Días de milagros

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El calendario eterno nos indica que este sábado 24 de diciembre es una fecha conmemorativa de milagros. Para los cristianos, señala el nacimiento de Jesús, la Natividad. Para los judíos, la festividad de Janucá comienza por la noche y evoca la rededicación del templo en Jerusalén por los macabeos, insurgentes que luchaban contra el dominio de los griegos allá en el año 164 antes de la era común.

La historia de Janucá está descrita en los antiguos textos y es amplia y detallada. En resumen, tras ingresar al templo, el sitio más sagrado de los judíos, los valientes macabeos depuraron el santuario de las estatuas paganas dejadas por los griegos. Sobre todo, hallaron la menorá (candelabro), encendieron las luces de sus siete brazos y aunque solo había aceite purificado para una sola noche, su fulgor se extendió durante ocho días. Este, en breve, es el milagro que se conmemora, el Festival de las Luces que se prolonga durante ocho alegres días.

La Natividad de Jesús fue un cuadro diferente. La madre, María, dio a luz a su hijo en un humilde pesebre. Se vivían tiempos difíciles con la ocupación del antiguo Israel por otra gran potencia, la Roma imperial y colonialista. Sobre todo, el nacimiento de Jesús fue el inicio de un drama infinitamente mayor que cambió al mundo.

Era lógico que siendo un niño me interesara la historia de Jesús. Mi curiosidad era por el liderazgo que tomó en causas sociales. La culta y humanitaria profesora de Religión en la escuela Juan Rudín, la niña Anita Versola, además de muy inteligente, gozaba de gran paciencia. Gracias a estas virtudes, yo, un mocoso hijo de inmigrantes polacos, logré iniciarme en el conocimiento básico del cristianismo y tantas otras disciplinas. Estuve exento de asistir a los cursos de Religión, pero mi curiosidad me llevó a explorar los nuevos horizontes y lo hice con inmenso interés.

Seguí esta senda en la enseñanza secundaria, en el liceo José Joaquín Vargas Calvo. El padre Antonio Barrantes era el profesor de Religión, sabio y humilde, con quien desarrollé una gran amistad al igual que lo hicieron muchos compañeros. De hecho, el nombre que mi querido y recordado grupo tomó para la graduación fue el del padre Barrantes.

Al repasar todas estas vivencias que fueron fundamentales en mi formación, no puedo menos que maravillarme del ambiente de cariño y aprecio que sentí en cada paso de aquellos años. Cuando evoco esos tiempos y muchos otros que siguieron, comprendo el gran milagro que es Costa Rica.