Contra la desilustración

Cuando las voluntades autoritarias buscan devolver la humanidad al oscurantismo de las posverdades y la anticiencia, la responsabilidad de la academia es mirar siempre a la luz

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“En Harvard, llamar al genocidio de los judíos, ¿viola las reglas de esa universidad sobre el bullying y el acoso?”, preguntó la representante (diputada) republicana por Nueva York, Elise M. Stefanik. “Puede ser, dependiendo del contexto”, respondió la Dra. Claudine Gay, rectora de ese centro de estudios superiores.

Stefanik presionó a Gay para que respondiera a la pregunta con un simple sí o no, pero la rectora elaboró: “El discurso antisemita, cuando cruza la raya hacia una conducta que equivale a bullying, hostigamiento, intimidación, es una conducta sobre la que es necesario intervenir y sí actuamos”.

La republicana insistió: “Entonces, la respuesta es sí, que llamar al genocidio de los judíos viola el código de conducta de Harvard, ¿correcto?”. Pero la respuesta de Gay fue: “De nuevo, eso depende del contexto”.

Posteriormente, antes de ser investigada en detalle y denunciada por plagio, todo lo cual la llevó a renunciar al cargo de rectora, Gay ofreció disculpas por sus respuestas ante la comisión del Congreso y reflexionó: “Lo que debí hacer en ese momento fue volver a la verdad que me guía, esto es, que no hay lugar en Harvard para los llamados a ejercer la violencia contra nuestra comunidad judía, y nunca quedarán sin respuesta”, publicó The Harvard Crimson.

Pero su cadena de errores comenzó con la negativa a condenar al grupo extremista Hamás por los asesinatos, violaciones sexuales, mutilaciones, raptos y demás torturas contra las mujeres y la población civil israelí, cometidos el 7 de octubre pasado, hechos que fueron filmados y divulgados en las redes sociales por los propios terroristas y también conocidos por testimonios de sobrevivientes.

Sin duda —como ella misma escribió después en el New York Times (NYT)— la respuesta ambivalente de Gay fue producto de las presiones cruzadas que enfrentó en esa audiencia del Congreso estadounidense, pues la colocaron en un agudo momento interseccional. Sin embargo, esto no la exime de haber estado equivocada.

Interseccionalidad

La interseccionalidad es un concepto desarrollado por Kimberlé Crenshaw, académica de la Universidad de Columbia, en Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics, ante el hecho de que conceptos de las ciencias sociales como sexo, clase, raza o género, por mencionar algunos, cuando son usados de un modo exclusivo, pueden no ayudar suficientemente a conocer las diferencias en cuanto a privilegios, desventajas, hegemonías y opresiones en que se sitúan las personas o las poblaciones.

Porque eso es lo que hacen la ciencia y la academia, producir herramientas conceptuales para investigar la realidad, comprenderla y transformarla con diversos propósitos. Algunas de estas, por su utilidad, resisten el paso del tiempo, otras no, o son complementadas con nuevas categorías en busca de lograr una comprensión más precisa de la realidad.

Como diría Michel Foucault, contar con esa “caja de herramientas” permite desentrañar mejor las distintas relaciones de poder en cada momento histórico. Nada más lejos de una caja de herramientas conceptuales, entonces, que un sistema de pensamiento totalizador, cerrado o convertido en una ideología, como hicieron en el pasado algunos grandilocuentes sectores académicos, y que todavía algunos ponen en práctica.

Por el contrario, las elaboraciones de la ciencia son siempre tentativas y abiertas a la corrección, porque quien “manda” allí es el conocimiento verdadero basado en evidencia, no el poder o la voluntad autoritaria.

Leopold Infeld y Albert Einstein enfatizaron en esto en La física, aventura del pensamiento, cuando dijeron que “muy a menudo, una teoría que parecía perfecta resultó, más adelante, inexplicable a la luz de nuevos hechos… El pensamiento humano crea una imagen del universo eternamente cambiante”.

Siendo una herramienta analítica de reciente creación (1989), la interseccionalidad también corre el riesgo de ser mal utilizada, no porque el concepto tenga algún problema, sino por el uso ideológico que puede hacerse de él en el absurdo afán de establecer, en el marco de la política de identidades, cuál población o grupo es el más oprimido entre los oprimidos.

