Desigualdad deliberada

Algunos supuestos de la economía neoclásica, necesarios para materializar sus predicciones sobre la distribución del ingreso, son totalmente ajenos a la realidad

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De acuerdo con la teoría neoclásica, la economía de mercado fomenta la igualdad en la distribución del ingreso, porque cuando las ganancias en una industria aumentan (debido, por ejemplo, a cambios en la tecnología o en los gustos de los consumidores) ocurren dos dinámicas.

Por una parte, entran nuevos oferentes y la competencia reduce las ganancias al mínimo requerido para la supervivencia, impidiendo la acumulación de rentas extraordinarias. Por la otra, al aumentar la inversión en la respectiva industria, la demanda de trabajo y los salarios se elevan —por medio de la competencia— en toda la economía, por lo que la distribución del ingreso no se ve afectada.

La teoría supone movilidad y perfecta sustituibilidad entre los factores de producción y que en equilibrio su productividad marginal es igual a su remuneración. Si en algún momento la productividad marginal del capital fuese mayor que la del trabajo, se substituiría capital por trabajo, lo que reduce la productividad marginal del capital y eleva la del trabajo hasta que otra vez se logre la igualdad.

De ese modo, la economía en equilibrio iguala la remuneración del capital y el trabajo, dado que el mercado iguala la productividad marginal de ambos, la cual es igual a esa remuneración.

Ese planteamiento teórico no se ha visto reflejado en la realidad. El capitalismo y la economía de mercado se caracterizan por causar desigualdades sustantivas. Ello, a pesar de diversos tipos de políticas impositivas y de gasto orientadas, dentro de otros objetivos, a distorsionar el papel de las fuerzas del mercado en la distribución del ingreso.

Entender por qué los hechos se alejan tanto de la teoría no tiene ningún misterio. Algunos supuestos de la economía neoclásica, necesarios para materializar sus predicciones sobre la distribución del ingreso, son totalmente ajenos a la realidad.

La existencia, dentro de otros, de economías de escala, altos costos de entrada para nuevos oferentes, mercados imperfectos (monopolios y oligopolios), inflexibilidades en la relación capital/trabajo (escasa substituibilidad) y asimetrías en el acceso a información, generan grados de acumulación diferenciada e impiden que la competencia determine las ganancias y los precios en los mercados de tecnología, de capital, de bienes, de materias primas y de trabajo.

Por otro lado, la propiedad colectiva de los medios de producción (comunismo) no solo fue un fracaso en términos de creación de riqueza y bienestar, sino que terminó en significativa concentración del ingreso en cuadros burocráticos, militares y partidarios. En los períodos en que se lograron índices relativamente satisfactorios de equidad, fue a costa de ingresos muy bajos debido a las ineficiencias productivas que caracterizaban al sistema.

Así que la mejor posibilidad para incrementar el ingreso, reducir y eliminar la pobreza y mitigar las desigualdades sigue siendo una economía en que se combinen estímulos capitalistas (motivo de la ganancia) y energías de mercado, con políticas públicas intervencionistas que compensen las tendencias concentradoras del ingreso.

Esto es más fácil decirlo que hacerlo, dado que el poder económico, tanto en democracias como en dictaduras, tiende a tener una influencia desproporcionada en la toma de decisiones.

Protección a los que más tienen

Ese peso desigual ha estado tan presente, con indiferencia de si se trata de países ricos o pobres, que en numerosas ocasiones las políticas públicas, lejos de compensar las tendencias del capitalismo a concentrar el ingreso, más bien las refuerzan.

Muchos de los descontentos que han engendrado los populismos con su gigantesca irresponsabilidad se han gestado como resultado de ese tipo de políticas. Hasta hace algunas décadas era factible que los gobiernos beneficiaran con sus decisiones a los que más tienen sin causar resentimientos, pero hoy, con el amplio acceso a la información permitido por la tecnología, no es posible mantener a la población en la ignorancia, no es posible entonces evitar su enojo.

Los ejemplos —aquí y en el mundo— de decisiones que protegen y fortalecen la situación económica de los que más tienen, abundan. En Costa Rica cuando se decidió orientar la economía hacia el mercado internacional se crearon incentivos y transferencias fiscales expresamente destinados a beneficiar a empresas grandes.

La condición típica para recibir beneficios no era “como máximo”, sino “como mínimo”. En los programas para incentivar al turismo se otorgaron beneficios no a hoteleros que tuviesen un determinado número máximo de habitaciones, sino a los que tuviesen como mínimo “tantas” habitaciones, en la estrategia de atraer inversiones los beneficios han sido exclusivos para las empresas que inviertan “como mínimo” tantos millones de dólares.

Asimismo, se otorgaron transferencias multimillonarias por medio de los certificados de abono tributario (CAT) a empresas que exportaran nuevos productos y sobre todo si era a nuevos mercados, los cual sesgó los beneficios hacia grandes empresas que son las que pueden participar en el comercio internacional. Al mismo tiempo, casi se eliminaron los beneficios que existían en materia de crédito subsidiado o de precios de garantía por medio del CNP para pequeños agricultores.

