Como la cachaza

Proyectos de gran necesidad para la calidad de vida de los costarricenses y la competitividad de nuestro país avanzan con lentitud

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De mis andanzas infantiles por el trapiche de la familia Morales, en Guayabo de Mora, recuerdo con nostalgia los aromas azucarados que emanaban de las pailas hirvientes y las bateas de madera.

Con una habilidad que me resultaba alucinante, el tío Chepe y sus ayudantes eran capaces de convertir los ásperos troncos de caña en jugo, espuma, sobado, melcocha, miel, tapa de dulce y otras delicias.

Allí, entre el bramido de los bueyes que movían el molino y el crujir de la leña que atizaba el horno, aprendí una serie de expresiones surgidas del ingenio de nuestros campesinos.

Una de mis palabras favoritas es cachaza. Mi mamá y otros parientes la utilizaban con bastante frecuencia. “¡Qué cachaza!”, decían para referirse a algo o alguien que se movía muy despacio.

Me tomó algún tiempo comprender que cachaza tenía una conexión directa con el residuo fibroso y espeso que se va acumulando en los desagües mientras se procesa la caña.

Han pasado muchos años desde los tiempos de las trapichadas, pero la expresión puede ser utilizada hoy con propiedad para referirse al estancamiento en materia de obras públicas.

Proyectos de gran necesidad para la calidad de vida de los costarricenses y la competitividad de nuestro país avanzan con lentitud y otros parecen condenados a quedar atrapados en la tierra del nunca jamás.

¿Veremos terminadas la ruta 32, la Interamericana norte, la Circunvalación norte y la carretera hacia San Carlos? ¿Llegarán a arrancar las ampliaciones de las vías hacia Cartago y San Ramón o de la ruta 27?

¿Subiremos alguna vez al tren eléctrico metropolitano? ¿Se modernizarán los puertos estatales del Pacífico y el Caribe? ¿Se repararán la trocha fronteriza y la carretera hacia Monteverde?

Las autoridades del Ministerio de Obras Públicas y Transportes (MOPT) ya ni se atreven a poner fechas, pues resulta evidente que no saben cómo desenredar la maraña de yerros y trabas que rodean estos proyectos.

Cuando el tío Chepe veía la cachaza estancarse en algún desagüe, enviaba a alguno de los peones a sacar rápidamente las estopas más grandes para que la descarga siguiera fluyendo.

El ojo calificado del trapichero era fundamental para vigilar todas las etapas del proceso y tomar decisiones oportunas a fin de garantizar una buena molienda. ¿Quién nos quita la cachaza?

rmatute@nacion.com

El autor es jefe de información de La Nación.