Consulta con el Dr. Google

Google contiene vasta información y quizás por eso aumentan las búsquedas sobre enfermedades y tratamientos

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Se volvieron frecuentes las consultas en Google para conocer sobre las posibles enfermedades que puedan padecer las personas e incluso las mascotas. De manera coloquial, esta búsqueda se conoce como una consulta con el Dr. Google.

Basta con introducir una serie de síntomas y signos clínicos en Google para obtener las respuestas. Parece que Google vino a sustituir a quien en la familia, con conocimiento empírico, solía “saber” qué mal aquejaba a alguien. Igualmente, sustituyó a las personas de “confianza”, como amistades, colegas o al de la peluquería, la pulpería o el bar. Se sabía que, junto con el diagnóstico, vendría la receta mágica para acabar, en un dos por tres, con las enfermedades.

Google contiene vasta información, el quid del asunto es separar lo correcto de lo otro. Como académico e investigador, utilizo Google con mucha frecuencia para hallar información de primera mano que me oriente sobre temas generales, pero entendiendo que si requiero contenidos más especializados debo dirigirme a bases de datos específicas.

Hay una vida completa de estudio y experiencia que me ayuda a realizar este tipo de búsquedas; aun así, uno no está exento de ser víctima de los algoritmos que propician el sesgo de confirmación que, de manera directa, llevan al de negación: ver siempre la misma cara de la luna.

Al realizar consultas sobre salud, los resultados suelen ser contraproducentes. Diversas investigaciones reportan altos niveles de ansiedad y otros trastornos mentales luego de una consulta al Dr. Google.

El sistema puede indicar desde una alergia hasta enfermedades serias y mortales, infecciosas o no infecciosas o tumores malignos. Por si esto no fuera suficiente, no faltará quien, luego de navegar por Google, diseñe un meme o grabe un audio o un video para publicarlo en su red social. Una magnificación del problema y la histeria colectiva.

Mi consulta al Dr. Google

A modo de prueba, introduje en Google los descriptores dolor de cuerpo, dolor de cabeza, fiebre, dolor muscular, malestar general y pérdida del apetito. Las páginas con información relacionada eran cerca de 349.000. Los diagnósticos incluyeron encefalitis, covid-19, enfermedades infecciosas, como dengue, zika, rubeola, sarampión, brucelosis, leptospirosis y rickettsiosis, tumores de páncreas y leucemia, entre otros.

Ante tales resultados, no es extraño que tanta gente experimente, además de los síntomas iniciales, un empeoramiento de su condición. Se reporta que muchos comienzan a percibir otros síntomas que el Dr. Google les sugiere revisar, aparte de los que la persona le “dijo” que padecía.

Un estudio realizado en Bélgica encontró que casi la mitad de las personas que fueron a consulta con un médico general lo hicieron después de una consulta en Google; la mitad de ellas, más pronto de lo que tenían pensado antes de acudir al buscador.

Casi el 60 % no se sintió tranquilo luego de la búsqueda y casi un 30 % terminó preocupado. Afortunadamente, casi dos tercios no se automedicaron tras leer la respuesta del Dr. Google, quizás por aspectos culturales y las restricciones legales que suelen imperar en países europeos.

Otro elemento positivo es que casi el 60 % tuvo más confianza en su médico que en las recomendaciones del Dr. Google. El médico general fue una especie de segunda opinión tras consultar al sabelotodo que, con unas cuantas palabras indicadas por el usuario, ofrece miles de respuestas sobre salud.

Por qué el Dr. Google preocupa

Hay dos problemas por los cuales “la clínica” del Dr. Google me produce particular preocupación. En primer lugar, que se sobreestime la condición percibida por la “persona paciente” y, en consecuencia, se produzca un exceso de consultas en la Caja, y hacer más grave la demanda de servicios.

Por otro lado, es posible que, por optimismo desinformado, se subestime el cuadro o, por iatrofobia, se desestime la necesidad de acudir a personal médico profesional y desatender sus recomendaciones y tratamientos.

En segundo lugar, los problemas asociados a la automedicación, que no son un fenómeno de rara ocurrencia, en especial los que requieren receta médica. A pesar de normativas y códigos deontológicos, es posible conseguir medicamentos restringidos sin presentar documento alguno. Afortunadamente, es cada vez menos frecuente. Pero cuando lo anterior falla, no faltará el familiar o el vecino que comparta sus medicamentos, incluidos antibióticos que “sobraron de la última vez” que alguien enfermó.

Lo expuesto hasta aquí también se aplica cuando se trata de animales, sean mascotas o de producción. Las consultas con el Dr. Google, versión médico veterinario, van en aumento. Tristemente, en el caso de los animales, conseguir medicamentos y tratamientos no supervisados es mucho más fácil que para las personas.

Los efectos directos en la salud de la gente y los animales a corto plazo pueden ser fatales, pero a largo plazo, como la resistencia a los antimicrobianos, tampoco deben ser menospreciados, todo lo contrario.

Un dato valioso es que también consulté al ChatGPT las posibles enfermedades que yo estaría padeciendo, por estar presentando esos síntomas, y me respondió que él no es médico y me recomendó buscar ayuda médica experta. Muy bien.

Vistos los problemas de consultar al Dr. Google sin tener criterio sobre qué hacer con las respuestas que nos da, el mejor paso para resguardar nuestra salud física, mental, emocional y, por qué no, económica es recurrir a expertos en salud de carne y hueso.

juan.romero.zuniga@una.ac.cr

El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.