Dos retos apremiantes

Un Ejecutivo nacido de un débil mandato en las urnas y aislado de otras fuerzas es una receta para la parálisis y las tensiones políticas

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Una vez más una cuantiosa proporción del electorado decidirá a quién le dará su voto en el minuto 95 del partido, en puro tiempo de descuento. Alrededor de una quinta parte de quienes dicen que irán a votar se definirá en los últimos tres días. Y, si la cosa es como en otras ocasiones, la mitad de ellos patearán el penal el mismo domingo.

Este es, en términos prácticos, el problema de una democracia representativa que no representa, pues su ciudadanía no se siente interpretada por algún partido y estos son organizaciones muy débiles, o incluso figurines de papel. En esa democracia, muchos votan y eligen, debido a una robusta —aunque declinante— tradición de participación electoral, pero sin mayor esperanza en que el nuevo gobierno haga una buena labor, por lo que le dan un mandato débil y volátil.

En tales circunstancias, emergen dos grandes retos para el próximo gobierno. El primero es el de una gestión política basada en la constante conformación de alianzas con otras fuerzas para dar viabilidad a sus prioridades de política pública, muchas de las cuales requerirán aprobación legislativa. Ello implica adoptar una dinámica propia del semiparlamentarismo, con cosas como un gabinete más allá de un solo partido y el tejido de coaliciones en el legislativo. Algo de eso procuró este gobierno, y creo que explica las victorias que obtuvo en el Congreso against all odds.

Un Ejecutivo nacido de un débil mandato en las urnas y aislado de otras fuerzas es una receta para la parálisis y las tensiones políticas. A esa situación se llega por arrogancia de partido (creer que alcanza con los hambrientos cuadros partidarios para hacer gobierno), o por arrogancia del líder, que piensa que ganar es ganar y que él es el gallo del corral.

El segundo reto es el de la coherencia. Es cierto que cada gobierno tiene todo el derecho de seguir sus preferencias políticas. Sin embargo, ciertas políticas públicas han establecido líneas maestras que, por su importancia, al país le conviene seguir desarrollando, pues son vitales para la sostenibilidad de su desarrollo y su reputación internacional. Botar al basurero la estrategia de descarbonización, la política de comercio exterior o el apoyo a los derechos humanos y la paz tendría graves consecuencias. Lamentablemente, sé que siempre está la tentación de borrar líneas maestras, pues “pa’eso somos gobierno”. Ojalá que no.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.