Disparador de desarrollo

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Ha pasado en muy pocos meses. El 29 de junio, el Instituto Tecnológico de Costa Rica realizó el primer “disparo” de plasma en el país, que apunta a utilizar ese estado de la materia como fuente de energía.

Entre mayo y abril, la joven costarricense Celeste Balladares vivió por dos semanas en un Marte simulado en el desierto de Utah, y probó en su superficie un robot construido por ella. En la Robotifest celebrada hace pocos días en la Universidad de Costa Rica compitieron equipos de diversos niveles y categorías. Casi a la vez, Cartago albergó la Olimpiada Nacional de Robótica, de la que salieron diez representantes a la Mundial. Poco antes, se anunció una alianza entre el Ministerio de Educación y una filial de la empresa Lego, para que 9.000 estudiantes utilicen simulaciones multicolor como herramientas de aprendizaje.

A mediados de julio, con el apoyo de la universidad estadounidense Rice, la Coalición de Iniciativas para el Desarrollo (Cinde) concentró a 20 universitarios para aprender y concursar en el diseño de dispositivos médicos. A principios de agosto, la UCR realizó un campamento con 50 estudiantes de Costa Rica y Nicaragua, quienes construyeron y volaron cohetes. En el parque La Libertad, 50 colegialas comenzaron una capacitación por 12 sábados, en programación, impresión 3D, realidad virtual y liderazgo, como parte del programa Mujeres en Tecnología.

A finales de setiembre, la compañía Fiserv celebrará su Programathon 2016, orientado al desarrollo de aplicaciones (apps) de utilidad para micro, pequeñas y medianas empresas. Y podemos seguir contando...

Estos ejemplos despejan cualquier duda sobre la densidad y diversidad de las iniciativas destinadas a desarrollar entre nuestros jóvenes intereses y capacidades en ciencia, tecnología e innovación. Y tan amplio como ellas es el talento para investigar, enseñar y aprender. Es decir, lo que en otros países es la gran barrera, aquí actúa como gran crisol.

El reto, ahora, es convertir los factores transformadores puntuales en un ecosistema articulado, que enrumbe y multiplique su impacto y sea un disparador de desarrollo. La respuesta pasa por políticas públicas lúcidas en contenido y eficaces en gestión, que permitan convertir las piezas dispersas en un robusto engranaje. Aún las estamos esperando.

(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).