De diplomático a criminal

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Era una recepción muy nica. El plato de la noche era vigorón y el único trago, Flor de Caña con agua y limón. Entre los muchos periodistas que estaban esa noche de diciembre de 1987 en la legación de Nicaragua, la anfitriona era Claudia Chamorro, entonces embajadora.

Simpática y sobre todo diplomática, se desplazaba muy animada entre los grupos que conversaban. José David Orozco García, el agregado cultural, le seguía cada paso y cada palabra que intercambiaba con los invitados.

Era un sandinista que había escalado posiciones gracias a su participación como guerrillerro en la lucha contra Somoza. Llegó a la Embajada en 1986 y en 1988 salió despedido. Un año después se apareció en las salas de redacción de algunos medios. Denunciaba que varios periodistas locales eran espías del sandinismo. Su lista incluía a las jefas de prensa de la Cancillería y la Presidencia, a un reportero de televisión y a mí.

Daba como única prueba el nexo que habíamos tenido con Chamorro esa noche. Pese a su pobre argumento, hubo periodistas que reprodujeron sus declaraciones, incluso aquí. De haber salido nuestros nombres, los cuatro estábamos listos para demandarlo. Orozco me llamó por teléfono a La Nación -donde ya había sido entrevistado por un reportero- para solicitar ayuda económica y decía ser perseguido por agentes del sandinismo. ¡Le tiré el teléfono!

Luego supe de él por la misma prensa. Su nombre apareció el 16 de junio de 1991. Había asesinado con un puñal a Ricardo Jiménez van Patten, de 35 años; a su esposa, Claudia Solís Arredondo, de 28, y a la empleada doméstica de ellos, Yorleni Rivas Selva -nicaragüense de 14 años-, en Escazú.

Dos meses después fue capturado en Nicaragua, pero por la burocracia penal quedó libre y en fuga. Había pasado de diplomático a criminal. Estaba loco y en su demencia ocupó a periodistas para dañar nuestro honor y un puñal para desaparecer a un matrimonio y una jovencita.