Cómo no lanzar una moneda digital

La historia del esfuerzo fallido de Facebook para lanzar la libra y un sistema de pago recuerda la lucha histórica entre las autoridades seculares y religiosas

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NUEVA YORK– Facebook hizo un anuncio osado en junio del 2019: en el lapso de un año, lanzaría una nueva moneda global, la libra.

La idea era ofrecer una alternativa a las monedas nacionales en transacciones transfronterizas y una red de pago para miles de millones de personas no bancarizadas.

La libra, una pieza estrictamente digital, iba a ser emitida por una asociación en Suiza y respaldada por una canasta de monedas nacionales, lo que implicaba que sus creadores buscaban independencia de los poderes soberanos.

Pero Facebook pronto bajó sus expectativas. La libra, desde entonces, ha sido rebautizada diem y la entidad emisora se trasladó de Suiza a Estados Unidos, donde formó una alianza con Silvergate Bank para emitir una moneda que cumpla con las regulaciones bancarias de Estados Unidos.

Un proyecto que comenzó tomando el nombre de una moneda romana y recubriéndose de la imagen del César Augusto terminó siendo parte de una plataforma de servicios financieros en línea basada en un predio de oficinas corporativas en La Jolla.

El rápido ascenso y caída de la libra es un caso testigo de un intento prematuro y mal diseñado de desafiar a los poderes existentes.

Entre otras cosas, su destino resalta la importancia crítica de construir coaliciones que quieran y puedan jugar a la ofensiva y a la defensiva al mismo tiempo contra los adversarios.

Facebook y la Asociación Libra no inventaron la idea de las monedas digitales, que venía circulando desde hacía diez años.

Tampoco estaban abriendo nuevos caminos en materia de sistemas de pago. Empresas como PayPal han venido construyendo sistemas alternativos en las sombras de la infraestructura bancaria existente (y muchas veces aprovechándose de ella) desde hace más de veinte años.

Este perfil bajo era una fortaleza y una debilidad a la vez: permitió que nuevas plataformas se expandieran sin encender la ira de los reguladores, pero también hizo que dependieran de instituciones heredadas y fáciles de copiar.

Al entrar tarde al juego, Facebook esperaba utilizar su ventaja comparativa como plataforma digital con más de 2.300 millones de usuarios para lograr que las monedas digitales se volvieran convencionales.

Al usar como base la moda de las «monedas estables», la libra iba a estar amarrada a una canasta de monedas emitidas por países con una reputación de estabilidad y con un respaldo confiable de los bancos centrales.

Su valor rastrearía un promedio ponderado de la libra británica, el dólar estadounidense, el euro, el dólar de Singapur y el yen japonés, aunque sería emitida por una entidad fuera de las jurisdicciones de esos países.

La reacción regulatoria fue rápida y feroz. En cuestión de semanas, se organizaron audiencias en ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos, y políticos de todo el mundo manifestaron su desaprobación.

Las autoridades nacionales rápidamente formaron un frente unido y prometieron escudriñar cada aspecto de lo que percibían como una amenaza para su soberanía monetaria.

El Consejo de Estabilidad Financiera, que cuenta con el G20 entre sus miembros, lanzó una revisión de los marcos regulatorios existentes y comenzó a coordinar la respuesta a la libra y a otras monedas estables globales en ciernes.

Nada une intereses económicos dispares como un enemigo común. La ambición de la libra fue más de lo que las principales potencias económicas del mundo podían aceptar.

No importa cuánta clemencia pidió el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, ni cuanto miedo sembró en torno de los esfuerzos de China para desarrollar un sistema de pago digital global, no pudo hacer tambalear a los poderes existentes.

Facebook se vio obligado a dar marcha atrás. Primero, la Asociación Libra empezó a perder a sus miembros clave. Cuando Visa, Mastercard y PayPal se marcharon, la suerte estaba echada, aunque la cantidad general de miembros siguió aumentando.

Para aliviar los temores políticos y del mercado, Facebook tuvo que renunciar a su propio compromiso con la asociación. Luego llegó el desafortunado cambio de nombre de libra (equilibrio) a diem (día), que ha estado teñido de problemas de copyright.

Cuando la Asociación Diem finalmente anunció su traslado de Suiza a Estados Unidos, fue difícil no recordar la infausta peregrinación a Canossa de Enrique IV en 1077.

Aunque Enrique era emperador del Sacro Imperio Romano, se vio obligado a humillarse y cruzar los Alpes en invierno para rogar clemencia al papa Gregorio VII, cuya autoridad había desafiado abiertamente al designar obispos en contravención de un decreto papal.

El desafío de Enrique a la autoridad papal fue exitoso mientras contaba con el respaldo de los reyes alemanes. Pero el papa respondió excomulgando a Enrique, denunciando la promesa de alianza de otros reyes y haciendo lobby con ellos para negarle a Enrique su respaldo a menos que él aceptara una expiación.

Cuando los aliados de Enrique flaquearon, no tuvo otra opción que hincarse de rodillas ante el papa.

La marcha atrás de Facebook ha sido menos dramática: una reorganización de papelerío y negociaciones con un conjunto diferente de reguladores fue todo lo que hizo falta para escapar al sur de California.

De todos modos, la historia de la lucha entre el poder secular y el poder religioso, epitomizado por el enfrentamiento entre Enrique y Gregorio, alberga lecciones para quienes aspiran al poder hoy.

Sobre todo, es un asunto arriesgado alcanzar la joya de la corona de la soberanía estatal, en este caso, el dinero.

Si alguien se atreve a hacerlo, debería estar seguro de que tanto él como sus colaboradores son lo suficientemente independientes del poder al cual se está desafiando.

Y mejor tener la capacidad de respaldar el dinero propio para que no colapse cuando sus tenedores busquen seguridad y arremetan raudamente hacia la salida.

Los titulares monetarios también pueden aprender del destino de la libra. En cuestiones terrenales, el poder siempre es impugnado y, por tanto, siempre es temporario.

Frente al desafío perpetuo de adversarios entre bastidores, los titulares que no aprendan a controlarlos terminarán viéndose obligados a ceder.

Katharina Pistor, profesora de Derecho Comparativo en la Facultad de Leyes de Columbia, es la autora de «The Code of Capital: How the Law Creates Wealth and Inequality».

© Project Syndicate 1995–2021