Descifrar los misterios del cerebro humano

Uno de los grandes aportes de Ramón y Cajal fue establecer la neurona como punto de partida para el entendimiento funcional del cerebro

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Al científico español Santiago Ramón y Cajal se le considera el padre de la neurociencia moderna. En 1906, recibió, junto con Camilo Golgi, el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, por su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso.

Con herramientas rudimentarias, pero guiado por una fina intuición, desarrolló la doctrina de la neurona, según la cual el tejido nervioso del cerebro está compuesto por células individuales e interconectadas, responsables de la actividad cerebral.

Ramón y Cajal tenía un gran talento para el dibujo y la fotografía. Además, era un apasionado de la anatomía y la disección de tejidos. Estas destrezas le ayudaron a perfeccionar la histoquímica o la tinción de tejidos, y a ilustrar directamente en el papel las observaciones en el microscopio.

Las ilustraciones de este neurocientífico pasaron a la historia como una extraordinaria síntesis del conocimiento científico y la habilidad artística.

Abrir un melón

La doctrina de la neurona abrió un melón en lo que respecta a la exploración del cerebro humano, porque hasta ese momento se creía que la estructura de este órgano consistía en una red nerviosa difusa, por la cual fluía la información. En España, abrir un melón significa iniciar un debate o explorar un tema que resulta controvertido o complejo.

Cuando Ramón y Cajal propuso la doctrina de la neurona, los neurohistólogos de su tiempo, la gran mayoría alemanes, no le creyeron. Muchos incluso opinaron que sus dibujos solo eran interpretaciones artísticas de la realidad. Sin embargo, los avances tecnológicos y científicos posteriores sobre la anatomía microscópica del cerebro le dieron la razón al notable investigador.

Exploración cerebral

Uno de los grandes aportes de Ramón y Cajal fue establecer la neurona como punto de partida para el entendimiento funcional del cerebro.

No obstante, como veremos a continuación, para entender la mente, fin último del estudio del cerebro, es preciso trabajar simultáneamente en el mundo microscópico, o sea, la neurona, y en el macroscópico, es decir, la actividad cerebral.

Sobre esta base, Estados Unidos y la Unión Europea impulsan tres grandes líneas de investigación, las cuales han puesto en marcha una revolución neurotecnológica sin precedentes.

La primera es la conectómica, que se encarga de trazar un mapa tridimensional, o conectoma, de las conexiones neuronales. Las neuronas utilizan códigos o lenguajes neuronales distintos para comunicarse, basados en impulsos nerviosos que se expresan en forma de señales eléctricas y químicas.

Estos códigos son distintos porque cada neurona es diferente en morfología, contenido molecular, patrón de conectividad y localización en el cerebro.

Cuando hablan entre ellas y se produce la sinapsis, estas células crean interconexiones o redes neuronales por las cuales transita el impulso nervioso. El conectoma intenta establecer el mapa de carreteras que utiliza dicho impulso para viajar.

La segunda línea se ocupa de cartografiar la actividad cerebral, es decir, identificar todos y cada uno de los eventos de la actividad neuronal que tienen lugar durante los procesos mentales, como pensar, sentir, recordar e intuir.

Para ello, no basta con saber que las neuronas son políglotas. Es preciso descifrar la gramática, semántica y sintaxis de los distintos idiomas para explicar cómo emergen las funciones mentales de los circuitos neuronales.

La tercera línea de investigación se centra en simular, a gran escala, el funcionamiento del cerebro humano mediante modelos biofísicos hiperrealistas que reproduzcan los algoritmos cerebrales.

Para hacer frente a las limitaciones en la capacidad de computación de los ordenadores actuales, de momento la simulación prioriza determinados fragmentos del cerebro. Es posible que estas barreras desaparezcan en el futuro, gracias a la computación cuántica.

Hacia dónde vamos

La humanidad dispone de tecnologías muy sofisticadas, como las interfaces cerebro-máquina (BCI, por sus siglas en inglés).

Gracias a las BCI, es posible recuperar sentidos perdidos, como la vista, mediante implantes cocleares, o utilizar la optogenética para restaurar la memoria y establecer vías de comunicación, a través de la mente, con pacientes en estado terminal de esclerosis lateral amiotrófica (ELA).

Sin embargo, el rápido avance de la neurotecnología, en conjunción con otras técnicas, como la edición genética, tiene sus luces y sus sombras.

A mediados de julio, la Unesco abrió el debate sobre la vertiente ética de la neurotecnología y puso énfasis en cinco neuroderechos básicos: privacidad mental, identidad personal, libre albedrío, acceso equitativo a tecnologías de mejora y protección de los sesgos.

Si bien esta organización insiste en los beneficios médicos de las BCI, alerta sobre el potencial para vulnerar la información que almacenamos en nuestro cerebro, es decir, nuestros datos neuronales.

Además, el hecho de que la inversión y el acceso a los datos neuronales se concentren en manos privadas, como las de Elon Musk, propietario de Neuralink, genera resquemor.

De cualquier manera, la Unesco insiste en que la legislación sobre los neuroderechos no se puede fundamentar en el miedo al desarrollo tecnológico, sino en un compromiso inquebrantable con los derechos humanos.

Confieso que ha habido ocasiones en las que siento un deseo casi irrefrenable de poder leer los pensamientos de alguien más, pero ¿qué lean los míos? No sé si me gustaría tanto.

manuelaurena@gmail.com

La autora cuenta con 15 años de experiencia internacional en las Naciones Unidas y la Unión Europea. Oriunda de la zona de los Santos, trabaja como consultora internacional en sostenibilidad aplicada a la industria agroalimentaria. Lectora asidua y fiel seguidora del músico canadiense Neil Young. Siga a Manuela en Facebook y Linkedln.