Color esperanza

La tarea del PLN demanda abrir las ventanas y dejar entrar viento fresco.

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“Saber que se puede, querer que se pueda, pintarse la cara color esperanza”, canta Diego Torres. El Partido Liberación Nacional (PLN) sufre su mayor crisis y sus mayores dilemas desde su fundación. El desgaste de los años y los cambios tecnológicos, políticos y culturales han producido disrupciones globales y lo han debilitado seriamente. Poco a poco se fue convirtiendo en una estructura conformada por grupos de amigos que periódicamente asumen su conducción. En algunos cantones, estructuras cerradas y excluyentes, expulsan nuevos talentos. Lo mismo les ha pasado a casi todos los partidos en el mundo, pero ese no debe ser un consuelo.

Los fenómenos sociales no se explican independientemente de las decisiones, actitudes y acciones tomadas por los actores de carne y hueso; no son mecánicas: el PLN, sus dirigentes, han cometido muchos errores, aunque al gobernar the record shows (como canta Frank Sinatra) los logros y aportes de Liberación superan con creces estos errores. Pero no por ello deben ser negados o escondidos.

¿Por qué, a pesar de la crisis y cierta sensación de desazón prevaleciente, reflexiono sobre el tema y sigo comprometido con aportar a su rescate?

Inicios. A los nueve años, inicié mi participación activa en lo público, como infante en la organización de la juventud judía costarricense. Al principio, me limitaba a lo que un niño de esa edad y una organización de ese tipo podía hacer. Pero sin duda ahí, y con el ejemplo de mi padre, nació mi vocación por interesarme intensamente en los asuntos públicos.

En esa organización, aprendíamos y recreábamos, hasta cierto grado, el papel de lo colectivo (el kibutz, el moshav, la Histadrut) en la vida y desarrollo del joven Estado de Israel. Aprendíamos lo que era una socialdemocracia en acción. Amigos de mi generación iniciaron su vida de interés público en organizaciones católicas o evangélicas y los más activos en el Movimiento Nacional de Juventudes.

Por otro lado, desde los 10 años, diariamente, leía “Chisporroteos” de don Alberto Cañas, en el diario La República, a la que papá estaba suscrito, igual que a La Nación, donde luego inicié la lectura diaria de “La Columna”, primero a cargo de Manuel Formoso Peña y, más tarde, de Enrique Benavides. En todas esas páginas iba formando mi apreciación sobre el acontecer y la política nacionales, desde al menos dos perspectivas distintas y a veces opuestas. Ventajas del pluralismo.

Mi primera participación formal en política, sin embargo, fue en el Frente Popular (FP) (izquierda con sello), partido surgido como muchos otros de izquierda en América Latina, como rebelión frente a los partidos comunistas, por un lado, y frente a “los tradicionales”, por otro. Los hubo de varias tendencias. Recogían las inquietudes y disconformidad frente al mundo que era de jóvenes y adolescentes, principalmente universitarios, de clase media y alta. Denunciaban el establishment, la injusticia social y la represión. Soñábamos con “el hombre nuevo” y otras utopías. El Frente, en particular, seguía las ideas y el liderazgo intelectual de Rodolfo Cerdas.

Actividad. Hice política electoral en Sagrada Familia y los Hatillos. También fui activo en las batallas electorales y académicas en la Universidad Nacional, en donde bregué mucho junto al padre Núñez y otras personalidades y dirigentes, principalmente liberacionistas.

Podrá notar el lector que esta actividad, aunque muy política, se fundamentaba en gran medida en relaciones primarias, de amigos, de círculos pequeños.

No fue sino al regresar de mis estudios de maestría en Sussex, Reino Unido, que me integré, primero, en la periferia, y, luego, gradualmente, en la centralidad del Partido Liberación Nacional. Eran los inicios de la década de los 80 del siglo XX.

En la campaña triunfante de Luis Alberto Monge, contribuí con dos párrafos al programa sobre ciencia y tecnología, mi área de interés en la tesis de graduación en Sussex.

Como he relatado muchas veces, mirar a Costa Rica desde Inglaterra y estudiar a fondo teorías y casos de desarrollo socioeconómico, me abrió más los ojos y entendí que el bienestar de los costarricenses no pasaba por una “revolución” sino por construir sobre lo alcanzado bajo un ideario y programa socialdemócrata tropicalizado y aggiornado. Por eso regresé a las convicciones socialdemócratas de mi primera juventud.

Luego de ser elegido decano de Ciencias Sociales en 1982, en una dura campaña donde había mucha agitación en el país y en la Universidad, influida por lo que desde el inicio percibí como los primeros errores estratégicos del gobierno sandinista en Nicaragua y la influencia que estaba teniendo en el país, enfrentamos una coalición sectaria que pensaba más en política que en la academia. Renuncié al cargo. Pero ya había sido invitado por el secretario general del PLN, Óscar Arias, a integrarme en las estructuras del PLN.

Resultado de la reflexión de mi experiencia y de los cambios que introducía Luis Alberto Monge en el modelo de desarrollo a inicios de los ochenta, elaboré algunas ideas que agregaban matices al pensamiento liberacionista más ortodoxo. A esto le llamé la Socialdemocracia Remozada en artículos publicados aquí desde 1984. Otros, más tarde, y posiblemente más apegado a lo criollo, le han llamado “el camino costarricense al desarrollo”. Con los años, ese enfoque se ha tornado bastante consensual.

Sin miedo. Con objetividad, el resultado neto de los aportes del PLN es muy positivo y esto no puede negarse por más que algunos quieran hacerlo, y creo que por ello merece la pena trabajar para remozarlo, mejorarlo, insuflarle nueva vida.

La tarea demanda abrir las ventanas y dejar entrar viento fresco para construir un verdadero partido-movimiento, con recias raíces y con una partitura programática que las refleje, pero que no las fetichice. Para los jóvenes inteligentes, honrados y con sentido cívico, no debe haber nada más motivante que unirse a una causa que es histórica y, a la vez, plena de desafíos.

Una democracia costarricense más real, más integral, moderna, también lo requiere para que la competencia política sea por lo mejor y no “por lo menos peor”. El PLN puede hacerlo; debe hacerlo. Debemos invitar ideas y acciones.

“Quitarse los miedos, tentar al futuro, con el corazón…”, continúa Diego en su hermosa tonada.

El autor es economista.