Cómo es Costa Rica más allá del pura vida

La imagen que hemos forjado de nosotros mismos tiene una enorme fuerza aspiracional

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El mundo nos conoce como la sociedad del “pura vida”, esa que es líder ambiental y democracia madura protectora de las libertades y el espíritu cosmopolita, que se preocupa por la equidad social y el desarrollo humano. Una sociedad abierta a la movilidad y la innovación constante.

Maravilloso, pero bien sabemos que no somos lo que esa “marca país” internacional pregona. El país que proyectamos como altamente educado tiene a cerca de la mitad de los jóvenes sin concluir la secundaria; la sociedad ecológica dispone mal de sus desechos y suelo, contamina la atmósfera y cuerpos de agua; la democracia preocupada por la equidad se ha vuelto impermeable a las desigualdades sociales y territoriales, a las que ha permitido crecer. El reality check, por supuesto, tiene muchos más temas en el saco, pero lo dejo ahí, pues creo que queda claro el punto: que una cosa es decirlo y otra cosa es serlo, incluso cuando el mundo se cree lo que decimos.

Tal distancia entre imagen y realidad es, en buena medida, inevitable. Ni aquí ni en ninguna parte ha existido una sociedad que haya sido fiel a la imagen que forja de ella misma. Los gringos dicen que Estados Unidos es “la colina resplandeciente” del mundo en materia de libertad y progreso. Pues últimamente esa colina anda bastante opaca. Los franceses, que son la sociedad del racionalismo y la tolerancia… sí, como no. Y así podríamos seguir.

Con todo y su dimensión mítica, sin embargo, las imágenes no son pura “falsa conciencia”, distorsiones de la realidad impulsadas por poderosos interesados en encubrir el sistema de dominación que los encumbra y somete a los demás. Para empezar, contienen más de un grano de realidad. Vean ustedes: no somos la sociedad de paz y armonía, pero abolimos el ejército; no somos la sociedad verde, pero tenemos protegido más del 25% de nuestros mares y suelo; no somos la sociedad equitativa, pero invertimos mucho dinero en salud y educación; y, finalmente, no somos la democracia que queremos ser, pero vivimos en libertad.

Aún más importante, la imagen que hemos forjado de nosotros mismos tiene una enorme fuerza aspiracional: ayuda a definir parámetros de exigencia política, porque nos dice lo que queremos ser y, con ello, nos da rumbo. Esa fuerza puede ser convertida en palanca para estimular cambios sociales que, si tenemos suerte, reducirán la brecha entre ser y querer.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.