Un ejemplo de ello es la pugna, principalmente entre activistas, por establecer si han de incluir a las personas judías en el conjunto de las poblaciones objeto de discriminación, debido al antisemitismo, como se hace con las víctimas de sexismo, racismo, homofobia, etc.

Ante esto, la sociólogaKarin Stögner,de la Universidad de Passau, Alemania, coordinadora de la Red de Investigación sobre Racismo y Antisemitismo de la Asociación Europea de Sociología, recuerda que en la década de los cuarenta la investigación empírica de un equipo integrado por Teodoro W. Adorno, Else Frenkel-Brunswick y otros de la Escuela de Fráncfort, para la Universidad de Columbia, encontró que “las ideologías como el antisemitismo, racismo, sexismo, homofobia, etnocentrismo y nacionalismo raramente ocurren como un fenómeno aislado de un contexto más amplio, el síndrome actitudinal del autoritarismo ideológico”.

Y, dado que la población judía víctima de antisemitismo es excluida como objeto de estudio de la interseccionalidad por algunas teorizaciones académicas, propone una dimensión adicional para el uso de esta herramienta: la interseccionalidad de las ideologías.

Considera que esta puede ser útil para comprender, por ejemplo, “cómo la ideología del antisemitismo interseca con las ideologías del sexismo, racismo y nacionalismo. Cómo los motivos antisemitas permean el antifeminismo, cómo el nacionalismo o la oposición al uso de la categoría de género —como una variación particular del antifeminismo— encubre un antisemitismo latente”.

Antisemitismo

Efectivamente, la exrectora Gay vivió las presiones de ese momento interseccional, porque tuvo que encarar, simultáneamente, el racismo de quienes en los Estados Unidos buscan censurar los cursos y textos académicos sobre la teoría crítica de la raza y no aceptan que la máxima autoridad de la más reputada de las universidades privadas típicamente “blancas” pueda ser una feminista negra, como ella.

También encaró las movilizaciones estudiantiles tanto de quienes creen que Palestina y Hamás son lo mismo, y de quienes consideran que la estrategia militar de Israel en respuesta a la masacre del 7 de octubre cobra un excesivo número de muertes civiles, como de quienes ideológicamente son antisemitas.

Pues lo cierto es que entre los críticos del extremismo de Netanyahu y de la estrategia defensiva de Israel se encuentra parte de la población judía, así como parte de la población palestina y musulmana también rechaza a Hamás.

Y es que, impulsado por un prejuicio —que por definición es arbitrario—, todo discurso de odio es siempre totalizador en la imposición de estigmas y recurre a la generalización porque, si particularizara, si discerniera, perdería el efecto buscado de movilizar para la violencia.

La variante propuesta por Stögner puede ser útil, entonces, para visibilizar también la presencia del antisemitismo en el análisis interseccional.

Ilustración

“Sí, cometí varios errores”, escribió la exrectora Gay en su artículo en el NYT. “En mi respuesta inicial a las atrocidades del 7 de octubre, debí haber sostenido con mayor fuerza lo que todas las personas de buena conciencia saben: que Hamás es una organización terrorista que busca erradicar al Estado judío. Y en la audiencia ante el Congreso, caí en una trampa bien plantada. Fui negligente en articular que los llamados al genocidio del pueblo judío son aborrecibles e inaceptables, y que yo usaría cada herramienta a mi disposición para proteger a los estudiantes de esa clase de odio”.

Pero también advirtió que “esa clase de odio tiene que ver precisamente con los intentos de socavamiento coordinado de la credibilidad y legitimidad de las instituciones democráticas. Tales campañas comienzan contra la educación y el conocimiento experto —e incluyen a las que atienden la salud pública y a los medios de comunicación—, porque proporcionan a la población las herramientas para identificar las mentiras de la propaganda”.

Cuando las voluntades autoritarias buscan devolver la humanidad al oscurantismo de las posverdades y la anticiencia, la responsabilidad de la academia es mirar siempre a la luz, es decir, al conocimiento verdadero justificado.

maria.florezestrada@gmail.com

La autora es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora. Twitter @MafloEs.