De una guerra por elección a una de perseverancia

Hay tres posibles fuentes de presión que podrían ejercerse sobre el presidente ruso, Vladímir Putin, pero es probable que ninguna lo induzca a negociar seriamente

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“La madurez lo es todo”, dijo Edgar en el Rey Lear de Shakespeare. A la hora de negociar el fin de los conflictos internacionales o sus límites, tiene razón: los acuerdos solo se logran cuando los protagonistas principales están dispuestos a transigir y son después capaces de comprometer a sus respectivos gobiernos para cumplir el acuerdo.

Esta verdad es muy relevante para todo intento de poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania a través de la diplomacia. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, tiene innumerables razones para poner fin a un conflicto que causó la muerte de miles de sus ciudadanos, destruyó grandes partes de varias de sus principales ciudades, dejó sin hogar a millones de personas y devastó la economía de Ucrania. Y su prestigio crece a cada hora, lo que le otorga fuerza política para lograr la paz, no a cualquier precio, pero sí con algún costo.

Ya hay señales de que puede estar dispuesto a ceder en cuanto a la inclusión de su país en la OTAN. No reconocería a Crimea como parte de Rusia, pero podría aceptar el desacuerdo entre ambos gobiernos sobre su situación, como lo han hecho en gran medida Estados Unidos y China durante medio siglo con Taiwán. De manera similar, no reconocerá la independencia de las “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk, pero podría firmar un acuerdo que les otorgue una autonomía significativa.

La cuestión es si incluso esto sería suficiente para el presidente ruso, Vladímir Putin, quien reclamó la “desnazificación” de Ucrania, una frase que parece exigir un cambio de régimen, además de la total desmilitarización del país.

Considerando que cuestionó que Ucrania sea un verdadero país, cuesta evitar la conclusión de que no le interesa coexistir con el gobierno legítimo de un Estado soberano e independiente. Hasta el momento, Putin demostró que está más interesado en sentar un ejemplo que en lograr un trato.

Análisis de posibilidades

¿Qué podría cambiar esto? ¿Qué podría llevar a que la situación madure para negociar una solución? Ese es en realidad el propósito de la política de Occidente: aumentar tanto los costos militares y económicos de continuar con la guerra que Putin decida que a él le conviene (claramente, poco le importan los intereses de Rusia) negociar un cese el fuego y aceptar términos que impliquen paz.

Nuevamente, esto parece poco probable, aunque más no sea porque Putin casi con seguridad teme que se interpretará como una señal de debilidad y fomentará la resistencia a su prolongado gobierno.

Alternativamente, se le podría presionar para que negocie. En principio, esa presión podría venir desde abajo: una versión rusa del “poder del pueblo” en la que los servicios de seguridad se vean sobrepasados, como ocurrió en gran medida en Irán a finales de la década del 70.

O la presión podría ser lateral y provenir de las pocas otras personas con poder en la Rusia actual, quienes podrían decidir que deben hacer algo antes de que Putin destruya aún más el futuro ruso de lo que ya lo hizo.

Lo primero no parece formar parte de las perspectivas, dados los arrestos masivos y el control de la información, y sencillamente no hay manera de saber si lo segundo es posible hasta que suceda.

Presión china

La única otra parte que podría presionar a Putin a ceder es China y su presidente, Xi Jinping. Es cierto, China públicamente apostó por Putin, culpó a EE. UU. por la crisis y hasta amplificó las teorías conspirativas rusas.

Xi puede haber calculado que es bueno para China que EE. UU. esté preocupado por la amenaza de Rusia en vez de centrarse en Asia. También es probable que Xi no perciba ventajas en acercarse a la posición de EE. UU., dado el apoyo bipartidista en ese país a una política dura contra el suyo.

Al mismo tiempo, Xi no puede estar contento con el hecho de que la invasión de Putin viola un principio básico de la política exterior china: considerar la soberanía como algo absoluto y no interferir en los asuntos internos de otros países.

En vez de dividir a Occidente, Putin lo unió en un grado que no se veía desde el colapso de la Unión Soviética, y contribuyó simultáneamente a empeorar la percepción de China en Europa.

Tampoco puede Xi aceptar de buena gana los riesgos que plantea la crisis de Ucrania en un momento en que la recuperación económica china pospandemia continúa siendo frágil y él busca su tercer período en el poder.

Momento decisivo para China

Aunque las probabilidades de que cambie el cálculo de China son bajas, no se debiera dejar de explorar esa posibilidad. Como primer paso, EE. UU. debiera asegurar a China que respeta su política de “una sola China”.

El gobierno del presidente estadounidense Joe Biden podría rescindir las tarifas de la era de Trump, que no lograron ningún cambio en las prácticas económicas chinas y fomentaron la inflación en su país. También podría dar señales de que está dispuesto a reanudar un diálogo estratégico regular.

Lo más importante es lograr que los líderes chinos entiendan que este es un momento decisivo para su país y su relación con EE. UU. Si China sigue del lado de Putin —si le proporciona apoyo militar, económico o diplomático a Rusia—, enfrentará la perspectiva de sanciones económicas y controles tecnológicos más estrictos a corto plazo y una enemistad estadounidense más profunda a largo.

En pocas palabras, EE. UU. debiera dejar en claro que el costo estratégico para China de alinearse con Rusia supera por mucho cualquier beneficio.

No hay forma de saber si Xi decidirá reorientar su postura (y, si lo hiciera, si lograría que Putin se siente a negociar de buena fe). Sin el apoyo de China, sin embargo, Putin sería aún más vulnerable de lo que ya es.

Por ahora, negociar la paz parece algo poco alcanzable. No hay evidencia de que las pérdidas en el campo de batalla, el costo de las sanciones o las protestas internas eviten que Putin continúe con sus esfuerzos para arrasar la ciudades de Ucrania, aplastar su espíritu y derrocar a su gobierno.

Mientras tanto, el pueblo, el ejército y los líderes ucranianos, con el respaldo de Occidente, continúan demostrando una extraordinaria resiliencia. Una guerra por elección injustificada está convirtiéndose en una incesante guerra de perseverancia.

Richard Haass es presidente del Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores).

© Project Syndicate 1995–2022