan que la llave maestra para entrar en el futuro es la transformación de la educación y sumirse en la era del conocimiento.

En esas grandes mesas de diálogo están presentes también los que siguen hablando de lo que hay que hacer; sin embargo, escasean los que plantean de manera racional el cómo hacerlo. Los primeros proponen idearios y grandes soluciones; advierten que nuestras sociedades son «ingobernables» y ejecutar esas ideas es muy difícil, incluso, quizás, un desafío generacional.

Para una buena mayoría, el solo hecho de sentar a las partes ya es un triunfo, y hasta lo celebran. Para otros, es caer en más de los mismo, en crear expectativas de que ahora las cosas serán diferentes, pero luego vuelven a hacer las mismas cosas y obtienen los mismos resultados.

Lo cierto es que el tiempo no se detiene mientras suceden estos diálogos en nuestras sociedades; la dinámica global sigue marcando un paso, como una suerte de tren que avanza por momentos más rápido que en otros. Nuestra discusión sigue siendo si subimos al tren o vamos corriendo detrás para no perderlo de vista. Hay ocasiones en que lo miramos lejano; otras, en que nos montamos y luego, en la siguiente parada, nos bajamos de nuevo.

La historia y la ciencia dicen que la velocidad de ese tren la generan cuatro fuerzas (primarias): la globalización económica, la transformación tecnológica, la demografía y las migraciones y el cambio climático. Tales fuerzas continúan empujando, aunque nosotros no logremos acuerdos.

La evolución de nuestras sociedades latinoamericanas, cargadas de potencial para viajar en primera clase, sigue siendo incierta. Por coyunturas, se obtienen grandes logros, pero en ocasiones más bien se ralentiza o pierde el avance, y se perpetúa la precariedad de enormes grupos de nuestra población.

El aumento de la desigualdad social en los países de América Latina debe ser motivo de una «vergüenza constructiva» como habitantes de esta región. Entonces, retomamos la discusión histórica. No se trata de crear riqueza solamente sino, fundamentalmente, de repartirla de manera equitativa.

De este modo, es muy difícil un acuerdo en pro del bien común si algunos piensan a corto plazo y otros, a largo plazo; o cuando unos insisten en el qué hacer y otros en el cómo hacerlo, cuando unos buscan beneficios personales de la política y otros piensan en el país, cuando unos piensan en crear riqueza para ellos y otros en cómo distribuirla para el bien de toda la sociedad.

Lo planteado no es ninguna novedad, y desde hace algún tiempo se habla sobre la importancia de un cambio estructural en la forma de crear y distribuir la riqueza, acerca de la insuficiencia del capitalismo y que al populismo se le está acabando qué repartir. No obstante, la pandemia nos ha abierto una ventana de oportunidad para el cambio.

Como lo han afirmado muchos futuristas y quienes reflexionan sobre el cambio social, después de la pandemia, muchas cosas ya nos serán como antes y tendremos en la nueva normalidad cambios de hábitos y conductas, y la creación de otros valores como humanidad, que nos van a demandar transformaciones estructurales y permanentes.

Es muy posible que tras el surgimiento de una serie de nuevos emprendimientos y modalidades de trabajo parcial, el Estado deba repensar las formas tradicionales de regulación, lo cual se refleja en los trabajadores a destajo, los pagos a través de Sinpe Móvil y los negocios más tradicionales como Uber, DiDi, Airbnb, entre otros. Pero podríamos estar ante una era de ralentización significativa del consumismo y un auge del pensamiento por el bien común.

Varios analistas aseguran que estamos a las puertas de contratos sociales renovados, producto de un cambio en la relación obrero-patronal, empujada por el teletrabajo, mas también frente a una transformación educativa sin precedentes, estilos de vida saludables y preocupación por los desafíos globales, entre estos, el ambiente.

Esta gran posibilidad para nuestra generación es dejar para la historia prácticas humanas que ya no responden al momento actual, y no puede ser un paso improvisado, por el contrario, es una oportunidad para el pensamiento a largo plazo que ofrece la prospectiva estratégica.

Esta disciplina, según sus padres y fundadores, nos da la ocasión de «pensar y actuar de manera diferente», de «iluminar la toma de decisiones en el presente con la luz de la información que nos muestra el futuro».

Como se plantea en el debate entre el dios del tiempo (Cronos) y el de la oportunidad (Kairós), asistimos como sociedad mundial y latinoamericana a una decisión histórica; es momento de decidir la sociedad que queremos y desechar el mundo que no deseamos; sin embargo, dados los caprichos de Kairós, ese chance no va a estar ahí por mucho tiempo, esperándonos para ver qué hacemos; pasará como el tren, y deberemos decidir si lo abordamos o corremos detrás de él.

La reflexión sobre la sociedad en general también se aplica a las instituciones, empresas, organizaciones y las propias familias. Lo fundamental es tener la convicción de que el futuro no está determinado, que lo construyen las decisiones tomadas en el presente.

jc.mora.montero@gmail.com

El autor es docente en la UNA y la UCR.