¿Egoístas o altruistas? Una síntesis democrática

La pregunta nos ha perseguido a lo largo del tiempo, al intentar definir la naturaleza humana

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

¿Egoístas o altruistas? La pregunta nos ha perseguido a lo largo del tiempo, al intentar definir la naturaleza humana. La respuesta, anclada en la biología evolutiva a la que tanto aportó el recién desaparecido científico y humanista Edward Wilson, está de sobra resuelta: ambas cosas. Somos una pequeña caja de impulsos en pugna.

En la dimensión individual, la (buena) síntesis dependerá en gran medida del autocontrol, la introspección, la educación y el ejemplo de quienes nos rodean. En la social, es más complicado. Su resultado está ligado no solo a factores individuales, sino a cómo organizar las interacciones de personas y grupos. Y en ese ámbito de lo social que es la política, la clave para el mejor resultado son las instituciones democráticas. Me refiero a las normas y estructuras acordadas libremente que enmarcan, guían y limitan, con capacidad de renovación, el ejercicio del poder, a sabiendas de que si este se deja solo a la voluntad de quienes lo detentan, el resultado, más que egoísta, será catastrófico.

Lo anterior sintetiza por qué tengo tanto recelo de los dirigentes (o aspirantes a serlo) que plantean como divisa para llegar al poder su simple y declarada voluntad de hacer el bien, lo que a menudo pasa, según su discurso, por desdeñar —o hasta perseguir— a quienes hacen el mal. Como se trata de una distinción tan subjetiva, en ausencia de instituciones que filtren estos impulsos, el resultado será la arbitrariedad.

La buena teoría y praxis democráticas, desde diversas influencias, lo han entendido plenamente. De ahí la separación de poderes, el reconocimiento de derechos que no se pueden borrar, aunque el “soberano” lo diga, el apego al Estado de derecho como canal para las decisiones y la distinción entre “legitimidad de origen” (cómo llego al poder) y “legitimidad de desempeño” (cómo lo ejerzo). De ahí nuestra Constitución, Asamblea Legislativa, Poder Ejecutivo, Poder Judicial, Tribunal Supremo de Elecciones, Sala Constitucional y claro enmarcado de la participación democrática. Se llama democracia liberal.

Todo lo anterior es parte de nuestra cultura democrática, síntesis de control al egoísmo y estímulo al altruismo. Pero su existencia y perfeccionamiento no son definitivos. De ahí la importancia de defenderla y perfeccionarla sin pausa.

Correo: radarcostarrica@gmail.com

Twitter: @eduardoulibarr1