Destrucción social

Con los brazos cruzados, una mayoría de los costarricenses ven con indiferencia el recorte de becas para estudiantes pobres. Las consecuencias nos van a sacar de esa comodidad

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El costarricense se distingue por la solidaridad cuando ocurren tragedias, como un terremoto o un huracán. En tales episodios, la sociedad se convierte en una sola para tender las manos a los damnificados. Pasada la emergencia, cada uno vuelve a enconcharse, al punto de ignorar las injusticias que sufren otros, sobre todo, los más vulnerables.

El mejor ejemplo de esta indiferencia es la educación pública. Miles de niños y adolescentes están matriculados en un sistema que sigue en modo “apagado” porque no hay una sola señal de que exista un paso a paso o una ruta para mejorar la calidad de la enseñanza, y dar a esta generación herramientas para competir con los egresados de los colegios privados. Por el contrario, la brecha entre unos y otros se acrecienta.

Esa diferenciación educativa importa a pocos. También interesa a muy pocos el recorte de 114.000 becas a estudiantes del programa Avancemos, el cual va en claro retroceso con el objeto de ahorrar ¢28.000 millones a costa de los alumnos que recibían entre ¢18.000 y ¢40.000 mientras estudiaran. Los pretextos abundan para disimular el cercenamiento de subsidios.

Por el contrario, al menos por ahora, los pobres, los grandes perjudicados, se quedan callados. Toleran porque no tienen quién los represente, quién les dé voz, quién los una para enfrentarse a instituciones y sumisos jerarcas de escritorio que son cómplices de esta destrucción social que una mayoría de los costarricenses miran y se quedan con los brazos cruzados.

Tal pasividad, ensimismamiento y omisión tiene serias consecuencias. Una, es la ola criminal, puesto que cuanto más se permita el recorte de gasto social en subsidios para niños y adolescentes, más prestos estarán los grupos de delincuentes a atraerlos hacia su causa. Paralelamente, la inseguridad ahogará la actividad turística de la que dependen miles de familias, pues ahuyentará a los turistas extranjeros o a los locales que pasean por el país. Y, para cerrar el círculo de destrucción, más problemas tendrán los empleadores para producir debido a menos jóvenes capacitados.

Esta insensibilidad social es alarmantemente peligrosa porque puede desembocar en un caos si la toleramos como quien ve los toros desde la barrera.

amayorga@nacion.com

El autor es jefe de Redacción de La Nación.