¿Dónde llorar en la ciudad?

Necesitamos lugares seguros donde sentarnos y bajar la cabeza en espera de unas manos que la contengan

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Las ciudades fueron hechas para el intercambio de bienes comerciales, políticos, estatales y religiosos en sus celebraciones y rituales. La ciudad ha cambiado, pero mantiene su sentido de núcleo urbano dedicado a representar a los ciudadanos en su día a día, creando historia mientras la atravesamos corriendo de una parada de autobuses a otra, formalizando alguna vuelta burocrática que reclama presencia material o realizando una simple reparación o compra.

La ciudad tiene además sus días especiales, cuando se asiste a alguna manifestación, desfile o presentación cultural. Sin duda, la ciudad sigue asociada a los idearios griegos y romanos al localizar allí los poderes económicos, políticos y religiosos desde una mirada patriarcal.

La ciudad es hoy de quien la recorre y habite, y en mucho somos las mujeres las que, a pesar de la inseguridad y el miedo, las caminamos en busca de trabajo, baratillos, exámenes y peticiones estatales. Recorridos y encuentros que no siempre son dignos de mostrar en una fotografía o siquiera de recordar con amabilidad social.

Hay momentos emblemáticos en que son recordadas y momentos memorables de cada valiosa vida. Victorias civiles o deportivas. Nacimientos, muertes, asaltos, accidentes. Una lluvia inesperada que nos empapó de pies a cabeza, o un instante que se hizo eterno porque perdimos la cabeza por un beso inolvidable. Cada pueblo y cada quien con su historia y sus recuerdos vividos siguen construyendo la ciudad.

Todos somos parte de los recuerdos comunitarios que en el tiempo tejen los espacios y las urbes. Un pasaje debajo de un puente, un parque con su farol, una fuente, un banco en una estación, un bar, una cafetería, un árbol memorable, una oficina de correos, un mercado o una heladería. Todo forma parte de la historia social, cultural y sentimental de las ciudades.

Pero ¿qué pasa cuando la ciudad no tiene espacios para el recuerdo ni para los sentimientos? ¿Qué pasa cuando la ciudad no ha dejado una fuente, una alameda, un bar, una biblioteca, una explanada frente a un museo o un estanque con bancas donde sentir, donde llorar?

Porque precisamente los que habitamos las ciudades somos, a diferencia de los edificios y las estatuas, seres sintientes con una vida marcada por nuestras emociones. Lloramos cuando estamos angustiados, en duelo o derrotados por la adversidad, por ejemplo.

¿Dónde lloramos en la ciudad de San José? Podemos llorar mientras caminamos, mientras vamos en un autobús y nos ganamos una ventanilla donde dejar que el vidrio soporte nuestra cabeza.

Podemos llorar en una iglesia que encontremos abierta o en una esquina abarrotada de gente que espera que el semáforo se ponga en verde para cruzar. Podemos llorar en un ascensor mientras va para arriba y luego para abajo, y a nosotros nos da lo mismo porque solo queremos llorar y encontrar un lugar seguro donde sentarnos y bajar la cabeza en espera de unas manos que la contengan.

Dónde, en San José, podemos encontrar un lugar en el cual dejar las bolsas a un lado y el entorno nos proteja con un paisaje proyectivo, ojalá un jardín con sus formas y olores, le preguntaría a la municipalidad.

¿Dónde encontrar un espacio resguardado, ojalá con techo y la posibilidad de ver algún rincón que nos recuerde que la vida continúa y el presente es pasajero, un lugar donde sea posible respirar y tomar fuerzas de los bienes comunes que hay en la ciudad para mitigar las pobrezas individuales?

La ciudad es representación de poder, pero también de la estética que materializa los contenidos éticos de la sociedad que la crea.

La ciudad debe empezar a pensarse de nuevo desde sus conexiones humanas. Desde la salud y el bienestar como puntos axiales de un tejido emocional visible en sus propuestas, más allá de la utilidad y del negocio.

La ciudad, como decían Platón y Eugenio Trías, es materia enamorada. Sus monumentos son ejemplos de pasión histórica, y sus vacíos, también.

doreliasenda@gmail.com

La autora es filósofa.