Crisis viciosas

Tratar la pandemia, el cambio climático, la pérdida de confianza del público y las tensiones geopolíticas como problemas independientes no nos llevará a ninguna parte

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Quienes se sienten decepcionados por los resultados poco concluyentes de la cumbre sobre el cambio climático COP26, la reciente cumbre virtual entre el presidente estadounidense Joe Biden y el presidente chino Xi Jinping o los esfuerzos por alcanzar la igualdad de la vacuna contra la covid-19 deben despertar a la realidad del mundo en que vivimos. En las circunstancias actuales, la gobernanza global solo puede decepcionar.

En un nuevo estudio titulado Our Global Condition (Nuestra condición global), mis colegas y yo de la Comisión Global de Políticas Pospandémicas atribuimos estas dificultades al hecho de que estamos inmersos no en una, sino en cuatro crisis.

La única manera de avanzar es reconocer la conexión entre la sanidad pública planetaria, el cambio climático, la caída de la confianza pública y la legitimidad democrática, y la inestabilidad geopolítica. Son problemas que se vinculan entre sí, y tratarlos como si estuvieran separados no nos llevará a ninguna parte.

Las presiones a las que sometemos el medioambiente aumentan la probabilidad de que las enfermedades de origen animal (zoonóticas) pasen a los seres humanos y se conviertan en pandemias. A su vez, las presiones sociales, políticas y económicas derivadas de una pandemia impulsan actitudes y conductas que socavan la solidaridad social, dificultando a los gobiernos asegurarse el apoyo público a fuertes medidas de descarbonización.

En los países donde el legado de la crisis financiera del 2008 y el crecimiento de las redes sociales afectaron la confianza en las instituciones y en la autoridad de los expertos, abordar estas nuevas crisis sigue siendo una batalla cuesta arriba.

Esto vale especialmente para los Estados Unidos, el país al que tantos piden liderazgo. La crisis de confianza lo ha debilitado tanto internamente como ante el resto del mundo, y ha empeorado las ya deterioradas relaciones entre Occidente y China.

Siguiendo la lógica de la retroalimentación, las tensiones sobre la pandemia y el cambio climático han contribuido a profundizar la principal crisis geopolítica mundial. Y, sin embargo, sin una participación y entendimiento mutuo entre EE. UU. y China, no se pueden hacer avances sustantivos sobre la pandemia o el cambio climático.

Una dinámica parecida quedó en evidencia tras el fracaso del plan de distribuir la vacuna de manera suficiente a los países más pobres, realidad que se ha vuelto más acuciante con la aparición de la nueva variante ómicron en Sudáfrica. Según la cuenta regresiva de la vacunación de la Comisión Global, Asia, Europa y los Estados Unidos están en camino a haber vacunado el 80% de sus habitantes para marzo-mayo del 2022, mientras la mayoría de los países africanos habrán alcanzado ese punto a mediados del 2025.

La cooperación chino-estadounidense podría cerrar esta brecha, considerando los incomparables recursos de capital y logísticos de ambos países, y además podría dar una pronta respuesta a la incipiente crisis de la deuda soberana que probablemente afecta a los países de bajos ingresos y, tras ellos, al resto del mundo en el 2022. Por desgracia, no hay perspectivas de que eso ocurra muy pronto.

Es un panorama sombrío que presagia no un desastre inminente, sino una desilusión y vulnerabilidad constantes. Para abordar esta situación, debemos desarrollar nuevas estrategias basadas en cuatro principios.

El primer principio —y la tarea más inmediata— es lograr vacunar a todas las poblaciones, de manera que podamos acelerar el paso de una pandemia a un asunto de salud pública endémico más manejable. Actúen solos o en grupos, todos los países deben poner en la más alta prioridad la entrega de vacunas a África y otras regiones que van a la zaga, así como destinar más recursos —médicos, financieros, logísticos y administrativos— para apoyar los programas de vacunación.

La eliminación de incertidumbres causadas por la pandemia también puede ser la manera más segura de crear confianza y apoyo público para las medidas climáticas sostenidas y otras políticas necesarias, pero costosas, para “reconstruir mejor”.

El segundo principio (y a más largo plazo) es reconocer que la rivalidad entre Estados Unidos y China desempeña un papel central en los asuntos internacionales. No se la puede hacer desaparecer con solo desearlo, pero tampoco se puede obviar la importancia creciente y continua de ambas potencias.

En consecuencia, la tarea más urgente es definir una agenda y crear un mecanismo para que consulten una con la otra y colaboren en torno a los desafíos globales, incluso si siguen compitiendo en otros ámbitos.

EE. UU. y la URSS ejercieron esa disciplina durante la Guerra Fría, pero aprender a hacerlo les tomó décadas. El problema es que ni el cambio climático, ni la seguridad internacional, ni la gobernanza eficaz pueden esperar.

El tercer principio es que hay que tomarse más en serio la crisis de confianza y legitimidad en Occidente. La mayor vulnerabilidad de las democracias occidentales a los partidos políticos extremistas plantea una amenaza no solo a ellas, sino también a la estabilidad y seguridad globales.

Aquí, las tareas más urgentes son actualizar las reglas e instituciones democráticas para el siglo veintiuno, regular las plataformas de redes sociales para hacerlas más responsables, refrescar la ciudadanía a través de nuevas formas de participación y ampliar las inversiones para asegurar una mayor igualdad de trato y oportunidad.

El cuarto principio es pragmático. Como con las vacunas, los países no pueden sentarse a esperar que una adecuada gobernanza les dé soluciones. Imitando los éxitos de las colaboraciones público-privadas que distribuyeron vacunas seguras y altamente eficaces en tiempo récord, enfrentar las crisis en cadena actuales exige coaliciones de los dispuestos para dar respuesta a problemas comunes que no hacen caso de fronteras.

Otras áreas que se beneficiarían de una intensa colaboración entre múltiples países serían las tecnologías para identificar y monitorear nuevos patógenos y mayores apuestas en tecnologías de energías sin carbono, como la fusión nuclear.

Nuestras crisis entrelazadas exigen una respuesta concertada y coordinada. Si eso demuestra ser imposible, no debería sorprendernos si los países impulsan formas menos consensuadas por su cuenta.

Bill Emmott, ex editor en jefe de “The Economist”, es codirector de la Comisión Global de Políticas Pospandémicas.

© Project Syndicate 1995–2021