Educación temprana

Nuestros niños apenas si se asoman a la educación a los siete años, es decir, con tres años de atraso en relación con los países que mejores índices educativos tienen.

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El cerebro de los niños se desarrolla aceleradamente en los primeros cinco años de vida y ese desarrollo está íntimamente relacionado con su adecuada alimentación y con el contexto, que debe proporcionarles los estímulos psicológicos y académicos adecuados.

Está demostrado, también, que la socialización temprana en los centros maternales, en los jardines de niños y en las instituciones de preprimaria contribuyen fuertemente a la facilidad con que los niños aprenden el lenguaje materno y los valores sociales.

Estos conocimientos han sido divulgados desde hace muchos años por instituciones como la Cepal, la Unicef y otras similares.

Al menos el 20 % de los niños viven en situación de pobreza y están mal alimentados. La carencia de trabajo de los padres causa, generalmente, situaciones de violencia que los incapacita para otorgar los estímulos necesarios para el desarrollo mental de los niños.

Existe en Costa Rica una población infantil grande que no solo carece de las proteínas necesarias para su desarrollo mental, sino que también están privados del sustrato psicológico que les permitirá seguir una educación formal.

Educación. Nuestra sociedad tiene más o menos claro el asunto y, por ello, hemos consignado en nuestra Constitución Política la urgencia y la obligación de dotar a la educación de un presupuesto equivalente al 8 % de nuestro producto interno bruto (PIB). Pero, evidentemente, no es suficiente para solventar el problema de la exclusión temprana de un gran contingente de niños.

En mayo del 2017, el Consejo Superior de Educación aprobó una reforma al Reglamento de Matrícula y Traslado de Estudiantes, la cual establece la obligatoriedad de la educación preescolar y requiere del certificado de asistencia al ciclo de transición previo al ingreso a la escuela primaria.

El cumplimiento de ese paso permitiría atender, en parte, las carencias de la población infantil en situación de pobreza, pero, desafortunadamente, la matrícula en la educación preescolar crece a ritmos muy modestos, lo cual ha impedido que los avances se reflejen en las tasas de cobertura.

Entre el 2000 y el 2016, la matrícula se incrementó en promedio un 3 % anual, pero en el último quinquenio el crecimiento fue de menos del 1 % anual, y desde el 2014 registra descensos y se amplían las brechas en la asistencia a preescolar según el ingreso económico familiar.

El porcentaje de niños matriculados en preparatoria que provienen de los dos primeros quintiles bajó del 41 % en el 2010 al 34 % en el 2015 (Estado de la Educación 2017).

Lectura. La exministra de Educación Sonia Marta Mora informó que nuestros niños no pueden aprender a leer en primer grado, y que tal destreza la adquieren en el segundo grado de primaria. Es de suponer, porque no tuvimos acceso a los estudios correspondientes, que la causa del retraso se debe a la falta de un tratamiento concreto a la situación de la ausencia de la escuela temprana.

Mientras los niños de Estonia o Finlandia ingresan a la educación preescolar a los cuatro años, los nuestros apenas si se asoman a la educación a los siete años, es decir, con tres años de atraso en relación con los países que mejores índices educativos tienen. Y para peor de males, lo hacen en aulas que carecen de calidad, de espacio físico, de mobiliario, de materiales y libros y de docentes adecuadamente calificados.

Son muchos los retos que enfrentamos como país para que todos los niños tengan las justas oportunidades para su desarrollo, pero entre ellas, y fundamentalmente, debemos garantizar que todos los niños ingresen a los niveles preescolares y tengan la calidad de la educación requerida, para lo cual resultan claves la infraestructura escolar, el conocimiento y preparación de los docentes y el ambiente adecuado en las aulas.

Expongo las anteriores reflexiones porque es un hecho que si no hacemos de la educación preescolar un ciclo universal y obligatorio para todos los niños de Costa Rica, estamos conscientemente propiciando la desigualdad y la exclusión que tanto afirmamos rechazar.

Palabras más, palabras menos, eso fue expuesto con enorme claridad por el Dr. Julio Calvo, rector del Instituto Tecnológico de Costa Rica, en un reciente programa de Amelia Rueda.

En estos momentos, el presidente de la República discute con los rectores de las universidades públicas la distribución del presupuesto para la educación, al tiempo que se dilucida la distribución del Fondo Especial para la Educación Superior (FEES), que proveerá a las universidades de recursos.

Esperamos que de esas discusiones salga luz verde para que el FEES también proporcione recursos para el INA y para las instituciones técnicas que podrán ayudar a disminuir el desempleo. Asimismo, llamamos la atención para que se examine el grado de calificación con que cuentan los docentes provenientes de instituciones públicas y privadas. Esperamos que el Consejo Superior de Educación y el ministro del ramo reclamen los recursos necesarios para la educación preescolar.

Si de verdad nos preocupa la pobreza, la brecha social, la exclusión y la falta de oportunidades, actuemos acorde y dotemos de recursos idóneos a la escuela preprimaria y primaria con prioridad absoluta, tanto en términos de infraestructura y materiales, cuanto en calidad docente.

Se trata del “interés superior del niño” establecido en nuestro Código de Infancia y claramente en la Constitución Política.

La autora es filósofa.