Costa Rica necesita un instituto nacional de salud

Ya tenemos su embrión: el Instituto Costarricense de Investigación y Enseñanza en Nutrición y Salud (Inciensa)

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Imaginemos que en algún momento en un futuro no tan lejano despertamos con la noticia de que una nueva epidemia surgió en algún país. Quizás no le concedamos mayor importancia. ¡Bah!, un brote más que pronto se extinguirá, dirá la mayoría.

Es posible que hasta la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) no sonaría la alarma y se mostraría en extremo cautelosa, de la misma forma en que reaccionó cuando apareció el SARS-CoV-2 en Wuhan, China.

Pero muy pronto la preocupación mundial se haría presente. Muchos casos similares empezarían a aparecer en diferentes países de todos los continentes. Pocos días después, comenzarían a morir miles de personas, los hospitales estarían pletóricos de pacientes y el sistema colapsaría.

Se declararía, entonces, una pandemia y la OMS decretaría la emergencia sanitaria mundial. A Costa Rica llegarían los primeros casos del exterior y muy pronto se diagnosticarían casos autóctonos. Las economías el mundo caerían de rodillas. Sería como un déjà vu de lo ocurrido durante la pandemia de covid-19.

Lo anterior no es un episodio novelístico ni ciencia ficción. Se trata de un evento catastrófico que en algún momento sobrevendrá. No lo decimos nosotros, lo afirman connotados científicos que velan por la salud mundial.

La incertidumbre está en cuándo, dónde y cuál será el agente causante de la nueva pandemia. En un mundo más interconectado y donde las prácticas de consumo cada día son más extravagantes, la probabilidad de que un agente infeccioso salte de los animales a los humanos de forma accidental, de alta virulencia y capacidad de transmitirse entre las personas, es cada vez mayor.

Antecedentes

En el 2002, cuando apareció el síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés), se advirtió sobre la llegada futura de un nuevo agente desconocido de origen zoonótico.

Unos diez años después apareció el síndrome respiratorio del Oriente Medio (MERS, por sus siglas en inglés). Dichosamente, ambos tuvieron la “desventaja viral” de no ser eficientes en la transmisión; es probable que, gracias a ello, no fueran pandemias arrolladoras.

SARS, MERS y covid-19 comparten el ser coronavirus; sin embargo, conocemos la capacidad de transmisión del SARS-CoV-2 entre la gente, la capacidad de pasar de nuevo a animales y regresar, mutado, a las personas. También, tenemos la gripe aviar, causada por el virus influenza que, desde hace mucho tiempo, se prevé que aparecerá una nueva cepa capaz de causar una pandemia de grandes consecuencias, dada la elevada letalidad de algunas de ellas.

Hoy, respiramos aliviados porque la OMS decretó el fin de la emergencia sanitaria global por la covid-19, pero no significa que el SARS-CoV-2 desapareció. Tedros Adhanom Ghebreyesus, su director general, nos advierte de que millones de casos nuevos o de reinfectados de SARS-CoV-2 ocurren semanalmente y miles fallecen por dicha causa. Además, el temor de la aparición de una nueva variante que origine rebrotes con graves efectos negativos está siempre presente.

La misma OMS acaba de lanzar su nueva estrategia de lucha contra la covid-19. Hace énfasis en la transición de la etapa de emergencia a una de prevención, control y manejo de la enfermedad. Enfatiza en la atención de las complicaciones y la covid persistente. En esta fase se deben fortalecer los servicios de salud para afrontar las demás amenazas y retos de la salud pública.

Se hace un llamado vehemente a los países a impulsar un robusto compromiso con la preparación para futuras pandemias. Añadimos nosotros que si nuestras máximas autoridades desoyen tal llamamiento, sería un craso error, rayano en irresponsabilidad. Debemos recordarles que la historia tiene memoria y sabe cobrar.

Momento propicio

El momento que vivimos, con todas las experiencias, capacidades, redes y alianzas internacionales de investigación y desarrollo, así como las lecciones aprendidas en todo lo amplio de nuestro sistema de salud, resulta ideal para revivir la idea de creación del Instituto Nacional de Salud Pública (Insap) para Costa Rica.

Aclaramos que esta no es una idea novedosa de nuestra autoría. De hecho, ya tenemos su embrión: el Instituto Costarricense de Investigación y Enseñanza en Nutrición y Salud (Inciensa), adscrito al Ministerio de Salud. Incluso, entre el 2008 y el 2009, hubo un serio intento de crearlo. Se produjeron valiosos documentos para su organización y funcionamiento.

Se contó con la ayuda de la Asociación Internacional de Institutos Nacionales de Salud Pública y de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) de Brasil, adonde funcionarios del Inciensa fueron a capacitarse. En el documento de solicitud de apoyo internacional se lee: “El gobierno y las autoridades del sector de la salud de Costa Rica han decidido que el Inciensa se transforme en el Instituto Nacional de Salud Pública”. Se contó con el apoyo de la ministra de Salud de entonces, María Luisa Ávila.

Desconocemos si existió algún tipo de inviabilidad económica, logística o política para dejar el proyecto de lado. Quizás importe nada más para no repetir los errores que llevaron a tan triste resultado.

En una realidad tan cambiada en apenas tres lustros, y aprovechando la coyuntura de la One Health y las enseñanzas de la pandemia de covid-19, creemos que es un excelente momento para que los sectores a los que sí nos importa la salud pública nos sentemos a repensar y diseñar el mejor modelo posible para un instituto nacional de salud en Costa Rica. Modelos exitosos existen, no hay que inventar el helado de palito.

Para cerrar, copiamos lo dicho por el Centro de Respuesta y Preparación ante Epidemias de la Escuela de Medicina Tropical e Higiene de la Universidad de Londres: “Estamos viviendo el principio de una nueva época: la era pandémica. En nuestro mundo, cada vez más complejo e interconectado, la exacta naturaleza del próximo brote pandémico no es incierta ni tampoco impredecible. Podemos asegurar que sucederá y que nosotros, como seres humanos, tendremos juntos que enfrentarla”.

Ronald Evans Meza: médico epidemiólogo, es coordinador de investigación de la Universidad Hispanoamericana.

Juan José Romero Zúñiga: médico veterinario epidemiólogo, es profesor en la Maestría en Epidemiología de la Universidad Nacional.