Todo, por cierto, al amparo de un discurso contradictorio y mentiroso, solo puesto en práctica para este último sector, sobre lo inconvenientes que eran para la economía los subsidios y las exoneraciones fiscales para sectores no escogidos por el mercado sino por los políticos o los burócratas.

En los países occidentales desarrollados, ha ocurrido lo mismo que en nuestro país: una competencia desalmada para otorgar beneficios a las empresas más grandes del planeta. Ahí también, la ruta más corta para recibir beneficios especiales de los tributantes ha sido ser una empresa gigantesca.

Las crisis han hecho aún más evidente ese paradigma. Con el argumento de que hay empresas muy grandes como para dejarlas quebrar (too big to fail), en la crisis del 2008 el gobierno de Estados Unidos prefirió otorgar subsidios multimillonarios y nacionalizar bancos y prácticamente toda la industria automotriz que dejar que la “mano invisible” del mercado hiciera su trabajo.

Igualmente, ocurrió el año pasado cuando algunos bancos (Silicon Valley, Silvergate, First Republic, Signature, entre otros) estaban por quebrar: de inmediato se creó el Programa Financiero de la Reserva Federal, dirigido a garantizar —con dinero de los tributantes— un precio a los títulos del gobierno en manos de estos y otros bancos, muy por encima de su precio de mercado.

Concentración de beneficios

Volviendo a Costa Rica, hace solo tres años se creó un sistema para garantizar los depósitos de los bancos, financiado en parte con fondos de los contribuyentes, que beneficia exclusivamente a los bancos privados (propiedad de unos pocos) al restar ventajas competitivas relativas a los bancos del Estado (propiedad de todos). Hacía más de 30 años se había iniciado el proceso de quitar negocios a la banca estatal, otorgando recursos por el Banco Central a entes privados a tasas de interés inferiores a las que cobraba a los bancos del Estado.

No hay duda de que los subsidios a las exportaciones y el régimen de zonas francas han traído beneficios al país (externalidades positivas). Pareciera que sin ese tipo de distorsiones a las fuerzas del mercado las economías capitalistas de mercado avanzadas y aquellas de países como Costa Rica no hubiesen logrado las capacidades para crear riqueza que han demostrado a lo largo de los años. Pero tampoco puede ignorarse que muchas de esas políticas deliberadamente han reforzado las tendencias naturales del capitalismo hacia la concentración de los beneficios del desarrollo y que las políticas tributarias y de gasto no siempre han sido capaces de compensar esas tendencias.

Entonces, pareciera, en primer lugar, que la historia demuestra que el capitalismo de mercado es por mucho el mejor sistema para que la sociedad materialice su potencial para crear riqueza. En segundo lugar, también parece cierto que para que el capitalismo funcione y se materialicen todas sus externalidades positivas se hace necesario crear incentivos fiscales a empresas grandes. Tercero, la tendencia del capitalismo de mercado a concentrar la riqueza y las políticas dirigidas a la materialización de externalidades positivas explican en parte el enorme distanciamiento, en cuanto a estándares de bienestar que caracteriza al planeta.

Si en efecto se requiere de la mano visible del Estado para que las corporaciones inviertan y la sociedad se beneficie de externalidades positivas, entonces es imperativo, en primer lugar, evitar a toda costa políticas gubernamentales que concentran la riqueza sin una evidencia clara de que como subproducto genera beneficios a la sociedad (típico caso del seguro de depósitos o de la privatización del Banco de Costa Rica).

En segundo lugar, dado que un resultado inevitable del capitalismo de mercado y de las políticas dirigidas a atraer inversiones de grandes corporaciones es la concentración del ingreso y la riqueza, entonces siempre deben existir políticas compensatorias vigorosas que le pongan freno.

Ya a escala mundial hay mucha conciencia sobre esta situación. De ahí se derivan, por ejemplo, el impuesto especial a las corporaciones multinacionales impulsado por la OCDE (ante el cual, sin sorpresas, ¡algunos ticos tienen dudas!) y el llamado reciente de 250 billonarios a que se les impongan impuestos a la riqueza.

El magnetismo de los populistas se basa en un profundo engaño, pues construyen apoyos de los sectores de menores recursos, cuando aquí y en otros países sus líderes son neoliberales a ultranza y no tienen el menor interés en la situación de esos sectores. La mejor manera de derrotarlo es vaciando de contenido su demagogia, haciendo más eficiente el Estado al tiempo que se le dota de herramientas para que, en lugar de cargar con resentimientos, los sectores de menores recursos vean rutas factibles para ascender en las escala social y convertirse en protagonistas y beneficiarios del crecimiento de la riqueza.

ottonsolis@ice.co.cr

El autor es economista.