Economías simples pero significativas

Fray Víctor Manuel analiza la obra de Rafael Tello (uno de los teólogos de la base del pensamiento del papa Francisco), desde la relación entre “cultura popular” y economía.

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Reflexionando sobre la obra de Rafael Tello (uno de los teólogos de la base del pensamiento del papa Francisco), me he preguntado sobre la relación entre “cultura popular” y economía. Esta no es una de las temáticas principales en el fragmentario pensamiento de Tello, pero no deja de ser una cuestión interesante para ser afrontada. Sobre todo, porque no encontraremos en Tello ninguna respuesta a las preguntas que seguramente no le interesaban.

En efecto, Tello solo considera la economía en un aspecto macroestructural: su praxis como consecuencia política de la injusticia. Con todo, la originalidad de su punto de vista suscita la reflexión en múltiples sentidos, incluso en el económico.

Tello mantiene que en América Latina existe un pueblo que tiene un propósito: tender a la plenitud de la vida, a la felicidad para todos. Esta es una afirmación radical en un mundo como el nuestro, porque implica que existe un grupo significativo de personas que se han aunado en este esfuerzo.

En efecto, el término “pueblo” no se circunscribe a un grupo étnico o a una identificación geográfica o cultural, sino a la unión voluntaria de seres humanos que tienden al bien común desde un fin último, que ha sido heredado de la primera evangelización cristiana: la felicidad de todos.

Este pueblo genera, a su vez, una cultura que tiende a una visión cultural diversa a la promovida por los estratos dominantes de la sociedad.

La lógica del pueblo no es la razón de la eficiencia capitalista, pero eso no implica que su cultura y su intención primera sea convertirse en una subversión política. La praxis del pueblo pasa inadvertida a los dominadores porque se manifiesta en la elección de opciones no consecuentes con la lógica del máximo aprovechamiento con la menor cantidad de recursos posibles en el marco de la legalidad.

La manera de actuar del pueblo se concreta en la solidaridad espontánea en el ámbito de las relaciones sociales concretas y simples. El pueblo es un sujeto político, no politiquero; es un actor político, pero no exige un liderazgo, ni un lugar en la determinación de la estructura institucional.

Concepción solidaria. Desde un punto de vista económico, podríamos decir que este pueblo es representante de una concepción solidaria o comunitaria de los recursos. En efecto, la finalidad que tiene no es la ganancia particularizada, sino socializada. En otras palabras, la ganancia es sustancial cuando es compartida.

Pensar así requiere una lógica diversa a la que estamos acostumbrados en lo económico. No importa la ganancia, sino el efecto que la actividad económica tiene sobre los otros. Su punto de interés, por tanto, gira en torno a un sujeto colectivo y personal, pero no legal (nos referimos a los entes sociales que adquieren una personalidad jurídica: sociedades, asociaciones, fundaciones, instituciones, entre otras cosas del género). Por tanto, se trata de una opción consciente: el pueblo se organiza para garantizar la vida de las personas.

Se necesitan muchísimas clarificaciones cuando pensamos la realidad desde esta óptica. Lo primero es preguntarse si un individuo se siente parte del pueblo o no. A todas luces esta es la cuestión medular porque implica el grado de vinculación que se tiene con otros y la motivación para entablar esas relaciones.

En efecto, uno puede ser muy popular, en el sentido de estar en medio de un grupo de personas a las cuales se les da trabajo y garantías económicas o se les ofrece un servicio singular, pero a la vez no sentir ninguna vinculación con ellas. Eso quiere decir que no se es parte de su dinámica existencial. Por tanto, no se es parte del pueblo.

Ser pueblo exige de la persona una opción existencial y epistemológica muy concreta: buscar el bienestar de todos. Una persona puede pertenecer a las clases populares, pero negarse a aceptar el reto de bajarse para ser como el necesitado. Ser pueblo implica identificarse con la causa de la solidaridad radical, aunque eso implique el riesgo de perder algún privilegio.

Relación. La segunda cosa que hay que clarificar es la relación que existe entre ser pueblo y el mundo económico en el que nos movemos. Desde el pensamiento de Tello, podríamos decir que el pueblo no se problematiza en referencia al orden del mundo, porque lo asume tal y cual es, con sus cosas buenas y oscuras. Pero dentro de ese mundo hace una opción, no consentir con la lógica del egoísmo.

En este sentido, Tello tiene una intuición genial: las relaciones económicas están en directa relación con las relaciones afectivas entre las personas. Cómo nos percibimos ante los demás, es un valor fundamental y clarificador de las opciones económicas. Es decir, si alguien se siente jefe absoluto de su economía, que tiene que defender a ultranza de los demás para salvaguardar su patrimonio, deja de ser pueblo.

La tercera cosa, participar de la cultura del pueblo no implica una división clasista. Tello siempre habla de una opción de un miembro de la Iglesia (claro, es un pensamiento cristiano católico, aunque con notables consecuencias para el ámbito secular, como se verá más adelante), pero sus presupuestos implican siempre que se trata de una persona formada en el magisterio social, que hace una opción por no formar parte de su estructura institucional (si bien con matices).

Esta persona busca insertarse en la lógica del pueblo, que tiene una “espiritualidad original”, simple, intuitiva y particular, históricamente hablando.

La idea principal es que no se debe crear una división clasista, porque eso induce al error. Quien hace la opción por ser parte del pueblo, provenga de donde provenga, no puede renegar de su identidad. Sin embargo, tiene que buscar insertarse en la lógica cultural de las clases populares, es decir, entenderse y expresarse en un ámbito cultural diverso.

De ninguna manera puede actuar contrariamente a la forma de pensar y de actuar del pueblo porque traicionaría el actuar salvífico de Dios dentro de este, que es simple, inmediato y no institucionalizado. En términos políticos seculares, al actuar contrariamente, se traicionaría el sentido humanista de las clases populares. Ser pueblo no implica ser obsesivamente religioso, sino radicalmente solidario.

Humanidad. Hay que entender que ser pueblo no significa hacer un modus vivendi el renegar de la institucionalidad (eclesiástica o civil), sino vivir marginalmente a su fortalecimiento. No hay conflicto entre el pueblo y la institución (vale decir, eclesiástica, civil, política o jurídica), porque nadie del pueblo está interesado en el poder. Lo que cuenta es la humanidad expresada en opciones.

Lo importante sería la utopía social a la cual se tiende, aunque siempre puede ser perfeccionada, con base en la experiencia vivida y en los resultados alcanzados. Por eso, la vida del pueblo puede ser motor de cambio social y de transformación institucional, aunque no lo pretenda.

Y, por último, la acción del pueblo puede vincularse siempre a la fe y a la esperanza, aunque no siempre a la caridad. Esta consecuencia del pensamiento de Tello hace ver su increíble realismo.

Para la gente pobre, la caridad extrema no siempre es posible, dada su situación marginal. Eso no quiere decir que el pueblo sea incapaz de caridad, sino que esta implica un grado más alto en la espiritualidad humana. La caridad es renuncia de sí mismo, pero cuando la vida ha recaído en la precariedad continua, la caridad es un ideal tan alto que es difícil de alcanzar para todos.

De nuevo, hablando en términos políticos, la convicción de luchar por el pueblo y su bienestar, la utopía social, son valores auténticos y valiosos. Pero el ideal político, nunca alcanzable, es la total renuncia de sí mismo por el bien del otro.

A este punto, solo la prueba de la historia puede dar su veredicto. Y, desde un punto de vista económico, ¿acaso no estamos tocando las puertas de lo que nos hace ser auténticos administradores de nuestra casa común que es el mundo?

El autor es franciscano conventual.