Dotemos a la política del espíritu navideño

La importancia de que el espíritu de la Navidad incida más allá de diciembre en tantos ámbitos como nos sea posible

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Pocos escritores como Charles Dickens han perfilado con tanto encanto esa sensación imponderable que llamamos espíritu navideño. Cuando, en “Un cuento de Navidad”, relata el trayecto de Ebenezer Scrooge desde su turbia soledad e irrefrenable avaricia en la Inglaterra victoriana hasta un despertar de bondad y generosidad, el mensaje subyacente es claro: los seres humanos podemos redimirnos si existen los estímulos adecuados. En este caso, lo proveen tres fantasmas que, al visitarlo en sueños, le infunden nuevos impulsos. Son ellos el espíritu navideño.

No en balde Dickens escribió: “Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año”. No se refirió a la Navidad como postal, ni siquiera solo como celebración cristiana. Va más allá: es la Navidad como fuerza generadora de esperanza, comprensión y fraternidad; lo que vale la pena conservar todo el año, porque no depende de fechas, sino de decisiones.

Escribo lo anterior como guiño de homenaje a un escritor que no lo necesita y también para introducir sin sermones lo que sigue: la importancia de que ese espíritu incida más allá de diciembre en tantos ámbitos de actividad como nos sea posible.

Si en alguno lo necesitamos, es en la política. No lo digo por iluso. Sé que su acción y conducción implican contraposición y competencia; a menudo, crudeza y hasta golpes bajos. Lo digo con sentido realista, porque nada de lo anterior tiene por qué chocar con elementales grados de sensatez, decencia y respeto mutuos; porque es posible abordar los conflictos inevitables, originados por visiones y objetivos a menudo rivales, desde la disposición a ver en los otros adversarios, no enemigos. Lo hemos demostrado en distintos episodios de la vida nacional. No debemos renunciar a seguir haciéndolo.

Se trata de acercarnos lo más posible a la noción de democracia deliberativa postulada por el pensador alemán Jürgen Habermas: discutir para aclarar y decidir, no hacerlo para confundir y paralizar. En el otro extremo asoma la manipulación de los temores, reclamos y odios que portamos en distintos grados, para distorsionar la realidad, desviar la atención, ocultar impericias y acumular poder. Es la política avara, estilo Scrooge. Ante ella invoco, en medio de sol y vientos, el espíritu navideño.

Correo: radarcostarica@gmail.com

X (anteriormente, Twitter): @eduardoulibarr1